El poder deja de ser eterno

Comienza España a transitar un nuevo tiempo. El reinado de Juan Carlos I llega a su fin, por propia y soberana voluntad, abriendo paso a una nueva generación encarnada en la figura de su hijo Felipe. Este proceso sucesorio que ayer se inició resulta del todo novedoso para un país con la especial historia política de la España del último siglo y medio (con dos repúblicas, dos reinstauraciones, y una larga y desgarradora dictadura a cuestas). Sin embargo, la actual sucesión monárquica (algo que no se daba desde 1902) se encuentra perfectamente prevista y garantizada por la Constitución de 1978. Así, la generación de la transición, cuyo exponente último era justamente quien supo comandarla y llevarla a buen puerto desde la Jefatura del Estado, deja su lugar ahora, 39 años después, a otra nueva, la de su hijo.

Con Felipe VI como nueva cabeza del Estado español, el país entrará en una nueva etapa, caracterizada por serios y grandes desafíos. El caso Noos -que afecta por corrupción a Iñaqui Urdangarín, esposo de la infanta Cristina y yerno del rey, y que podría llegar a derivar en un auto de procesamiento para esta última-, si bien es visto a prima fase como un asunto de enorme impacto y relevancia, no se alzará sin embargo, en el tope de las preocupaciones institucionales del nuevo monarca.

Sin ir más lejos, la Infanta dejará de formar parte de la Familia Real -aunque no así de la Familia del Rey-, una vez que Felipe asuma como nuevo monarca. Por el contrario, cuestiones tales como la representación política, la legitimidad de las instituciones -entre las que se encuentra la monarquía-, la validez de la pacto Constitucional de 1977/78 y por sobre todo, la unidad de la Nación ante el desafío secesionistas catalán, y en menor medida vasco, se presentan como los grandes temas a los que deberá hacer frente el príncipe Felipe, una vez asumida la Jefatura del Estado.

El rey Juan Carlos, sabiendo de este delicado momento histórico por el que atraviesa España, decide pues, dar un paso al costado en vida, y no esperar a que la transición monárquica -desconocida para los españoles al no haberse dado en más de 110 años de historia-, suceda recién como consecuencia de su desaparición física. De esta forma, permite que su experiencia y prestigio puedan acompañar, apoyar y eventualmente sostener a su hijo, durante los primeros pasos como nuevo soberano, intentando que esta nueva transición -ahora dinástica-, pueda alcanzarse con el mismo éxito de que aquella transición política, que tan bien supo conducir a partir de 1975.

El momento que elige para abdicar no puede ser políticamente más oportuno. Lo hace entre las pasadas elecciones europeas de mayo de 2014 y las generales españoleas de 2015. Abdica en tiempos en los que España comienza a repuntar económicamente, con cifras de recuperación no registradas desde el inicio de la crisis de 2009. Se va dejando la imagen de un rey activo -que regresa de dos giras internacionales por los países del Golfo, en donde su prestigio y afinidad con las casas reales locales permitirán importantes contratos para empresas españolas, relanzando así un agresivo proceso de internacionalización del país.

Decide, por último, seguir el camino de renovación generacional adoptado por otras monarquías europeas, su adecuación a los tiempos, y su comprensión de que el poder ha dejado de ser visto en el mundo como algo perpetuo, aún para aquellas instituciones que como la monarquía, así lo entendían -y para ello, la renuncia de Benedicto XVI ha constituido un enorme punto de inflexión.

Así pues, en menos de un mes, España tendrá un nuevo rey. Aprobada la ley orgánica mediante la cual el Parlamento apruebe la abdicación de Juan Carlos I, la sucesión se dará en forma automática, a fin de no generar un vacío de poder. No obstante ello, y a fin de darle solemnidad y trascendencia al acto, Felipe VI será proclamado ante las Cortes, prestando el juramento de rigor, de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes, y hacer respetas los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas. Y ese día, un nuevo capítulo de la historia española comenzará a ser redactado.

Europa concurre a las urnas

Con desánimo generalizado y enorme apatía, más de 412 millones de ciudadanos europeos están convocados a votar a los 751 diputados que los representarán en el Parlamento Europeo.

Están siendo cuatro intensos días (que comenzaron el jueves y continuarán hasta la jornada de hoy), en los que se definirá el mapa político europeo para los próximos cinco años. De esta nueva Legislatura surgirá seguramente el futuro Presidente de la Comisión (órgano ejecutivo de la Unión) ya que, para su nominación, los Tratados establecen que deben tenerse en cuenta los resultados de estas elecciones parlamentarias de mayo. En esta línea, la estructura supranacional da un paso más hacia su plena democratización.

Sin embargo, y más allá de la paz e institucionalidad garantizada para sus Estados miembros durante estos 60 años de integración, la llama creadora que inspiró la construcción europea está siendo amenazada por factores coyunturales, que al afectar en forma directa a enormes porciones de población, corroen la credibilidad misma del proyecto en su conjunto.

No son ni más ni menos que las consecuencias de la devastadora crisis financiera iniciada en 2008, que si bien pareciera haber entrado en una etapa de superación, deja una herida aún lejos de cicatrizar. 27 millones de desempleados y la amenaza de pobreza para cerca del 20% de la población comunitaria (como consecuencia de las medidas de austeridad adoptadas, sin las esperables acciones de contención social), son causa suficiente para justificar la irritación ciudadana, el pesimismo y la desmovilización hoy imperantes.

Así, la sutil estabilidad y el incipiente crecimiento que comienzan a registrar varias de las economías más castigadas no llegan a tiempo para convencer, de cara a estas elecciones, que la Unión sigue siendo el camino más acertado para alcanzar el progreso y la cohesión económica y social, así como para garantizar el desarrollo sostenible y equilibrado para sus más de 500 millones de habitantes.

De esa forma, durante estas cuatro jornadas electorales, la ciudadanía de los 28 Estados miembros, están eligiendo a sus representantes entre los más de 16.300 candidatos que se han presentado a través de casi 1.000 listas.
Probablemente partidos y alianzas euroescépticas y nacionalistas (como la del Frente Nacional francés, de Marine Le Pen, o la del PVV, del holandés Geert Wilder, tan contrarios a la ampliación de competencias supranacionales), obtengan más bancas que las deseables para el Hemiciclo de Estrasburgo.

Sin embargo, son éstas las reglas de la democracia. Y dentro de ellas, será tarea de las fuerzas políticas europeístas (en especial de los 2 grandes partidos -Populares y Socialistas- que hasta la fecha han garantizado la estabilidad y la alternancia política a escala supranacional), el abrirse a alianzas más amplias, que permitan que durante los próximos 5 años de Legislatura, pueda avanzarse en las múltiples asignaturas aún pendientes, a fin que la Unión siga afianzándose como un espacio abierto de libertad, Justicia, estabilidad y prosperidad.