¿La única esperanza?

Hay una pregunta respecto a todo este movimiento de legalización de la marihuana que no deja de inquietarme desde hace unos días. Después de tantas décadas en que la guerra contra las drogas no ha hecho más que dejar un reguero de sangre sin ningún tipo de resultado positivo en el plano del consumo, de repente el gobierno federal comienza a permitir que se den pasos concretos en el plano estatal, para la legalización. Yo me pregunto, ¿será porque se han dado cuenta que la “guerra” no tiene sentido, o será porque los Estados Unidos la ha comenzado a producir? Si la respuesta es la segunda opción, estamos ante otro de esos actos de hipocresía, en los que los países pequeños se ven aplastados por las potencias. Uno de esos actos que terminan siendo abono de confusión, para esos discursos que pronuncian las bocas de los Chávez, Castro, Maduro, Correa, o cualquiera que sea el gobernante de turno que tiene la necesidad de ocultar la ruina que ha causado, o su corrupción, con alguna excusa de tipo imperial.

¿Será posible que todo lo que motive las políticas con respecto a los estupefacientes sea y siempre haya sido la economía? ¿Algo así como si el dinero se queda aquí entonces que se legalice, si el dinero sale de aquí entonces que se prohíba? Tal vez esté exagerando. Los Estados Unidos ha demostrado en muchas ocasiones estar movido por intereses altruistas, en los que sus ciudadanos lo han dado todo por la libertad de otros. Después de todo, se trata de un país que históricamente ha recibido y protegido a personas perseguidas, a oprimidos, a maltratados, y le ha abierto las puertas ofreciéndoles la oportunidad de vivir teniendo las mismas oportunidades que todos. Sin embargo, también se nota a veces un doble rasero, como el que los mueve a criticar, con razón, a un opresor latinoamericano, mientras no sale ni una palabra de crítica sobre la inmensidad de abusos que se cometen en Arabia Saudita, por citar un ejemplo.

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La noticia más importante

Cuando llega la época de fin de año es común que recordemos los hechos más importantes de los últimos doce meses. Este fue un año movido en cuanto a política y, por ser la primera potencia mundial, los Estados Unidos acapararon gran parte de la atención, debido a sus luchas internas de poder, que incluso llevaron a una parálisis gubernamental que se prolongó por poco más de dos semanas. Con los Estados Unidos también tuvo que ver una noticia internacional que en su momento le dio la vuelta al mundo: el inicio de las conversaciones con Irán, que por primera vez se ha mostrado dispuesto a renunciar a su programa de armas nucleares, en aras de suavizar las sanciones económicas que le agobian.

En Europa ganó las elecciones de su país Angela Merkel, por lo que no se prevé un giro importante en las políticas económicas del Viejo Continente, siendo Alemania hoy por hoy la nación más sólida de la Unión Europea. En Latinoamérica, Nicolás Maduro sigue con las desastrosas políticas de su antecesor, dilapidando más la gran riqueza de la nación venezolana; el gobierno de Colombia prosigue con los diálogos de paz en La Habana; Brasil vivió un mes de intensas protestas desatadas por un pequeño aumento en las tarifas del transporte público; Argentina ya tiene Papa, un porteño que ha revolucionado a la Iglesia con su sencillez e ideas nuevas; y en Chile, Michelle Bachelet ganó las elecciones para un segundo mandato. Sitúo aparte otra noticia de ese continente, ya que quizá tiene un alcance en el tiempo mucho más significativo que los otros: la legalización de la marihuana en Uruguay, bajo el gobierno del presidente Mujica.

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Amigos y enemigos

Al revisar las noticias de la semana que pasó, da la impresión de que en Colombia no se le ha dado suficiente importancia al informe de inteligencia sobre el inminente atentado al ex presidente Álvaro Uribe y al fiscal Montealegre. Sobre todo, parece que no se le ha concedido la importancia que merece; el silencio de los miembros de las FARC que se encuentran en La Habana, o su simple referencia al hecho como un chisme, y la actitud del presidente Juan Manuel Santos que, primero, responsablemente, ordenó a su ministro de Defensa que le informara al ex presidente, pero después lo contradijo, diciendo que se trataba de un informe viejo. Todo esto además, cuando se celebraba, pocos días antes, un acuerdo de participación política en el que el gobierno se comprometía a brindarle a las FARC todas las garantías que pedían para ejercerla de forma segura.

¿Y si lo que se está creando es un partido político con un brazo armado, sobre el que los miembros de ese partido, aparentemente, no saben nada y por ende no se hacen responsables de sus actos? Un escenario así sería peor que todos los años de guerra. ¿Se imaginan a congresistas barriendo a la oposición a punta de bombas y balas, y de paso, patrocinando sus campañas con los ingresos de la empresa más lucrativa del país actualmente, como es el narcotráfico? Maduro y Chávez, les quedarían en pañales.

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Negociación o reforma

Se ha celebrado con cierta euforia, sobre todo desde algunos sectores del gobierno colombiano, y algunos políticos, el haber logrado un acuerdo sobre el segundo punto en la negociación con las FARC (el que habla de la participación en política de este grupo una vez desmovilizado), de los seis que conforman la agenda. Sin embargo, el gobierno del presidente Juan Manuel Santos ha sido un poco más discreto, al recordar, en medio de los discursos que celebran el hecho, que “nada está acordado, hasta que todo esté acordado”.

A pesar de ser consciente del avance maravilloso que sería para Colombia que en lugar de un grupo narcoterrorista haya un partido político, sí son muchas las dudas que me asaltan al leer sobre lo acordado.

La primera duda radica en la confianza que se le pueda tener, una vez desmovilizados, a los miembros de un grupo que lleva demasiados años engañando al país, incluso después de que los hechos los han dejado en evidencia, como en el caso de los diputados del Valle, que ejecutaron a sangre fría, y cuya muerte quisieron atribuir a un ataque del ejército.

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La mala memoria

“La Cámara ha declinado proceder en la implementación de cada presupuesto que adoptó apenas hace tres meses. Por consiguiente, pienso que la Cámara ha elegido: el secuestro –y sus poco realistas y malintencionados recortes discrecionales– debe ser terminado”, estas fueron las palabras del representante republicano por el estado de Kentucky y presidente del poderoso comité de asignaciones de la Cámara de Representantes, Harold Rogers, después del rifirrafe que la semana pasada personificaron los miembros de su partido en el Senado y la Cámara. Ni representantes ni senadores, lograron ponerse de acuerdo sobre dónde y cómo implementar los recortes salvajes que su mismo partido forzó hace unos pocos meses. ¿En qué estarían pensando cuando lo hicieron?

Días atrás el vocero de la mayoría en la Cámara, John Boehner, había dicho en una entrevista que él sería juzgado por las leyes que revocara y no por las que pasara. Más claro no podía ser. Ya van por el intento número cuarenta de revocar la ley de salud del presidente Obama. ¿Qué tan bueno puede ser para un país que el más poderoso de sus líderes en el Congreso sienta que su trabajo consiste más en sabotear que cooperar? El Congreso es llamado la rama legislativa del poder público. Sus integrantes están allí para legislar. Legislar, según el diccionario de la Real Academia significa: Dar, hacer o establecer leyes. Sin embargo el vocero de la mayoría piensa que su sitio en la historia consiste en cuántas leyes destruye.

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El sueño de una mejor vida

Un amigo se acaba de hacer ciudadano de los Estados Unidos. Me contó que la ceremonia fue muy emocionante. Había gente de muchas nacionalidades, de Europa, Asia, Latinoamérica, el Caribe. Todos felices, jurando fidelidad a una patria que no los vio nacer, pero que los acogió como si hubieran nacido. Una patria generosa, que abre las puertas de su libertad a los oprimidos, a los perseguidos y sí, a los que entran en busca de mejores oportunidades, y después de muchos años consiguen el anhelado pasaporte.

Mientras ves todos esos rostros felices, sin embargo, me dijo mi amigo, se siente un poco de tristeza al pensar en esas personas honradas que después de muchos años de arduo trabajo todavía duermen con el miedo a ser deportados. Esas personas que trajeron a sus hijos muy niños, y de repente se encontraron con que les habían bloqueando el acceso a las universidades. Hoy, a pesar de que una medida temporal les ha permitido acceder a la educación superior, la situación a largo plazo sigue siendo incierta, y ellos (los padres) no tienen claro su porvenir.

Sí, algunos no entraron legalmente y otros se quedaron más del tiempo que se les había permitido. Pero eso no los convierte automáticamente en criminales, como muchos quieren hacerlo ver ahora. Muchas de las personas que no están de acuerdo con la reforma esgrimen como argumento que en los países de los que provienen los indocumentados no reciben gente tan fácilmente, ni le dan trabajo a cualquiera. Sí, pero tampoco reciben a los oprimidos, a los perseguidos, ni a personas que llegan huyendo de regímenes tiranos. Los brazos abiertos a la inmigración es una de las principales características de EEUU, y quizá una de las principales causas de su grandeza. No en vano, su mayor fiesta, la del día de Acción de Gracias, conmemora la llegada de un grupo de peregrinos a las costas de Nueva Inglaterra, huyendo de la persecución religiosa.

Llama la atención que la semana que el presidente Obama dio un discurso en la Puerta de Brandeburgo, abogando por la eliminación de todos los muros, al pie del lugar por donde alguna vez atravesó el temible Muro de Berlín, algunos senadores de los Estados Unidos exigían como condición para aprobar la reforma, que se ampliara el monumento más grande a la insensatez y el egoísmo que se ha construido en las últimas décadas: el muro de la frontera con México.

Y ahora que el debate se ha trasladado a la Cámara, otro grupo de representantes dice no estar dispuesto a darle un camino hacia la ciudadanía a los indocumentados, sino tan solo una forma de permanencia.

La mayor guerra que se ha vivido dentro de estas tierras se dio también por la lucha de unos contra el sometimiento que otros infligían a un grupo de inmigrantes que fueron traídos a la fuerza, y a sus hijos, que retenían como una propiedad, como si fueran cosas, sin ningún derecho. Así que mantener ahora en el país a un grupo de personas que funcionen como ciudadanos de segunda, sin derecho de llegar a ejercer jamás la esencia de esta democracia, el voto, contraría no solo la naturaleza inclusiva de esta nación, sino su historia.

En el transcurso de los años que llevo viviendo en los Estados Unidos he conocido a verdaderas luchadoras y luchadores, que se rompen las manos trabajando por enviarles un dinero a sus hijos, o por sacarlos adelante en este país. Estas personas, que siguen luchando sin descanso a pesar de la adversidad, de no tener seguro médico y de no contar con los beneficios de quienes sí les fue otorgado un estatus migratorio, se merecen el aplauso de la humanidad, y no el castigo de la discriminación, por no contar con una tarjeta verde.

Desde que comenzaron las discusiones, congresistas demócratas del Senado, a los que se les sumó un grupo de catorce republicanos, luchan codo a codo por lograr una reforma justa. Pero hay un grupo que los está saboteando. Creo que todos los inmigrantes ciudadanos, residentes, asilados, refugiados, debemos alzar la voz por los que todavía no consiguen ser ‘legales’, en la tierra de las oportunidades.

Al menos yo seguiré escribiendo porque esos millones de seres humanos que se encuentran en el limbo, logren la dicha que obtuvo mi amigo.

Y alcanzar el sueño de una mejor vida.

Egipto: el significado de la democracia

El 25 de enero del año 2011, siguiendo el ejemplo de Túnez, comenzaron en El Cairo una serie de protestas ciudadanas que rápidamente se extendieron a todo Egipto. 18 días después, el viernes 11 de febrero, sucedía lo que durante casi 30 largos años pareció un imposible: Hosni Mubarak, el poderoso dictador que llevó las riendas del país durante todo ese tiempo, dimitía. La revolución egipcia había triunfado, sumando así el nombre de su país a la lista de naciones que comenzaban a otear la libertad en aquella serie de alzamientos a los que se le dio el nombre de Primavera Árabe. La plaza Tahrir, en El Cairo, núcleo de aquella revuelta, se convirtió en un lugar de leyenda, en el símbolo regional de la victoria de los oprimidos.

Más de dos años después, el domingo 30 de junio del presente, la plaza volvió a abarrotarse de personas, esta vez ya no clamando la caída de un largo régimen tirano, sino por la de quien, un año exacto atrás, se había erigido como el primer presidente democrático de Egipto, el ingeniero Mohamed Morsi. Solo tres días más de ese corto año seguiría Morsi en el poder, ya que el miércoles 3 de julio, el jefe del ejército, el general Abdel Fatah Al Sisi, anunciaba, mientras la plaza explotaba en un grito de júbilo, que el presidente ya no ejercía sus funciones, y que sería reemplazado temporalmente por el presidente de la Corte Suprema Constitucional, el jurista Adly Masour, y que la Constitución de corte islamista impulsada por Morsi, y aprobada en las urnas con muy poca asistencia quedaba suspendida.

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El nuevo orden mundial

Entre todo lo que se ha dicho ahora que los Estados Unidos ha anunciado que piensa ayudar a los rebeldes sirios debido a la utilización de armas químicas del régimen de Al Assad, llama la atención la respuesta de Rusia al ser presionados por los diplomáticos estadounidenses para que a su vez condenen al régimen: ¿Cómo pueden creerle a la inteligencia de los EEUU, si hace unos pocos años afirmaron que Irak poseía armas de destrucción masiva, y al final resultó que no había nada? Esa pérdida de credibilidad es quizá otra de las consecuencias más dañinas de aquella guerra.

La intención de los Estados Unidos al armar a los rebeldes sirios parece más destinada a debilitar la posición del régimen de Al Assad a la hora de una negociación de paz, que en darles el suficiente poder para ganarla. Al parecer las experiencias de Irak y Afganistán han servido para que el gobierno de EEUU no arme de forma desmedida a una fuerza no ordenada, que en cualquier momento puede salírsele de las manos. Siempre es bueno aprender de los errores para no repetirlos.

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Profecías orwellianas

Cuando el gobierno de los Estados Unidos decidió invadir Afganistán como respuesta a los atentados del 11 de septiembre del 2001, muchos se preguntaron si una guerra convencional era la estrategia indicada. Al poco tiempo siguió la invasión de Irak, cuya conexión con los atentados pasaba por la supuesta posesión de armas de destrucción masiva, por parte del régimen de Sadam Hussein.

Pero ambas guerras, en lugar de debilitar a Al Qaeda, parecieron fortalecerla. Miles de personas acudieron al llamado de una yihad, o guerra santa, y lo que siguió fue una carnicería en la que cientos de miles de civiles resultaron muertos, heridos o desplazados. Y miles de soldados estadounidenses resultaron muertos o heridos en combate.

Al mismo tiempo que las dos guerras, la administración pasada se encargó de crear leyes y controles, aduciendo como fin la seguridad nacional. Dichas leyes fueron vistas como una inmersión del gobierno en la vida privada de las personas. El arribo de “El Gran Hermano” profetizado por George Orwell en su afamada obra 1984. Así que entre las nuevas leyes, las dos guerras, y cárceles como Abu Ghraib y Guantánamo y otros centros secretos de reclusión en los que se torturaba con el fin de sacarle información a los capturados, el gobierno anterior fue acusado de faltar a la Constitución y de repetir lo que en otras naciones los Estados Unidos condenaba.

Cuando el presidente Barack Obama era candidato, entre sus promesas se contaban el cierre de la cárcel de Guantánamo y el fin de las torturas, el fin de las dos guerras, y el fin de la vigilancia gubernamental a las personas. Hasta ahora ha finalizado una guerra, la cárcel de Guantánamo no puede cerrarla sin que el Congreso lo autorice (y no lo ha autorizado), ya no se tortura, y la vigilancia sigue.

Creo que es una muestra de la incertidumbre de los gobiernos para contrarrestar eficazmente este flagelo, a partir de las leyes anteriores al 9-11. Y una muestra de lo que el mundo, desde entonces, ha cambiado.

Esta semana que pasó, salió a la luz el control de las agencias de seguridad sobre las llamadas realizadas por extranjeros subscritos a una compañía de teléfonos, y la revisión de datos (no a ciudadanos ni residentes), en varias redes sociales y compañías de Internet. El presidente Obama, el director de la Agencia de Seguridad Nacional, el fiscal general, y congresistas de ambos partidos, defendieron el programa como una herramienta eficaz en el combate contra las organizaciones terroristas.

En el transcurso de esta administración, los integrantes de la cúpula de Al Qaeda, incluyendo a Osama Bin Laden, han sido dados de baja o capturados, con labores policíacas, en las que primaron las agencias de inteligencia. Pero a esa estrategia se le sumó otro aspecto controversial, como son los aviones tripulados a distancia, o drones, que tienen la capacidad de traspasar fronteras y llegar a lugares remotos, sin que se ponga en riesgo la vida de los pilotos.

Lo cierto es que hoy por hoy, quizá el mayor peligro que afronta este país es el terrorismo, que puede atacar sorpresivamente en cualquier lugar, e incluso, ser llevado a cabo por personas que no son miembros activos de una organización, como todo parece indicar que es el caso de los hermanos Tsarnaev, autores de los atentados de la maratón de Boston. ¿Cómo, en la era de Internet, ante esta amenaza, podría garantizarse la seguridad de las personas sin que las agencias de inteligencia monitoreen los correos electrónicos y las llamadas?

Me temo que, lastimosamente, la existencia de esta pregunta, muestra que, en cierta medida, los terroristas consiguieron parte de lo que querían: que el gobierno del país de la libertad tuviera que pedirle a sus ciudadanos que, en aras de mantener su seguridad, renuncien a una parte de esa libertad.

El presidente Obama recibió un país con una amenaza latente. ¿De qué otra forma podría disminuirse esa amenaza? Me parece que su respuesta apunta más al largo plazo, y está en la prudencia con la que su administración ha asumido conflictos como el de Siria, en el que antepone a una intervención el acuerdo unánime del Consejo de Seguridad de la ONU. O en el caso del gobierno de Irán, que ante su obstinación en fabricar un arma nuclear, trata de impedirlo por la vía diplomática y presionando con sanciones económicas, antes de embarcar arbitrariamente al país en otra guerra.

Aplicación de la justicia acorde al tamaño de la chequera

El artículo del lunes en el New York Times comenzaba diciendo que ante los hallazgos de un panel del Senado sobre la serie de traslados que la empresa Apple ejecuta sobre sus ganancias en el exterior (lo que todo ciudadano, residente, empresa o corporación está obligado a declarar), se esperaba que al día siguiente en la audiencia pública que el respectivo comité le haría a Timothy Cook, CEO de la compañía, y otros altos ejecutivos, hubiese un verdadero choque de trenes.

El artículo del miércoles que hablaba sobre dicha audiencia, comentaba que el CEO había desarmado a los senadores, que terminaron diciendo frases como “nosotros amamos el iPhone y el iPad, y sé que no es fácil venir a ser el foco de atención, pero para nosotros es importante”O, “ustedes han logrado cambiar el mundo y eso es un legado impresionante”. O, “tú debes ser una persona muy inteligente y además una persona muy dura”. O, “al final lo único que quiero saber es por qué tengo que actualizar periódicamente las aplicaciones de mi teléfono”.

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