El peso se derrite, la Argentina también

Pedro Benegas

Me gustaría que sean parte del evento que hicimos el martes pasado que despertó la curiosidad de cientos de ciudadanos y por eso los invito a imaginarse que estamos frente al Banco Central con un billete congelado como lo muestra esta imagen y a escuchar atentamente estas palabras:

Les hablo de la inflación, de esa inflación que nos derrite como se derrite esta barra de hielo. Nos derrite nuestros ahorros, nuestro poder adquisitivo y, en suma, nuestros sueños de una vida mejor.

No quiero entrar a la discusión de cuanto es el nivel de la inflación. Ustedes lo viven cuando van al supermercado o salen a comer. Pero todos sabemos que el Indec y Cristina mienten. El tema es por qué pasa esto y cómo se puede solucionar. La barra de hielo se sigue derritiendo al igual que nuestro poder adquisitivo.

Es posible que los muy jóvenes recién ahora experimenten este flagelo. Pero hay innumerables argentinos que todavía recuerdan con amargura la época del ministro Rodrigo en 1975, la circular 1050 durante el último gobierno militar o la hiperinflación del presidente Alfonsín. Peronistas, radicales y militares coquetearon con la inflación, y todos sin excepción, acabaron por empobrecer al país y a su gente.

Nos alarma que el gobierno no tenga en cuenta estos antecedentes y que a su vez siga empecinado en reflotar medidas que han fracasado una y otra vez, como los controles de precios y las crecientes trabas burocráticas a los que producen.

Pero lo más triste es que en algún momento —con todos los problemas que tenía y tiene el país—, parecía que al menos en los últimos años habíamos logrado vencer y deshacernos de la inflación. Y ahora la vemos resurgir otra vez con los K, en un mundo donde ya casi ningún país tiene inflación alta. No es casualidad que Argentina y Venezuela estén entre los cuatro o cinco países con más inflación del mundo: no hay duda de que Cristina quiere que nos parezcamos más a Venezuela, con todo los que esto implica.

Es la irresponsabilidad de este gobierno, de este Banco Central que está aquí frente a mis espaldas, los que han producido este retroceso. Cada punto de inflación que sube significa 150.000 nuevos argentinos que entran al infierno de la pobreza. Son los mismos puntos de inflación que el gobierno oculta, como oculta a los pobres debajo de la alfombra, arrojándolos previamente a un pozo y del cual quieren sacarlos parcialmente –sólo parcialmente— con clientelismo a cambio de votos. Es una mecánica perversa y que degrada a la gente. Por eso no es un juego de palabras decir que degradar la moneda es degradar también a las personas.

Pero ¿por qué ocurre todo esto? La inflación es consecuencia de un Banco Central que se transforma en una maquinita de imprimir billetes por sobre las demandas reales de la economía. ¿Y por qué el gobierno imprime dinero en exceso? Pues para financiar el despilfarro y sus gastos espúreos: Aerolíneas, 678, la publicidad oficial que nos que nos cuenta el relato, los Báez y los Fariñas, el fútbol “gratis”, la militancia rentada de La Cámpora, los viajes al exterior, los lujos de todos los funcionarios, los subsidios a los empresarios amigos, como los que manejan los trenes y tantas otras cosas. Porque ya ni siquiera les alcanza con los impuestos draconianos que nos cobran, impuestos que ni siquiera vuelven al pueblo bajo la forma de bienes públicos y de infraestructura básica teniendo en cuenta el estado lamentable de la educación, los hospitales públicos, los niveles de inseguridad, la infraestructura vial, por nombrar sólo algunos ejemplos.

Hay quienes dicen que parar la inflación trae un costo social, que implica un ajuste. Y yo tengo noticias para los que dicen esto: el costo social es esto mismo que estamos viviendo. El sector privado hace rato que dejó de crear trabajos; el desempleo —hasta reconocido por el propio Indec— sube, mientras el sueldo y los ingresos fijos van siempre por la escalera y nunca se compensa con los aumentos, que se van derritiendo como se sigue derritiendo la barra de hielo.

Nosotros creemos que se puede combatir la inflación sin hacerle pagar el costo a los sectores populares. Ni incurrir en el cuco del “ajuste” con el que nos tratan de asustar todos aquellos que les conviene la inflación, empezando por el propio gobierno. Mientras paramos esa maquinita, hay que crear un cambio de expectativas: adoptar un plan agresivo para atraer inversiones agresivas para crear empleos en forma rápida (para que no se vayan empresas como Vale y vengan nuevas), cortar subsidios a todos los empresarios amigos del poder que no producen, bajar el costo de la política y del gobierno, levantar todos los cepos y detener las fugas de divisas, favorecer a quienes tomen trabajadores y empleados y a quienes quieran instalar su pequeño negocio o empresa.

Cristina decía en Harvard –no en La Matanza– que si hubiera 25% de inflación el país estallaría por el aire. Le tengo noticias a usted señora presidente: ¡el país está estallando en estos momentos! Pero podemos hacer un control de daños antes de que sea tarde y revertir la tendencia. Para que la inflación no nos derrita del todo… ¡miren la barra de hielo! para que no se derrita nuestro poder adquisitivo, para que el país y nuestros sueños dejen de derretirse y empiecen a crecer, fuertes y vigorosos.