La doble moral latinoamericana

Piense el lector en la siguiente situación hipotética, puramente imaginaria, sencillamente imposible. Una cumbre de estados latinoamericanos se convoca en una nación con una democracia “promedio”, como son las latinoamericanas. Perú, Brasil, Colombia, incluso la Argentina K. Todas, por cierto, muy lejos de los estándares democráticos avanzados.

Cuando la cumbre está por iniciarse, el gobierno local lanza una bestial ola represiva y detiene a los principales líderes políticos opositores, a dirigentes de ONGs y referentes de la sociedad civil, etcétera. A los invitados extranjeros críticos de su gobierno no los deja ingresar por “inadmisibles” y prohíbe sus actividades. Los arrestos son totalmente irregulares, realizados por policías de civil que se niegan a mostrar identificación alguna a sus víctimas. A otros los confinan en sus casas durante 4 ó 5 días, a algunos les abren procesos penales bajo figuras delirantes que no existen en ningún ordenamiento penal democrático.

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La no-revolución bolivariana

  Con el trasfondo de la grave enfermedad de Hugo Chávez y el enigma insoluble de su posible sucesión, tal vez sea el momento de hacer un balance del "socialismo del siglo XXI" que proclama el bolivariano, y de las enormes distancias que exhibe con el practicado en el siglo XX por Fidel Castro, a quien él mismo llama su padre ideológico, y por sus antecesores stalinistas.   Pese a esa continua apelación a Fidel, Chávez no hizo la revolución que sí hizo Castro a partir de 1959 en Cuba, y en muy pocos años. Chávez se declara "socialista y revolucionario", dice encabezar una "revolución", pero hace 13 años que está en el poder y no ha hecho una revolución propiamente dicha. La "burguesía", que tanto ha denostado, sigue ahí, porque no la aniquila como hizo Fidel. Es el mismo modelo que siguen Evo y Correa. Por eso los críticos de izquierda del chavismo, como Hans Dieterich, hablan de "desarrollismo burgués", que subsidiariamente beneficia a "las masas".   En esta no-revolución, en este no-hacer-la- revolución a lo Fidel, a lo Lenin, a lo Mao, está la implícita admisión del fracaso de esas revoluciones, del socialismo revolucionario a lo largo del siglo pasado. Por eso son incoherentes las imágenes del Che junto a Chávez, la iconografía revolucionaria y "roja" del chavismo. Es mezclar peras con manzanas, marxismo-leninismo con populismo autoritario y estatista, dos fenómenos y proyectos completamente diferentes.   Chávez ha ido avanzando a lo largo de años contra la propiedad privada. Si bien ha acelerado el paso en estos años, en el promedio de sus 13 años lo ha hecho más lentamente que, por ejemplo, el muy conservador general De Gaulle en la posguerra o que el Laborismo británico en el mismo período. En suma, el "reformismo burgués" europeo ha sido mucho más audaz y rápido a la hora de meter mano en la propiedad de los "medios de producción" que el retórico chavismo-bolivarianismo.   Igualmente, con los años, el resultado en el caso venezolano es calamitoso, especialmente cuando este estatismo se ha aplicado contra grandes empresas de industria pesada o de servicios exigentes, como la telefonía o la electricidad. Por eso se deja sobrevivir a la empresa privada, para que la economía no se desplome. Se admite así, siempre tácitamente, que el estatismo total -que eso fue el socialismo soviético, el comunismo- resultó un fracaso monumental.   Se trata entonces de reiterar el nacionalismo autoritario de los 40-50, pero envuelto en una retórica revolucionaria "roja-rojita", como dicen en Venezuela, filo-castrista pero sólo en el plano retórico y diplomático. Aún hoy, con Chávez en su mayor radicalización desde 1999, sólo estatiza selectivamente. Pero como se dijo, el daño es enorme y lo sufre la economía venezolana, aunque esto es nada si se compara con el daño infligido a Cuba por la revolución castrista.   Existe a su vez el surgimiento de la "boliburguesía", prebendaria, estatista, pero burguesía al fin desde un punto de vista marxista. No son cuadros técnicos del Estado que conducen sectores de una economía 100% estatal, según el modelo comunista. Tampoco acá hay revolución, sino evolución, pésima por cierto, pero no una revolución de tipo bolchevique, rápida y violenta. Aún menos se produce esto en Ecuador, donde Correa tiene una cierta racionalidad económica, en todo caso mayor que la del teniente coronel Chávez, dado que conoce mucho mejor el paño económico. A este conocimiento debe sumarse el corset cambiario y monetario que impone la convertibilidad con el dólar.   Se tiene así un panorama de conjunto que un revolucionario de los años 60/70 no hubiera dudado un segundo en tildar despectivamente como "reformismo burgués". El mismo cuadro se repite en los medios de comunicación. Se los asfixia, como se vio recientemente con el caso del diario El Universo en Ecuador, o con el grupo Globovisión en Venezuela, pero de algún modo la prensa opositora y crítica sobrevive y tiene un considerable margen de acción. Nada que ver con lo hecho por las verdaderas revoluciones que barrieron a la "prensa burguesa" por completo, de raíz. Tuvo que llegar Internet para que en Cuba reapareciera algo parecido a un periodismo independiente, y eso con mil precariedades, limitaciones y hostigamientos brutales. La tarea de los blogueros cubanos es heroica, pero no puede ni compararse, en cuanto a estructura y llegada al público, con las de los grupos de medios independientes aún existentes en las naciones "bolivarianas".   Todo esto marca el límite intrínseco del modelo chavista. Siempre deja la "raíz del mal" viva, y la deja crecer, según criticarían un Mao o un Che Guevara. Y lo hace porque sabe muy bien que la necesita, que el estatismo total es una catástrofe probada. Por eso la retórica de la lucha contra "la burguesía" es incesante, porque esa burguesía nunca es aniquilada, porque se la necesita. También se necesita para hacer funcionar mínimamente al país a esa "pequeña-burguesía" que vota a Capriles. Con el lumpen de remera roja se organizan mitines y se aterroriza a los opositores, pero no se hace funcionar a la expropiada Sidor, por ejemplo.   Chávez odia a ambas clases sociales, burguesía y pequeña-burguesía, pero sin ellas la economía venezolana estaría perdida. Sería como la cubana, una fantasmagoría, un museo, y su popularidad se desplomaría. Por eso también las "nacionalizaciones" de los hidrocarburos de Evo Morales, en mayo de 2006, no fueron expropiaciones al estilo de los 40, sino la imposición de nuevas condiciones y contratos. Ciertamente dañaron al sector y paralizaron las inversiones, pero no lo destruyeron. Y por eso aún están presentes las empresas presuntamente nacionalizadas, como Petrobras, Repsol y muchas más.

Los cómplices latinoamericanos del genocida Assad

  Mientras los MIGs de Khadafi masacraban a las multitudes reunidas en Trípoli en febrero de 2011, al inicio de la revolución libia, los dos líderes "revolucionarios" latinoamericanos, Fidel Castro y Hugo Chávez, le daban su total apoyo y solidaridad al tirano.   Khadafi era un "amigo" y un "revolucionario", como repitió incansablemente Chávez. Se trataba de una confabulación imperialista para apropiarse del petróleo libio martillaba Castro (como si Khadafi no hubiese hace años abrochado multimillonarios acuerdos con las multinacionales británicas, francesas, italianas, chinas y rusas, entre otras). Ahora, con la última masacre perpetrada en Siria (obuses y morteros contra edificios de departamentos llenos de civiles en Homs), la solidaridad castro-chavista no aparece directamente en boca de los dos líderes, pero sí en sus medios de propaganda (agencias "periodísticas"), como la cubana Prensa Latina y la Agencia Venezolana de Noticias.   Y hasta hace poco los dos caudillos no escondían su apoyo a Assad. El 20 de mayo del año pasado, para citar uno entre muchos ejemplos posibles, Chávez se comunicó con Assad. Telesur tituló: "El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, alegó que Siria es víctima de una arremetida fascista. El líder venezolano sostuvo una conversación telefónica con el presidente de ese país, Bashar Assad".   El sábado 4 de febrero pasado, mientras los medios del mundo informaban de la matanza de Homs, esas dos agencias no mencionaban la carnicería en la ciudad siria y se limitaban al tratamiento del caso sirio en el Consejo de Seguridad, resaltando la negativa rusa a apoyar la condena del dictador. Como si Rusia, no ya digamos China, fuera una democracia admirable.   Assad es, para Chávez y Castro y sus propagandistas, un presidente legítimo bajo acoso de fuerzas extranjeras. Como en Libia, los dos incurren en el desconocimiento más vil de un movimiento popular que combate una dictadura militar con una valentía extrema, algo que solamente puede causar admiración en alguien moralmente sano. Es gente que optó por la lucha armada sólo in extremis: en el caso sirio, luego de casi seis meses de recibir balas cuando salían a manifestarse. Pero el derecho de rebelión ante una tiranía criminal Chávez y Castro se lo reservan para sus lejanas revoluciones. Para ellos, los casos libio y sirio son peligrosos malos ejemplos. Grotescamente, Chávez conmemoró su alzamiento armado del 4 de febrero de 1992 contra un gobierno democrático, mientras sus laderos insultaban nuevamente a la CIDH por una designación que no fue de su gusto: el nuevo relator, el chileno Felipe González, es un miembro de "la mafia de burócratas de los derechos humanos...patrocinada por la ultraderecha interamericana".   En resumen, la actitud de los regímenes chavista y castrista es la legitimación activa de un genocidio, a conciencia y mientras se perpetra ese crimen de lesa humanidad a la vista de todo el planeta. Los acompaña el silencio de unos cuantos, como los gobiernos de los demás países latinoamericanos, que no han abierto la boca ante el horror sirio.  

Chávez y Correa contra la CIDH, como las dictaduras de los 70

  Durante los años 70, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) era mala palabra para las dictaduras militares que dominaban en América latina y la atacaban de todas las maneras concebibles. Ahora es el turno de Hugo Chávez y Rafael Correa, quienes encabezan un frontal asalto deslegitimador contra la CIDH, alérgicos a una agencia realmente independiente de ellos y sus arbitrariedades.   Chávez llega incluso a negarles el ingreso a los hombres de la Comisión, y lo hace con un gesto ampuloso, ostentando su "soberanía" respecto a la OEA, ese invento imperialista. Negarle el ingreso a una misión de la CIDH causaría la inmediata condena generalizada en cualquier gobierno seriamente democrático. Pero los aliados de Chávez, como las presidentes de Brasil y Argentina, le dejan pasar semejante gesto autoritario.   Años atrás, la CIDH certificó en el Brasil de Lula el deplorable estado de las cárceles y de sus presos y redactó informes lapidarios sobre ese cuadro. A Lula no le gustó, pero tuvo que tragarse el amargo diagnóstico. Porque es un demócrata y no se concibe que le niegue el ingreso a una misión de la CIDH u hostigue a sus enviados. Si bien ahora Brasil, con Dilma al timón, mantiene una tensa relación con la CIDH por una represa que se construye en la Amazonia, el diferendo no gira en torno a los valores de fondo que encarna la CIDH, como sí ocurre en los casos de Venezuela y Ecuador. Y en todo caso ni se plantea la alternativa de negarle el ingreso a los enviados de la Comisión, como hace Chávez desde hace años o cubrirla de insultos, como hacen tanto el venezolano como su aprendiz ecuatoriano. Similar diferenciación cabe en el caso del Perú: no le gusta, pero acata y respeta a la CIDH.   De hecho, ni la dictadura militar argentina llegó a cerrarles el paso a los juristas interamericanos, y en 1979 debió, bajo presión internacional, especialmente de Estados Unidos, aceptar la visita de una misión de la CIDH. La dictadura hostigó a los visitantes de todas las maneras posibles, y echó a rodar aquel infame slogan: "Los argentinos somos derechos y humanos".   El ecuatoriano Correa, en tanto, ataca a la CIDH por el caso del diario El Comercio y la acusa de "meterse en asuntos internos". O sea, por defender la libertad de expresión. Correa tiene en la mira a la Relatoría para Libertad de Expresión de la CIDH por este caso.   El de los "asuntos internos" es el mismo manido argumento de las dictaduras militares en los 70, y el mismo que usa hoy China, por ejemplo, cuando se denuncia la falta total de libertades existente en ese país. Por todo esto, los ataques de los presidentes bolivarianos a la CIDH deben diferenciarse de las quejas o incluso de las maniobras de democracias plenas, como Brasil y Perú, aunque éstas busquen recortarle las alas a la CIDH y merezcan por eso un fuerte reproche y se deba estar alerta ante sus avances. En ese sentido, fue bienvenido, al menos entre los demócratas, el gesto del Departamento de Estado de aumentar sus aportes económicos a la CIDH.

Eurocrisis: los imposibles paralelos con Latinoamérica

  El miércoles 23 de noviembre fue otra jornada de fuego en los mercados europeos. Le tocó sufrir hasta a Alemania, que no pudo colocar el 35% de una subasta de sus prestigiosos bonos. Mientras, el domingo 20, ganó el ''popular'' Mariano Rajoy en España de forma arrasadora, pero no tuvo tiempo de celebrar. El lunes los mercados ya le estaban exigiendo acelerar el traspaso de mando con Zapatero y luego se sumó la propia Angela Merkel, quien le pidió ''acción''.   En este clima de zozobra europea, cunde en América latina el eslógan que denuncia el ''gobierno de los banqueros'' y del FMI sobre Europa. Pese a que Monti, Papademos, y muy pronto Rajoy, lo que pueden hacer es en verdad lo mínimo para enderezar el barco, y de hecho no está dicho que alcance. Se estima, por ejemplo, que con su plan de ajuste Grecia bajará a 120% de PBI su deuda recién en 2020. Por estas horas, el FMI le ofreció un crédito de contingencia de 46.500 millones de euros a España. Pero sólo en 2012 España tiene que renovar bonos de deuda por 112.000 millones. ¿Será todo esto culpa de los banqueros y fondo-monetaristas perversos?   Un mínimo análisis en perspectiva indica que claramente no, que la realidad no es así de simple y maniquea, que Europa es una adicta a la deuda desde hace décadas y que esta adicción en algún momento debía terminarse. El consignismo latinoamericano (y de la izquierda radical europea) intenta hacer paralelos fuera de lugar entre el repunte de América latina en los 2000, logrado gracias a un boom de commodities que le llegó del cielo, con las políticas expansivas y ''soberanas de los mercados'' que deberían aplicar los europeos para liberarse de ese yugo de los bancos. Pero no existe punto alguno en común entre ambas situaciones históricas y macroeconómicas.   En Europa se está ante países exhaustos de deuda, envejecimiento de la población y bajo o nulo crecimiento crónico. Algunos no conocen un superávit fiscal desde los lejanísimos años 70, como Francia. Fue más o menos en esa década cuando el Modelo Social Europeo o de Estado de Bienestar construido luego de la guerra comenzó a deteriorarse. Así que atribuir la crisis europea actual a la globalización capitalista, a China, a los bancos, etc, es miope, es quedarse en el dato inmediato, y además interpretarlo mal.   Por estas razones históricas, sociales y económicas, el simplismo consignista que denuncia el ''ajuste brutal que impone el FMI'' a Europa con el único fin de mejorar las ganancias del capital a costa del Estado social europeo es otro discurso de barricada, un mero slogan repetido mecánicamente con fines propagandísticos y no de formular un serio debate. De hecho, mientras en América latina este discurso tiene "pantalla" y espacio gráfico, gracias a los gobiernos de izquierda populista, ningún medio ni analista europeo serio lo toma en cuenta en estos días críticos. Véase la actitud de la centroizquierda italiana, por ejemplo, que se puso en bloque detrás del "banquero" Mario Monti junto al presidente Giorgio Napolitano, del mismo origen ideológico que ese sector (Napolitano proviene del viejo PCI, nada menos), y con el apoyo de las mejores plumas del grupo editorial La Repubblica, archienemigo de Berlusconi.   No, en Europa lo que se discute es, en todo caso, de políticas monetarias: ¿hay que hacer como la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra? O sea, ¿emitir masivamente para llenar los bolsillos de los acreedores y Estados y de paso licuar deuda con inflación? Pero eso está prohibido en el Tratado constitutivo de la Unión Monetaria y del BCE. Y además los alemanes, holandeses y demás europeos del norte se oponen a ese expansionismo monetario, como es sabido. Pero la profundización de la crisis de deuda y su extensión a Francia y Austria podría llevar a tomar esa medida en el primer trimestre de 2012, según expertos consultados por Reuters. Igualmente, esa medida tan alabada y pedida por los medios de los países "periféricos" y muchos economistas sudamericanos (ver a Lucas Llach y Eduardo Levy Yeyati en Argentina, por caso), en Estados Unidos no dio buenos resultados cuando se aplicó desde 2008, y sí dejó de herencia una deuda pública brutal que acaba de superar el umbral de los 15 billones (trillions) de dólares y se convirtió en otro gran problema político para la administración Obama (el país estuvo a mediados de año al borde del default, y ahora tanto los republicanos como Obama han vuelto sobre el tema al fallar una ''Supercomisión'' creada para definir recortes fiscales).   Pero, ¿qué más hay en el escenario europeo que el déficit crónico y acumulativo? La evidente pérdida de competitividad global, que llevó a años y años de bajísimas tasas de crecimiento de la economía. Este proceso, como apuntamos recién, comenzó hace más de 30 años, mucho antes de la caída de la URSS y la globalización, así que tiene causas propias del Modelo Social Europeo, y no sólo exógenas, atribuibles a agentes como la competencia asiática. Ante esa pérdida de dinamismo económico, Europa eligió entonces endeudarse, cronificar los déficit fiscales. En los presupuestos europeos se volvió rutina el rubro "emisión de deuda". De hecho, el límite de 3% de PIB de déficit del Tratado de Maastricht casi nunca se cumplió, ni hablar desde que estalló la crisis de 2008.   Italia es de nuevo el mejor ejemplo de este problema. La Fiat, para sobrevivir y no ser absorbida, debió des-italianizarse, deslocalizarse en Estados Unidos, Brasil, Serbia, etc. ''En Brasil en una sola planta fabricamos más autos que en seis que tenemos en Italia'', les advirtió el CEO Sergio Marchionne a los sindicatos italianos en lo más duro de la negociación para flexibilizar los convenios por fábrica.   Es este el problema de casi toda Europa, sobre todo de la meridional. Ahora, a Italia no le quedan más opciones que el programa de Monti (reducción de impuestos al trabajo compensada con una reducción del gasto público en numerosos rubros y aumento de la edad jubilatoria, entre otras muchas medidas) y a nivel ''micro'' las duras propuestas a lo Marchionne. La sociedad italiana, luego de los locos años berlusconianos, parece haberlo comprendido. Y Europa en general no tiene otra alternativa, salvo que se crea seriamente que las desastrosas recetas populistas de Hugo Chávez son aplicables a sociedades desarrolladas como las europeas.

El vacío internacional favorece a Khadafi

A medida que pasan los días y la comunidad internacional se mantiene inactiva con Libia, crece el espacio para la guerra civil y gana fuerza Khadafi. Las informaciones son cada vez más partes de guerra y menos sobre hechos políticos. La política se retira y gana la fuerza. El vacío es obvio y estridente. La desopilante intervención de Chávez es otro indicador de que, ante el vacío de política internacional, cualquiera se anima a intentar ocupar ese lugar resignado.   EEUU -que sigue siendo la única superpotencia global- no actúa por su inhibición post-Irak. Se trata a la vez de un consenso doméstico -nadie en ese país quiere otra guerra- y de no verse nuevamente ante el mundo como invasor de un país árabe. Por esto EEUU hasta ahora no ha superado la línea de acción de cualquier país europeo, sólo preocupado por evacuar a sus ciudadanos y ejercer cierta presión meramente declarativa sobre Khadafi.   Las declaraciones, además, son contradictorias y tímidas. Desde hace semanas los funcionarios de EEUU y Europa hablan de una ''zona de no vuelo''. Pero se atajan: en la ONU no hay consenso, ni China ni Rusia darán el sí en el Consejo de Seguridad. Mientras, los tanques y aviones de Khadafi se hacen una fiesta con los civiles y los rebeldes mal armados y ganan posiciones día a día. Las fuerzas de Khadafi dominan el aire y además las carreteras en todo el oeste y centro del país.   El almirante Mike Mullen, jefe de estado mayor de EEUU, adujo que una zona de no vuelo sería algo muy complejo, y su superior, Robert Gates, recordó que implicaría atacar las bases aéreas libias, es decir, una operación de guerra. Ayer la Casa Blanca volvió a relativizar esta alternativa: ''No es un videogame''. Pero la zona de ''no vuelo'' es la única medida eficaz para frenar al autócrata libio y a su clan de jóvenes criminales. Sería, además, una solución de compromiso, dado que no pondría tropas en el terreno, el gran tabú que sobrevuela este debate. Se limitaría a impedir que los MIG y los helicópteros artillados de Khadafi se ceben con los civiles y los rebeldes montados en camionetas.   Europa se muestra aún más refractaria y apática. Durante los primeros 15-20 días del alzamiento en Libia se la vio casi exclusivamente preocupada por la provisión de gas, mientras la matanza alcanzaba su clímax. Ahora Europa tiembla ante la perspectiva de un éxodo masivo de refugiados, y se niega a ocuparse activamente de controlar al ''perro loco'' de Trípoli (así lo llaman) y los desequilibrios que surgen en la ribera sur del Mediterráneo. Es evidente que el problema libio supera totalmente a la vieja Europa, como ya pasara antes con Túnez.   Pero estos dos actores, EEUU y Europa, son los únicos con ''proyección estratégica'' en el Mediterráneo, y por lo tanto los únicos con capacidad para hacer algo más que hablar e indignarse o votar resoluciones más o menos abstractas en la ONU. Rusia y China no son actores directos: el Mediterráneo es, se supone, una región de influencia europea y estadounidense. En tiempos de la URSS, Moscú hubiera tallado con mucha más fuerza, cuando tenía en el Mar Negro una flota imponente y disputaba el Mediterráneo oriental a la Otán; hoy sólo puede mostrar su poder de veto en la ONU y, eventualmente, asustar a Europa con cortale su provisión de gas. Pero esto es totalmente innecesario: los europeos se inhiben solos.   El problema fundamental, entonces, es esta falta de voluntad para hacer política internacional de EEUU y Europa que deja el escenario vacío. Así la iniciativa en Libia está en manos de Khadafi, mientras los rebeldes claman en vano por una ayuda que no llega, por aquello del ''videogame''. En cuanto al resto de la comunidad internacional, es tan tibia que se niega a reconocer como gobierno provisional al Consejo Nacional creado por la rebelión en Bengazi.