Eurocrisis: los imposibles paralelos con Latinoamérica

Pablo Díaz de Brito
  El miércoles 23 de noviembre fue otra jornada de fuego en los mercados europeos. Le tocó sufrir hasta a Alemania, que no pudo colocar el 35% de una subasta de sus prestigiosos bonos. Mientras, el domingo 20, ganó el ''popular'' Mariano Rajoy en España de forma arrasadora, pero no tuvo tiempo de celebrar. El lunes los mercados ya le estaban exigiendo acelerar el traspaso de mando con Zapatero y luego se sumó la propia Angela Merkel, quien le pidió ''acción''.   En este clima de zozobra europea, cunde en América latina el eslógan que denuncia el ''gobierno de los banqueros'' y del FMI sobre Europa. Pese a que Monti, Papademos, y muy pronto Rajoy, lo que pueden hacer es en verdad lo mínimo para enderezar el barco, y de hecho no está dicho que alcance. Se estima, por ejemplo, que con su plan de ajuste Grecia bajará a 120% de PBI su deuda recién en 2020. Por estas horas, el FMI le ofreció un crédito de contingencia de 46.500 millones de euros a España. Pero sólo en 2012 España tiene que renovar bonos de deuda por 112.000 millones. ¿Será todo esto culpa de los banqueros y fondo-monetaristas perversos?   Un mínimo análisis en perspectiva indica que claramente no, que la realidad no es así de simple y maniquea, que Europa es una adicta a la deuda desde hace décadas y que esta adicción en algún momento debía terminarse. El consignismo latinoamericano (y de la izquierda radical europea) intenta hacer paralelos fuera de lugar entre el repunte de América latina en los 2000, logrado gracias a un boom de commodities que le llegó del cielo, con las políticas expansivas y ''soberanas de los mercados'' que deberían aplicar los europeos para liberarse de ese yugo de los bancos. Pero no existe punto alguno en común entre ambas situaciones históricas y macroeconómicas.   En Europa se está ante países exhaustos de deuda, envejecimiento de la población y bajo o nulo crecimiento crónico. Algunos no conocen un superávit fiscal desde los lejanísimos años 70, como Francia. Fue más o menos en esa década cuando el Modelo Social Europeo o de Estado de Bienestar construido luego de la guerra comenzó a deteriorarse. Así que atribuir la crisis europea actual a la globalización capitalista, a China, a los bancos, etc, es miope, es quedarse en el dato inmediato, y además interpretarlo mal.   Por estas razones históricas, sociales y económicas, el simplismo consignista que denuncia el ''ajuste brutal que impone el FMI'' a Europa con el único fin de mejorar las ganancias del capital a costa del Estado social europeo es otro discurso de barricada, un mero slogan repetido mecánicamente con fines propagandísticos y no de formular un serio debate. De hecho, mientras en América latina este discurso tiene "pantalla" y espacio gráfico, gracias a los gobiernos de izquierda populista, ningún medio ni analista europeo serio lo toma en cuenta en estos días críticos. Véase la actitud de la centroizquierda italiana, por ejemplo, que se puso en bloque detrás del "banquero" Mario Monti junto al presidente Giorgio Napolitano, del mismo origen ideológico que ese sector (Napolitano proviene del viejo PCI, nada menos), y con el apoyo de las mejores plumas del grupo editorial La Repubblica, archienemigo de Berlusconi.   No, en Europa lo que se discute es, en todo caso, de políticas monetarias: ¿hay que hacer como la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra? O sea, ¿emitir masivamente para llenar los bolsillos de los acreedores y Estados y de paso licuar deuda con inflación? Pero eso está prohibido en el Tratado constitutivo de la Unión Monetaria y del BCE. Y además los alemanes, holandeses y demás europeos del norte se oponen a ese expansionismo monetario, como es sabido. Pero la profundización de la crisis de deuda y su extensión a Francia y Austria podría llevar a tomar esa medida en el primer trimestre de 2012, según expertos consultados por Reuters. Igualmente, esa medida tan alabada y pedida por los medios de los países "periféricos" y muchos economistas sudamericanos (ver a Lucas Llach y Eduardo Levy Yeyati en Argentina, por caso), en Estados Unidos no dio buenos resultados cuando se aplicó desde 2008, y sí dejó de herencia una deuda pública brutal que acaba de superar el umbral de los 15 billones (trillions) de dólares y se convirtió en otro gran problema político para la administración Obama (el país estuvo a mediados de año al borde del default, y ahora tanto los republicanos como Obama han vuelto sobre el tema al fallar una ''Supercomisión'' creada para definir recortes fiscales).   Pero, ¿qué más hay en el escenario europeo que el déficit crónico y acumulativo? La evidente pérdida de competitividad global, que llevó a años y años de bajísimas tasas de crecimiento de la economía. Este proceso, como apuntamos recién, comenzó hace más de 30 años, mucho antes de la caída de la URSS y la globalización, así que tiene causas propias del Modelo Social Europeo, y no sólo exógenas, atribuibles a agentes como la competencia asiática. Ante esa pérdida de dinamismo económico, Europa eligió entonces endeudarse, cronificar los déficit fiscales. En los presupuestos europeos se volvió rutina el rubro "emisión de deuda". De hecho, el límite de 3% de PIB de déficit del Tratado de Maastricht casi nunca se cumplió, ni hablar desde que estalló la crisis de 2008.   Italia es de nuevo el mejor ejemplo de este problema. La Fiat, para sobrevivir y no ser absorbida, debió des-italianizarse, deslocalizarse en Estados Unidos, Brasil, Serbia, etc. ''En Brasil en una sola planta fabricamos más autos que en seis que tenemos en Italia'', les advirtió el CEO Sergio Marchionne a los sindicatos italianos en lo más duro de la negociación para flexibilizar los convenios por fábrica.   Es este el problema de casi toda Europa, sobre todo de la meridional. Ahora, a Italia no le quedan más opciones que el programa de Monti (reducción de impuestos al trabajo compensada con una reducción del gasto público en numerosos rubros y aumento de la edad jubilatoria, entre otras muchas medidas) y a nivel ''micro'' las duras propuestas a lo Marchionne. La sociedad italiana, luego de los locos años berlusconianos, parece haberlo comprendido. Y Europa en general no tiene otra alternativa, salvo que se crea seriamente que las desastrosas recetas populistas de Hugo Chávez son aplicables a sociedades desarrolladas como las europeas.