El pez por la boca muere

Estamos ante un peligroso discurso político en donde el fanatismo ideológico violento condiciona el debate e impide la necesaria apertura de pensamiento para encontrar soluciones urgentes y consensuadas a los problemas cíclicos de la Argentina.

El Jefe de Gabinete, Jorge Milton Capitanich no ignora la gravedad de sus declaraciones en relación a la estigmatización del ahorro, la crítica violenta a los ajustes de precios dominados por el efecto devaluatorio de la moneda argentina versus el dólar estadounidense para la composición de los precios de bienes y servicios que cuentan con componentes con precio atado al dólar.

Tanto él como el ministro de Economía, Axel Kicillof saben muy bien cómo se comporta la macroeconomía en escenarios de depreciación monetaria por alta emisión. Ambos saben qué ocurre cuando además esto se combina con la decisión de elevar las tasas de interés en una economía con escaso acceso al crédito interno y externo para las PyMES que deben recurrir frecuentemente a ellas para hacer frente al pago de sueldos. También conocen los efectos devastadores de una inflación descontrolada en los salarios y la economía doméstica. Ni hablar que conocer muy bien el temible efecto “estanflación”.

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¡Es la inflación, estúpido!

En los últimos días hemos escuchado toda clase de explicaciones tendientes a negar la razón (o la causa) de la devaluación del 25% desde el 1° de enero. Entender que la inflación y sus efectos impactan en la depreciación de la moneda parece ser imprescindible para despejar afirmaciones temerarias en boca de quienes tienen la responsabilidad de definir las políticas económicas del país. Primero, resulta necesario aclarar que desde el mismo mes del año 2013 a la fecha, nuestra moneda se depreció (se devaluó) un 65%, cuando el valor de nuestra moneda oficial era publicado en las pizarras a $4,90.- por dólar.

Segundo, no se puede negar que la devaluación de una moneda impacta en forma variable y dispar a todas las cadenas de valor. Los precios en dólares de los productos esenciales no han dejado de aumentar y se han transferido sin remedio. Si pensamos cuál sería el ejemplo más sencillo para entenderlo es tomar el precio de los combustibles a lo largo del año y relacionarlo con el costo creciente del transporte de todas las mercancías y servicios que requieren de algo tan simple como la acción de trasladarlas.

Vayamos un poco más allá en el tiempo: marzo de 2012, la nafta súper se vendía en YPF en la Ciudad de Buenos Aires a $4,94.- por litro. Hoy, 22 meses después, el aumento de petrolera nacional superó el 84% con un precio de $8,91.-. Este costo, el de los combustibles, se refleja inexorablemente en la porción relativa a transporte que está incluida dentro de cada producto que se comercializa en cualquier cadena de valor del país.

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