La libertad y sus gestores

Pedro Corzo

Hay quienes optan por callar y justificar los errores y las faltas en las que incurren personas u organizaciones con las que comparten un proyecto, conducta que se corresponde con la frase: “La ropa sucia se lava en casa”; una opción muy discutible, porque es contraria a la necesaria transparencia en la gestión pública.

Esta consideración es consecuencia de que un sector de los activistas pro democracia en Cuba rechaza los cuestionamientos y las críticas de que son objetos algunos dirigentes que, dentro o fuera de la isla, enarbolan propuestas y estrategias que tienen como objetivo derrocar al régimen de los Castro.

Los opositores, sin que importe el lugar donde operen, no son perfectos. Erran como cualquier hijo de vecino y, como figuras públicas, su actuación puede y debe ser cuestionada si las circunstancias lo ameritan.

La gestión pública implica victorias y fracasos, en consecuencia, en el trayecto se ganan partidarios y adversarios y, en muchas ocasiones, enemigos. Los que asumen posiciones de liderazgo, incluidos los que han llegado a distinguirse por casualidad o por reflejo de influencias de terceros, están obligados a tomar decisiones, lo que genera un porcentaje de aciertos y errores en sus acciones.

No hay persona infalible y quien crea que un dirigente lo es no pasa de ser un fanático, a la vez que le inflige a la causa que defiende un gran perjuicio, porque el liderazgo más competente necesita de críticas y rectificaciones.

El discurso, el debate, la comparecencia pública, la participación en eventos internacionales y cualquier otra actividad que tenga como fin el establecimiento en Cuba de una sociedad democrática es de suma importancia, pero no se debe perder la perspectiva de que el escenario y los actores del cambio están en la isla y no fuera de ella.

Los exiliados no deben tratar de imponer sus opiniones y sus valoraciones a los que cumplen la tarea a favor de la libertad dentro de Cuba. Es un deber sugerir, aconsejar y apoyar en todo lo que las circunstancias requieran, pero jamás tratar de exportar estrategias y tácticas a un escenario conocido por otros actores que son los que deben tomar las decisiones.

Los opositores al interior de Cuba tienen la gran responsabilidad de hacer que los ciudadanos reclamen de la dictadura respeto a sus derechos, a la vez de demostrar al ciudadano de a pie que el Gobierno es el único responsable de las precarias condiciones materiales y espirituales en las que transcurre su existencia.

Deben trabajar con los problemas diarios de la población. Denunciar la falta de agua y alimentos. Las graves deficiencias en los sistemas de salud y educación, las dificultades en el transporte, la corrupción, así como divulgar la gestación de una nueva clase que disfruta de bienes y oportunidades a las que solamente tienen acceso los que pertenecen a la aristocracia política.

Es una labor compleja y difícil. Cuesta arriba, pero el político debe interpretar y bregar por la solución de los problemas del pueblo que pretende representar.

En el presente, algunas agrupaciones al interior de la isla procuran cumplir con la acción social que demanda la población, sin descuidar su proyecto de trabajar por un cambio de sistema. Es preciso combinar y mezclar la solidaridad humana con la protesta política, ambas tareas se complementan.

Es posible que más de uno manifieste que es fácil expresar esta opinión desde el exterior, cierto, pero aun así no deja de ser una realidad, máxime si quienes lo expresan pagaron su cuota por luchar contra el régimen cuando muchos callaban o eran sus cómplices.

No hay razones para enmudecer ante quienes pretenden hacer creer que la lucha contra el totalitarismo se inició con su participación. Este proceso ha sido muy largo y cruento. En alguna medida todos los cubanos han sido afectados, en derivación, todos tienen derecho a opinar y demandar y, por supuesto, la obligación y el deber de participar.

Otros pensarán que estas líneas son consecuencia de la frustración y la amargura, sentimientos que pueden estar presentes en la mayoría de los hombres y las mujeres que durante estas casi seis décadas han confrontado sinceramente al castrismo, pero que no los inhabilita para expresar su opinión y seguir trabajando a favor del cambio.

Cierto que el régimen reprime, pero esa es una de las consecuencias que sufren los demócratas que enfrentan las dictaduras en cualquier país del mundo. A fin de cuentas el respeto, la admiración y la solidaridad que han ganado a través de los años los opositores al régimen totalitario son el resultado de sus acciones y sus sacrificios, no sólo por sus discursos o sus proyectos, por luminosos que estos hayan sido.