El financiamiento a empresas en la Bolsa creció un 34% en dólares en 2013

El financiamiento empresario en el mercado de capitales mostró en 2013 un sostenido crecimiento. Con los últimos datos procesados, de diciembre último, se observa que el crecimiento total fue del 34% en dólares, o un 77% en pesos, tomando en consideración todos los instrumentos existentes de financiamiento para empresas, tanto las grandes como las pymes. En materia de instrumentos financieros, se incluyen la emisión de acciones, obligaciones negociables, fideicomisos financieros y los cheques de pago diferido (los preferidos de las pymes).

Este crecimiento muestra una tendencia alentadora y positiva, aun cuando represente un volumen bajo en relación a la inversión privada, ya que demuestra que una mayor cantidad de empresas encuentra al mercado de capitales como un recurso a considerar a la hora de financiar sus operaciones o su expansión.

Analizando específicamente el segmento de grandes empresas, se observa que el mayor crecimiento porcentual se ubicó en la emisión de acciones, con un incremento del 333% anual. Si bien son volúmenes bajos -91 millones de dólares-, muestra que no fue generalizado el temor ante el supuesto intervencionismo de la Comisión Nacional de Valores, tras la reforma de la Ley de Mercado de Capitales en 2012. La emisión de acciones cayó fuertemente entre 2010 y 2011 -de 265 a 43 millones de dólares anuales-, y todavía se encuentra muy lejos del máximo alcanzado en 2007 -986 millones de dólares-.

Las otras dos especies que crecieron en grandes empresas fueron las obligaciones negociables y los fideicomisos financieros, un 32% y 38% respectivamente. Aunque se trata de porcentajes menores, representan volúmenes mucho más altos:  de 7200 a 9700 millones de dólares entre  2012 y 2013. Así, se llega a un total de crecimiento anual del fondeo empresario en la Bolsa en 2013 del 36% en dólares, en las grandes empresas.

El segmento pyme muestra también un crecimiento importante, aunque menor que en las grandes. El incremento anual de 2013 fue del 18% en dólares. Las emisiones de obligaciones negociables y fideicomisos financieros cerraron igual que en 2012, pero el crecimiento se observó en los cheques de pago diferido, instrumentos de deuda de corto plazo, que ascendieron de 427 a 524 millones de dólares entre 2012 y 2013. Este es el instrumento más utilizado por las pyme, por su simplicidad, y por el aval de las sociedades de garantías recíprocas.

Existe un conjunto de empresas medianas, con límites de expansión y competitivas en el mercado interno y externo, que se encuentran preparadas para incorporarse al mercado de capitales. Asimismo, la necesidad de la explotación del yacimiento de Vaca Muerta, y la decisión de avanzar en la incorporación de proveedores nacionales brindan una buena oportunidad a un conjunto de empresas de la cadena de financiarse en el mercado de capitales, en un sector que promete un fuerte crecimiento en los próximos años, de la mano de la recuperación del autoabastecimiento energético.

En 2014 un nuevo instrumento financiero saldrá a la cancha: el pagaré bursátil, un instrumento similar al cheque de pago diferido, pero de mayor plazo, que podrá ser utilizado tanto por las pyme como por organismos públicos, lo que abre la posibilidad de financiamiento de manera simple para municipios o empresas públicas.

La difusión de estos instrumentos resulta de vital importancia para volcar parte del ahorro interno en el financiamiento empresario, tanto para inversión productiva como para el consumo, y para acercar a los pequeños inversores a instrumentos que pueden resultar más atractivos que los tradicionales de los bancos comerciales, como el plazo fijo, y para redireccionar parte de la masa monetaria en pesos a instrumentos no dolarizados, que descompriman la presión sobre las reservas internacionales y el mercado cambiario.

Agenda coyuntural o agenda para el desarrollo

En la última década, los argentinos nos hemos acostumbrado a los pronósticos alarmistas y catastróficos. En lo político, numerosos analistas y dirigentes opositores han sostenido vehementemente que el Gobierno encaminaba al país hacia el fin de la República, a la ruptura del Estado de Derecho y a la muerte de la libertad de expresión. En lo social, han sostenido que se aproximaba el fin de la familia al aprobarse el matrimonio igualitario y de igualdad de género. En lo económico, han afirmado que un nuevo colapso se encontraba a la vuelta de la esquina debido a la supuesta “mala praxis” en las decisiones económicas y a la mayor intervención del Estado en el arbitraje de las reglas de juego y en la planificación económica. Nada de ello ha ocurrido, sino que hemos protagonizado un proceso de crecimiento económico con inclusión social, en base a los recursos propios del país, desendeudando a las futuras generaciones de la pesada carga que representaba la deuda pública en moneda extranjera. La sociedad argentina en su inmensa mayoría ha valorado los logros obtenidos en la última década, a tal punto que las opciones opositoras más exitosas electoralmente elogiaron las políticas públicas centrales de ésta década, como los planes de inclusión social, y han evitado un rechazo total a las medidas principales del Gobierno. No tirar todo por la borda fue la consigna.

No obstante, durante todo 2013 y especialmente después de las elecciones hemos escuchado numerosas propuestas de cambio de rumbo económico, provenientes de distintos sectores: Federico Sturzenegger, economista del PRO y recientemente electo diputado nacional, ha propuesto una brusca devaluación del peso del 40%. El ex ministro de Economía Roberto Lavagna ha predicado en favor de un “Rodrigazo”, significando con ello que el Gobierno debía “sincerar” las “variables” de la economía (tarifas de los servicios públicos, tipo de cambio, etc.). Numerosos economistas, aun cuando se oponen a las restricciones para el acceso a divisas, han propuesto la creación de un dólar turista y un dólar financiero. Y todos ellos repitieron a coro, sobre la necesidad de un importante ajuste fiscal, lo que significaría un brusco aumento de las tarifas, o el recorte de gastos, que por conveniencia o hipocresía, no se animan a explicitar dónde y cuánto proponen recortar.

Si el Gobierno optara por algunas de estas recetas, varias veces transitadas en nuestra historia económica, el camino sería el que ya conocemos, y hoy podemos leer en los libros de historia: una brusca devaluación provoca inmediatamente un shock de precios, que luego se traslada a las negociaciones paritarias; un brusco ajuste fiscal reduce el mercado interno y, como estamos viendo en Europa, disminuye la recaudación de impuestos, generando una nueva necesidad de ajuste fiscal, iniciando un círculo vicioso del que es muy difícil salir.

Ninguna de estas medidas reclamadas al gobierno, supuestamente sanas y racionales, apuntan a plantear una agenda de desarrollo económico y equidad social, sino solamente a estabilizar algunas variables macro, como las reservas del Banco Central o los precios al consumidor, pero olvidan y omiten plantear metas de desarrollo armónico del país. Para estabilizar esas variables es fácil la receta: enfriar la economía. Menor gasto público, mayor devaluación, menores salarios, jubilaciones y servicios sociales. En síntesis, un país más chico, con menos empleo pero más estable. ¿A quienes benefician esas propuestas? Si queremos ser un país industrializado, desarrollado y justo, ese no es el camino.

Ante ello, el Gobierno Nacional ha optado, como en los últimos 10 años, por un camino alternativo, que no consiste en anunciar medidas mágicas ni “paquetes” de medidas grandilocuentes, ni el nombramiento de gerentes privados como ministros para caerle simpático a determinados grupos concentrados de la economía. Por el contrario, ha decidido continuar por un camino difícil, pero que enfrenta una verdadera agenda para el desarrollo: la reducción de costos sistémicos para el sistema productivo, mediante una fuerte inversión en ferrocarriles de transporte de pasajeros y de carga, e hidrovías para cargas de larga distancia; el análisis y reformulación de las cadenas de valor productivas, para evitar que los eslabones más débiles de las cadenas (productores y consumidores) paguen el costo de ineficiencias y el esfuerzo sostenido para recuperar el autoabastecimiento energético, con YPF como un jugador fuerte en el proceso, al tiempo que se sostiene la inversión pública en el desarrollo del sistema científico y tecnológico, que al igual que el sistema educativo, requiere décadas para el recupero social de dicha inversión.

Para lograr esos fines, ha resuelto administrar las variables macroeconómicas con prudencia, evitando saltos bruscos: corregir el tipo de cambio sin grandes devaluaciones de un día para otro; cerrar algunos litigios en el CIADI y avanzar en la resolución de la indemnización de Repsol como paso previo para la obtención de financiamiento para el desarrollo del yacimiento petrolero de Vaca Muerta.

Los cambios en el gabinete nacional introducidos por la Presidenta en las últimas dos semanas muestran la decisión de transitar ese rumbo.

Ningún país de la tierra está “condenado al éxito”. La remanida calificación de “países en desarrollo” no es más que un eufemismo para catalogar a “países no desarrollados”, que si no emprenden una dura tarea difícilmente puedan resistirse a sus destinos de eternos productores de materias o mano de obra barata, de productos que se diseñan y consumen en otro lugar.

Es por ello, que una verdadera agenda económica no pasa exclusivamente por el tipo de cambio, o las reservas del Banco Central. Estas variables son importantes, sólo como instrumentos de un proyecto de país, que si quiere incluir a los cuarenta millones de argentinos tiene que plantear el desarrollo industrial, científico y tecnológico. Y ello no se logra sin gasto público y sin una adecuada intervención estatal, que promueva sectores que hoy no tienen el nivel de productividad y eficiencia que el de los países desarrollados, pero que resultan de vital importancia para el futuro del país. Ocuparnos solamente de la evolución de algunas pocas variables macroeconómicas, nos lleva a una visión “contable” del país y nos impide pensar objetivos nacionales de desarrollo e inclusión social en el mediano y largo plazo.

Intervención del Estado en favor de las pyme

En el último año, el Banco Central de la República Argentina ha tomado acciones y medidas efectivas a favor de las micro, pequeñas y medianas empresas en materia de financiamiento productivo. Como resultado de estas iniciativas, ha crecido significativamente la participación de las MiPyme en el stock de préstamos de los Bancos. Para ejemplificar este crecimiento, desde el tercer trimestre del 2010, hasta el segundo trimestre del 2012 (antes de las medidas), los préstamos a las pyme alcanzaban valores cercanos al 27% del total de préstamos que el sistema financiero destinaba a empresas. Ese porcentaje contrastaba con el peso que las MiPyme tienen en la economía del país. En ese sentido, basta tomar tres sencillos indicadores: a) las MiPyme son más del 98% del total de empresas del país; b) generan el 43% del valor agregado de producción industrial y c) casi el 70% de los trabajadores del país lo hacen en establecimientos de menos de 40 empleados. Sin embargo, hasta la intervención del Banco Central, sólo alcanzaban a captar el 27% del crédito bancario destinado a empresas, aun mientras producían el 43% de la riqueza industrial del país.

Las medidas tomadas por el Banco Central desde julio de 2012 (hace poco más de un año) permitieron que la participación de las pyme en el crédito bancario a las empresas crezca del 27% mencionado al 40%, en menos de un año. Esta situación nos abre preguntas y reflexiones. En primer lugar, hubo que obligar a los bancos comerciales a prestar más a las pyme. Esto muestra que los mecanismos de mercado de asignación de recursos no fueron efectivos para distribuir el crédito de manera proporcional al peso de las pyme en la economía. Se evidencia, así, que la “mano invisible del mercado” encuentra limitaciones al momento de asignar los recursos con eficiencia.

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