La democracia es la vía para salir de una década de autoritarismo

Patricia Bullrich

Nota escrita con Guillermo Yanco, miembro del Club Político Argentino

 

De un buen tiempo a esta parte existe el debate acerca del rol de la oposición, justo cuando ésta debe reconvertirse en alternativa para reemplazar al gobierno kirchnerista. No se trata ni de tácticas electorales ni de marketing político. Las elecciones del año próximo definen el rumbo de la República Argentina.

Muchos actores que reclaman hoy la unidad, conscientes del desastre institucional en el que está envuelto el país, dejaron sola a una no tan nutrida oposición y al campo en la 125; muchos otros aplaudieron o votaron la ley de medios porque era “progre” y muchos otros también fueron funcionarios del Gobierno en cargos de alta responsabilidad.

Nos permitimos dudar de la profundidad de su comprensión acerca de la marca que dejó el kirchnerismo y de la evaluación que hicieron sobre este gobierno; o porque no lo vieron venir y lo dejaron avanzar, o simplemente, porque no les convino ponerse enfrente.

Más allá de esas predicciones  creemos que existe una única puerta a abrir, luego de las elecciones del 2015: la clave está en que Argentina retome un camino únicamente democrático, desestructurando los obstáculos autoritarios que la “década ganada” ha montado, y desarmando las granadas que dejan en los tres poderes.

Quienes nos opusimos desde el primer día al modelo de Néstor y Cristina Kirchner, seguimos una estrategia  para dar paso a un cambio que no debe ser cosmético, de estrellas fugaces, sino que se estructura sobre otro paradigma, sostenido en una democracia sustantiva, donde el Estado practique la ley y la coloque como la columna vertebral de su dispositivo.

Este “acuerdo democrático” deberá conducirlo quien sea elegido Presidente de la Nación, y tendrá el desafío y la necesidad de pasar del modelo de la imposición al modelo del dialogo y el consenso; del modelo unitario al federal, y  del control de los tres poderes a la independencia y autonomía de los mismos.

El mejor acuerdo democrático es aquel que se realice y no aquel que se escriba. Si no, fíjense en la estrategia que empleó Néstor Kirchner con Aníbal Ibarra y Elisa Carrió, sellando un pacto por la renovación de la política, seis meses antes de las elecciones.

Mirada a distancia, era una estrategia de blanqueo, como una ley de construcción de capital político y simbólico, que allanó su camino al triunfo.  Se unió a dos dirigentes que tenían algunos valores reconocidos, en ese momento de honestidad y renovación, y lo utilizó como trampolín para germinar el modelo más autoritario que nuestra democracia ha conocido.

Aquí sobresale el segundo gran punto: para realizar una cultura democrática, hay que practicarla desde el lugar que nos toca. Lo hicimos y los hacemos todos los días. En el Congreso, presentándonos a la Justicia cuando corresponde, en la calle y en las rutas, en el debate intelectual cuando se avasallan las libertades individuales y funciona la lógica del sometimiento.

Dejemos a la sociedad que votó a este gobierno que comprenda que el camino de la decadencia es producto de su propia acción  política. Necesitamos comprender que hoy la sociedad está viendo que el relato son sólo palabras vacías, y que detrás asoma una realidad donde el crecimiento, el modelo de matriz diversificada, la distribución del ingreso, la inclusión, la lucha contra los monopolios, era un gran montaje que termina en Boudou, en Lázaro Báez, en la inflación, en la inseguridad y en la perdida de una oportunidad para la Argentina. Se  deglutieron las posibilidades de una década, que bien llevada se vería en autopistas, más inversión, menos pobreza y menos inseguridad.

La estrategia del kirchnerismo es clara: encontrar a los enemigos, y el futuro tiene relato si logran endosarle a  las “fuerzas del mal” el  40 % de inflación, el despilfarro energético, la corrupción extrema y la recesión.

Este concepto es central para comprender que sería un error imperdonable dejar un espacio para que el proyecto K construya esa fantasía del retorno. El mito del regreso precisa de un enemigo responsable que sea el culpable de los problemas que el gobierno atraviesa. El proyecto K necesita dejar la idea instalada: que sus problemas no fueron sino obstáculos que el enemigo le tendió en su camino a la “revolución”.

Necesitan quitarse toda responsabilidad de encima, pasar por inocentes, no asumir las consecuencias de sus decisiones. Están buscando la provocación, están buscando a ese enemigo que como último capítulo del relato , sea el que los empujó, el que les provocó la inflación, los desestabilizó, les impidió terminar su “misión histórica”  para continuar el relato hacia el futuro.

La provocación de este final demuestra su debilidad, no su fortaleza. La verdadera fuerza estaría en poder demostrarle a la sociedad que vuelven los días del consumo; en cambio trepan las cifras del empleo del empleo informal; que vuelven los superávits gemelos, y no la pérdida cotidiana de reservas.

El relato de este débil gobierno se les deshilacha. Tiene resortes institucionales y los explota, porque como no puede satisfacer las necesidades de la gente, porque se lo comió con su lógica populista, ahora quiere que se coma el Código Civil, la ley de abastecimiento, y la adecuación del Grupo Clarín,  y demás “ataques” que realizarán en los próximos meses.

Nosotros no sólo no estamos paralizados, sino que estamos construyendo la alternativa de Gobierno que no se edifica siendo espejo del kirchnerismo, que es lo que muchos sectores nos piden. ¿Por qué no? Porque nos transformaríamos en ellos mismos.

La democracia hacia adelante, la construimos con herramientas actuales, con las que defendemos a los argentinos del autoritarismo y el avasallamiento. Nosotros tenemos límites que el kirchnerismo no, y esos límites son condiciones necesarias para construir el futuro: el poder debe ser limitado.

Una frase de Guillermo Maci resalta “evitar las compulsiones que ejercitan al extremo el odio”. Si el kirchnerismo lo hace, no nosotros. Somos el cambio.