La mentira y el fraude como política de Estado

Patricia de Ferrari

El kirchnerismo debe parte de su éxito al manejo con mano de hierro de todos los recursos que le permite una sociedad permisiva y prescindente, mientras apela al relato que distrae y confronta. Y debe parte del gran rechazo que genera a su permanente confusión entre Estado y partido gobernante, por la que se apropian de recursos y bienes estatales como si fueran propios y borran de esta suerte todo límite legal.

Además, el uso y el abuso de las potestades que prevé la Constitución para quienes gobiernan quedan reducidos a la visión interesada de un poder que la ningunea constantemente. La discrecionalidad en el poder, además de instituciones de baja o nula intensidad democrática, crea situaciones de ficción. Por citar un ejemplo, en el comercio exterior han establecido mecanismos poco claros, trabas, oficinas paraestatales adonde hay que “tributar” para poder vender los productos que se quieran ofrecer al mundo. Esos procesos han beneficiado a un puñado de amigos del poder, pero han perjudicado fuertemente al conjunto del país, como sucedió con las multas que nos impuso la Organización Mundial del Comercio por esos obstáculos.

Por último, en este final de ciclo, el Gobierno ha hecho de la mentira y del fraude una política de Estado, a nivel nacional e internacional. Así, nos mienten con el presupuesto, la inflación, la pobreza, los resultados de las elecciones, sus declaraciones juradas y vaya uno a saber con cuánto más.

Sin embargo, el tiempo pone blanco sobre negro y deja en evidencia las mentiras, la apropiación y el abuso. Creo que debemos reflexionar acerca de la pesada mochila que todo este entramado va a representar para el Gobierno que venga, dado que quien asuma deberá hacer un cuadro real de la herencia recibida.

Todo este modus operandi se torna aún más grave para nuestra república, dado que el progresivo hundimiento del Frente para la Victoria y sus referentes (por posibles causas de corrupción; pero también por sospechas de fraude y otros procedimientos contrarios a la Constitución en materia electoral) arrastra al fango y pone bajo duda también al Estado nacional.

Así deslegitima al sistema, el tiempo que tiñe de sospechas y virtualmente vacía de poder a los dirigentes que resultan electos a través de ellos. Quienes perdieron progresivamente legitimidad de ejercicio ahora se ocupan de destruir la legitimidad de origen de quienes deberán sucederlos.

Durante las últimas semanas, el escándalo que rodeó a los comicios de Tucumán deja en evidencia las perversiones que permite el sistema vigente, tanto como el modo abusivo y tramposo en el que los que tienen el poder (y manejan las cajas) se valieron de él. En este escenario, cabe preguntarnos: ¿desde cuándo? Porque ahora adquiere otro significado el latiguillo “Yo no lo voté” en alusión a otro tristemente célebre presidente proveniente del Partido Justicialista. Porque al abrirse esta duda estamos obligados a pensar si realmente habrán tenido los votos que se dijeron.

En relación con la oposición, luego de la crisis del 2001 justificaban nuestras derrotas diciendo primero que no teníamos candidatos competitivos. Luego, que la oposición dispersa no representaba la voluntad de los ciudadanos. Posteriormente, cuando nos unimos, que la cantidad de fiscales no alcanzaba a resguardar los votos en todas las mesas. Pero ahora, a la luz de las irregularidades que se van destapando, sería legítimo pensar que la trampa está en otra parte.

El desafío para la oposición no solo es generar alternativas y alternancia, sino echar toda la luz posible sobre estos procedimientos contrarios a la ley. Trabajar para asegurar transparencia, respeto a la división de poderes bajo el imperio de la ley como condiciones plenas de una verdadera democracia que permita seguir construyendo la república que todos deseamos. Pero solos no podemos. Toda la ciudadanía debe continuar reclamando que se respete su voto tal como lo efectuó, y que los corruptos no se apropien del país. Para que la Argentina no sea rehén de los caprichos de unos pocos, sino la tierra en la que todos soñamos vivir y mejorar, para los que estamos y para las futuras generaciones.