Reflexiones de la última la década

Paula Bertol

Néstor Kirchner asumió la Presidencia de la Nación hace diez años. En medio de una difícil situación político-económica y con apenas el 22% de los votos, el ex gobernador de Santa Cruz se calzó la banda de manos de Eduardo Duhalde en una inolvidable ceremonia en el Congreso de la Nación, y enseguida adoptó el conflicto como singular estrategia para salir a construir poder.

Las Fuerzas Armadas, la Iglesia, el campo, los medios de comunicación, la Justicia, la oposición. La situación económica mejoró y con ella se dio la ansiada legitimación en las urnas, pero la época de la confrontación y la búsqueda de concentración de poder nunca terminó para el matrimonio Kirchner.

La Argentina tuvo hasta 2007 un progreso económico sostenido que incluyó una mejora del salario real y la vuelta de las paritarias. Aunque al día de hoy nunca se dejó de gobernar con la aplicación de leyes de emergencia que poco tienen que ver con la realidad del país al momento que fueron sancionadas.

En esta década se produjo la reapertura de los juicios por terrorismo de Estado y se sancionó el decreto Nº 222 con el que se designó a los ministros de la nueva Corte Suprema de Justicia de la Nación. Se incorporaron muchas mujeres a la toma de decisiones y hubo una expansión de derechos como es el logro de la transversalidad del voto en la Ley del Matrimonio Igualitario, y la implementación de un proyecto de origen opositor como es la asignación universal por hijo, que todavía resta que pase por el Congreso.

Pero lo que dominó la escena fue siempre una falta de transparencia y una fuerte corrupción estructural cuya alarmante impunidad se buscó perpetuar con la introducción de la política y el Poder Ejecutivo dentro del Poder Judicial. En todo este tiempo se construyó poder en la figura presidencial en desmedro de las instituciones y las capacidades del Estado, y esto se vio reflejado, por ejemplo, en la pérdida de autonomía del Banco Central, la supresión del debate parlamentario, la implosión de los organismos de control y la degradante manipulación de datos del Indec.

Todo ha entrado siempre, desde el primer día, en una dicotomía amigo-enemigo que ha dividido profundamente a la sociedad y ha calado hondo en muchas familias argentinas. Prácticas como la distribución arbitraria de la publicidad oficial y la concentración de medios en manos de gente cercana a la Presidencia de la Nación se han dispuesto a lo largo y a lo ancho de todo el país para acallar las voces de aquellos que no abrazan el modelo.

De la misma manera, ciudadanos pertenecientes a provincias cuyos mandatarios no son afines al gobierno han sido también víctimas del manejo discrecional de fondos y han visto pasar su oportunidad de vivir mejor por la falta de una ley de coparticipación que establezca reglas claras para todos y termine con esta política de unitarismo fiscal que solo se transforma en federalismo al momento de votar.

La falta de planificación e inversión en materia de transporte es también, sin dudas, una de las grandes deudas que deja el kirchnerismo después de estar diez años al frente del gobierno; y lo que es peor las principales víctimas de esta falta de inversión son las clases más vulnerables que el propio gobierno se jacta de defender. Las mismas que día a día sufren en carne propia la inflación y la pérdida del poder adquisitivo.

En sintonía con esto último la gravedad de la no política energética hizo retroceder a la Argentina y es hoy la causa del déficit fiscal por los más de 12.000 millones de dólares que deben utilizarse para importaciones.

Nuestro país necesita políticas de estado a mediano y largo plazo que permitan atraer capitales para invertir y así poder expandir la base productiva para que surjan nuevos puestos de trabajo para los argentinos.

En la década que viene la Argentina debe recuperar sus instituciones dejando de lado prácticas autoritarias y centralistas que dividen a la sociedad, la corrompen y la llevan por el camino equivocado.