La Sociedad de los Desesperados

Hay que proponer que se tipifique como delito estacionar en doble mano: es hurtar el tiempo del Otro. Y que yo sepa, todavía, el tiempo vale más que el dinero.

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El tránsito colapsa por varias causas. Una de ellas, estacionar en doble mano, en Buenos Aires ya es una epidemia vial. Complica la experiencia diaria de automovilistas y peatones. Los retrasa, los retiene, les hace pedazos el buen humor.

La práctica se extiende y se invisibiliza, y sólo queda en evidencia cuando alguien sale lastimado. Nos estamos acostumbrando a padecernos, y a robarnos el tiempo unos a otros. No da para más.

Es una forma de corrupción urbana extendida que cancela, momentáneamente, la libertad del Otro. No es fácil de calcular pero sí de intuir que las pérdidas de dinero anuales que generan esas infracciones deben ascender a millones de pesos. Y no en multas, sino en tiempo: miles de minutos de miles de personas son hurtados cada día en la Ciudad. Si la víctima, por ejemplo, se dirige a una reunión y llega tarde como consecuencia de esta contravención, quienes lo esperan también fueron robados.

Estacionar en doble mano es individualismo motorizado. Es una nueva fase del egoísmo, que adopta características del delito: despojar al Otro y contra su voluntad de algo que le pertenece.

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La Ley de la Música, o el impuesto al éxito ajeno

La sancionó el Senado la semana pasada y los músicos argentinos están felices. Pero el artículo 31 atrasa y es ridículo.

La nueva norma establece que en la presentación en vivo de un artista extranjero deberá ser contratado un músico nacional, que contará con un espacio no menor a 30 minutos para su repertorio como telonero. En caso de incumplimiento, en concepto de multa, el organizador deberá pagar el 12 % de la recaudación del show.

La intención del artículo 31 es noble: busca maximizar la difusión y los recursos para el desarrollo de la canción nacional. Pero la solución es una expresión tardía, forzada y ridícula del “compre nacional”.

Es un impuesto al éxito ajeno. Ganarse la atención del público mediante una ley no es otra cosa que falta de creatividad con packaging de Patria y orgullo nacional. Un envoltorio muy vendedor, por cierto, en tiempos de crisis.

La solución que se encontró para el artículo 31 lo vuelve ridículo: si se aplicara el mismo criterio a otros rubros, hasta los músicos quedarían perjudicados. Deberían dejar de empañar Ray-Bans, colgar las Converse y prohibir las guitarras Fender y Gibson, y los amplificadores Marshall, en nombre de la Patria, el fomento de la industria textil y el desarrollo tecnológico local.

Sancionada y celebrada la ley de la música, ahora es necesaria una ley de la creatividad: quizá así nos obliguemos a engañarnos menos, respetar el genuino interés del público e impulsar la música nacional.

El artículo 31 no es una victoria de los músicos, es una derrota cultural: tener público por ley no es cultura, ni arte. Es una vergüenza.