Ottavis, el irresponsable

Los hechos históricos se suceden dos veces,

primero como tragedia y segundo como farsa.

(Karl Marx, 1852)

 

Cuando este excepcional pensador y economista alemán publicó esta frase, que encabeza una de sus obras maestras, El 18 Brumario de Luis Bonapartetenía 35 años, la misma edad que José Ottavis, líder de La Cámpora bonaerense y jefe del bloque kirchnerista que el pasado miércoles 30 de diciembre se negara a votar el presupuesto de la provincia de Buenos Aires.

Es en lo único que encontraremos un paralelo digno de mencionar entre aquel filósofo, creador del comunismo y este personaje político actual.

Cuando el kirchnerismo arribó al poder en Argentina, allá en el lejano 2003, la Argentina salía de una tragedia. Diversas medidas tomadas por el presidente Néstor Kirchner fueron apoyadas por el pueblo argentino: políticas de desendeudamiento, renovación de la Corte Suprema, control fiscal estricto, rumbo económico delineado por su predecesor, derogación de las leyes de punto final y obediencia debida, etcétera.

Después, todos sabemos lo que pasó y el inicio paulatino de una orientación política centrada en la concentración de poder, la alta inflación, el enmascaramiento de problemas nacionales como la inseguridad, la generación de la prensa amiga, la corrupción estatal a megaescala y la cooptación de entidades de derechos humanos y sociales, entre otras pautas. Continuar leyendo

Requiem por París

Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad.

Para mí es la soledad infinita.

Albert Camus (Nobel de Literatura)

 

Alguna vez llegué a esa ciudad con 22 años. Tenía una mirada curiosa y un corazón cargado de dolor.

Alguna vez caminé esas calles imbricadas y famosas como quien recorre un lugar para volver a ser y a crecer.

En esa latitud de luz y de historia tuve amigos nuevamente, reinventamos la vida con dos marionetas en un subterráneo. Volvimos a sonreír sin miedos y el amor nos abrazó con su sonrisa de miel.

En esa ciudad pude estudiar, trabajar y conocer el mundo. Hablé en francés, en árabe, en portugués, supe que las tragedias tienen mil orígenes y un solo destino: la humanidad.

En esa pequeña porción de libertad denunciamos a la muerte, la desaparición y el horror de nuestro país. Lágrimas extranjeras eran las nuestras.

Reencontré a mis padres luego de años y disfrutamos juntos un ballotage, algo prohibido en mi propio país. Vi asumir a un presidente socialista y a los demás aplaudir, entendí la convivencia y el pluralismo.

No parecía tan difícil entonces. Continuar leyendo

El robo del escorpión

12 de Agosto de 1934. Tarde de fútbol para romper la medianía del cielo gris y la melancolía traicionera de las tardecitas domingueras. Viejo estadio de Independiente, ganaba 1-0 el poderoso Boca de Cherro (¡que a la postre saldría campeón con 101 goles!)

En el minuto 68, Antonio Sastre desborda por la derecha, llega hasta el corner y lanza un violento centro a media altura hacia el área de Boca. Un esmirriado delantero llegado ese año de Paraguay se lanza en palomita para conectar el balón pero se pasa de largo, entonces levanta sus tacos al aire e impactando de lleno la pelota, la deposita en el fondo del arco xeneize ante una atribulada tribuna visitante que no puede creer ese malabarismo circense que les ha empatado el partido. Continuar leyendo

Treinta primaveras democráticas

“Somos nuestra memoria”, nos decía Jorge Luis Borges.

Este fragmento de una frase genial del gran autor argentino lo dice todo.

No es una ponderación, aunque pensado con premura, así lo parezca. Es más bien una constatación. Nuestros paraísos y nuestros infiernos tienen que ver con el ejercicio individual y colectivo que hemos hecho de la memoria.

Del pasado que hemos valorizado y de la sabiduría que hemos acumulado para proyectarnos en un futuro que aún se nos muestra con incertidumbres.

Más aún, el concepto de este escritor sin par se asemeja incluso a una advertencia.

Cultivar la memoria, ése parece ser el desafío.

Cimentar nuestra sociedad a partir de mojones históricos con verdadera grandeza.

Personas, hechos, fechas trascendentes en la construcción de una memoria social.

Hay una en los días que vivimos, que aparece como trascendente.

El 30 de octubre de 1983.

El pueblo argentino tenía la trascendental misión de dejar atrás la etapa más negra de su historia; la dictadura militar y su nefasto legado de muerte, desapariciones, entrega y oscurantismo en la que nos había sumido.

A simple vista era un proceso electoral distintivo, rodeado de circunstancias excepcionales.

Hoy, treinta años después, sabemos que fue mucho más.

Fue el primero de otros importantes pasos que pondrían fin, de una vez y para siempre, a las aventuras mesiánicas de los prepotentes del poder. No sólo triunfó el padre de la Democracia Moderna, don Raúl Ricardo Alfonsín, sino que se derrumbaron en esa singular gesta democrática las pretensiones de impunidad del poder militar saliente. Eran las puertas que se abrían para el  histórico Juicio a las Juntas, al cual le seguirían retrocesos y avances de las diferentes administraciones democráticas, que hoy están definitivamente encaminadas a decretar justicia, en un tiempo que se nos hizo largo para la reparación de tanto dolor.

Queda aún mucho por hacer: profundizar los derechos ciudadanos largamente postergados, desarrollar una cultura y normativas severas contra la corrupción, recuperar definitivamente un ejercicio pleno del debate democrático, respetar la palabra empeñada en los programas electorales, escuchar la voz popular cuando ésta se hace oír, entre otros.

Pero hoy sabemos que ese largo proceso de maduración y templanza cívicos, el aprendizaje del respeto de las voluntades populares, con sus logros y sus fallos, nació aquel 30 de octubre de 1983.

En estos días hemos colocado otro mojón democrático. El pueblo, soberano, se ha expresado y, más allá de los resultados que son su mensaje inapelable, los líderes políticos deberán llamarse a la reflexión y mirar una vez más el 30 de octubre de 1983 para recordar de dónde venimos, cuánto nos ha costado poder elegir en libertad. Deben, imperiosamente, hermanar a la sociedad, alejando violencias y afrentas gratuitas, estériles, pero por sobre todo acechantes. Disolver la memoria histórica es empezar a transitar una vez más el camino de aventuras peligrosas.

No debemos olvidar entonces aquella formidable manifestación de reconstrucción democrática hecha en paz, por un pueblo doliente, que aún sangraba de sus peores heridas.

Es un mandato histórico, un deslinde, una frontera, intangible quizás, pero más nítida que nunca, que deberá señalar a las generaciones que nacieron en plena democracia, que este bien preciado que crece desde hace 30 años lo debemos preservar, amar y mejorar en cada día de nuestras vidas.

No hacerlo sería, no sólo un desacierto imperdonable, sino una desmemoria que nos llevaría a una ruina que no nos merecemos. En absoluto.