Washington y La Habana

Pedro Corzo

La visita del presidente Barack Obama a Cuba obliga a un examen apresurado de la forma en que ambos Gobiernos han tratado sus diferencias de más de medio siglo.

Estas dos capitales representan modelos ideológicos, políticos y sociales antagónicos. Sin embargo, no significa que sus respectivos pueblos sean enemigos, como han sido sus líderes por décadas, a pesar de que desde La Habana se instrumentó una política estatal contra Estados Unidos y lo que representa.

La enemistad entre ambos Gobiernos estuvo signada por la violencia. La Casa Blanca se empeñó en destronar a la dinastía de los Castro, pero el clan de Biran, aun antes de llegar al poder, había manifestado que su verdadero enemigo sería Estados Unidos en cuanto triunfara la insurrección.

Si Washington instruyó, armó y financió operaciones militares contra la dictadura castrista, sus enemigos de Cuba apoyaron de diferentes maneras a todos los grupos antisistema que operaron en ese país, entre ellos, los Panteras Negras, los Macheteros y los Weatherman, por sólo mencionar unos pocos de una larga lista. Washington también fomentó fórmulas para contener el expansionismo castrista. Decretó un embargo como política de contención y dictó leyes con el objetivo de reducir la capacidad de acción de la dictadura insular.

Aunque a algunos no les gusta rememorar el pasado, Cuba fue la plataforma militar soviética más importante en el exterior, base de submarinos, de espionaje y varias instalaciones de misiles con capacidad nuclear para destruir ciudades estadounidenses.

Los Castro consonaron con sus intereses y en el marco de los planes de ser uno de los protagonistas de la Guerra Fría, auspiciaron una política de subversión en todo el hemisferio con el objetivo de dañar los intereses de Estados Unidos y de establecer Gobiernos aliados que también confrontaran con la nación del norte.

Los proyectos subversivos castristas se implementaron en diferentes lugares del mundo, África y Asia en particular. Ejércitos mercenarios cubanos ocuparon países africanos. Cuba fue taller para entrenar terroristas de la ETA y del IRA irlandés, también de tupamaros y narcoterroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Es evidente que entre ambos Gobiernos hubo grandes diferencias, intenciones de mutua destrucción, se espiaron y conspiró abiertamente el uno contra el otro, mientras, en foros internacionales, aireaban ácidamente sus diferencias.

Sin embargo, desde el principio del diferendo hubo un notable contraste entre la actuación de Washington y La Habana. El Ejecutivo estadounidense no gestó en su pueblo una política de odio contra Cuba. No orquestó campañas en contra de la música de la isla, tampoco contra otras expresiones de arte y cultura, ni organizó marchas, protestas y conferencias para desacreditar los valores de la sociedad insular.

Por parte de La Habana, como dijera Ernesto Guevara: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar, nuestros soldados deben ser así, un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”, fue la consigna y la actuación oficial.

Fue el Gobierno cubano quien ordenó el derribo del monumento al acorazado Maine, una intensa campaña contra la música, el arte y los productos que se fabricaran en Estados Unidos, quien acusó a todos los que se enfrentaban al régimen de agente de CIA, una manera de responsabilizar ante el pueblo al vecino del norte porque hubiera conflictos en el isla.

El eslogan “Cuba sí, yanquis no” repercutió por décadas en todo el país. Correspondencia con allegados en Estados Unidos era un delito no codificado, pero sí factor para ser discriminado en la sociedad castrista. Fue el régimen quien inventó las Marchas del Pueblo Combatiente y la Tribuna Antiimperialista frente a la sede diplomática estadounidense.

El individuo que tenía un familiar en el extranjero, en particular en Estados Unidos, no era de fiar. Al respecto, una colega comentaba hace unos días que por los ochenta una tía visitó Cuba y que esta le preguntó por qué no conversaba con ella, a lo que respondió: “Tía, a nosotros nos enseñan en la escuela que todos los que viven en su país son nuestros enemigos”.

El régimen nunca cejó en su aspiración de destruir a Estados Unidos, sólo que su ineficiencia absoluta en la gestión económica, la creciente frustración de la población en el modelo de gobierno que le impusieron, sumado al fin de los subsidios de la Unión Soviética y el riesgo de perder las regalías del chavismo, han determinado que el enemigo de ayer sea el amigo del presente, con el fin de hacer los cambios que necesarios para que lo importante siga igual.