Cuba, un tiempo que se repite

Pedro Corzo

Hay quienes afirman que la historia no se repite; sin embargo, es fácil encontrar en su devenir analogías y similitudes, lo que confirma el aserto de que “hay que conocer la historia para no repetirla”. Por supuesto que los sucesos no se reproducen con exactitud, porque cada período tiene sus especificidades y sus personalidades; empero, hay elementos casi constantes que hacen evocar el pasado, así como una especie de espíritu de la época que se reedita y conserva valores fáciles de identificar en las vivencias de cada pueblo.

La historia de Cuba no es una excepción. En ella hay elementos constantes que conforman su quehacer nacional, a pesar de los nuevos escenarios y actores que se sucedan. Hay situaciones que parece que se reproyectan, como si se contemplara una película reconstruida sobre otro ambiente.

Hay una singularidad en el pueblo cubano de fácil verificación y es la capacidad que posee para involucrar en sus conflictos domésticos a países extranjeros, con independencia de la inclinación intervencionista o mediacionista que puedan tener esos Estados.

Los cubanos han sido hábiles en internacionalizar sus conflictos y el reciente restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos lleva a evocar el Tratado de París, pero también la mediación de Sumner Welles en la crisis nacional de 1933.

Durante el Tratado de París, en 1898, el papel de Estados Unidos fue muy importante, como también las omisiones y las participaciones del resto del mundo, particularmente la de los países de América Latina, que por lo regular han optado por ignorar lo que sucede en Cuba bajo la dictadura de los Castro.

En relación con la isla hay agentes históricos muy similares entre la época colonial y el actual régimen, por ejemplo, un régimen autoritario, poderoso, represivo, cimentado en la fuerza y la intolerancia. Un gobierno que, al igual que el colonial, muestra más interés en negociar con poderes extranjeros los conflictos internos de la nación que con los propios nacionales que reclaman respeto a sus derechos.

Paradójicamente, se repite la existencia de un exilio influyente y poderoso que trabaja contra la dictadura, mientras, paralelo a este, hay isleños que, como los viejos autonomistas, prefieren que actores extranjeros decidan sobre su país, antes que sus compatriotas que enfrentan el despotismo.

En 1896, el Gobierno de la República de Cuba en Armas intentó celebrar un Congreso Panamericano que auspiciara el proceso independentista cubano, lo que resultó en un rotundo fracaso, porque faltó el apoyo de las naciones hermanas.

Frente al castrismo, la desidia y la falta de solidaridad latinoamericana también han sido constantes, y donde mejor se ha apreciado esa conducta ha sido en los foros internacionales, en particular en las instancias defensoras de los derechos humanos de Naciones Unidas. Hay que destacar que de América Latina no ha partido una sola iniciativa que promueva el establecimiento de una sociedad democrática en Cuba.

Sin embargo, aunque los países del Viejo Continente no respaldaron a los independistas cubanos en la lucha contra España, en 1996, la Unión Europea instituyó una posición común hacia la dictadura de la isla, ahora en revisión, pero, en términos generales, Europa ha sido más solidaria con la oposición democrática cubana que los países que integran el continente americano.

Por otra parte, la influencia ejercida por Estados Unidos en Cuba durante la colonia, el período independentista, la república y durante el totalitarismo, es un factor que ha marcado de forma indeleble a la nación isleña.

La Resolución Conjunta, en 1898, la referida intervención de Welles ante la dictadura de Gerardo Machado, en 1933, el embargo de armas al régimen de Fulgencio Batista, en 1958, el diferendo con Washington que se extendió por más de cinco décadas, han sido factores claves en el devenir histórico de la isla. No obstante, toda la relevancia de esos acontecimientos palidece ante las expectativas que generó en la población el restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana.

El castrismo intentó sembrar el odio contra Estados Unidos y todo lo que ese país representa, pero el rotundo fracaso del modelo político y social que impusieron en la isla ha sido un factor clave para que muchos isleños hayan dejado atrás la consigna “Cuba sí, yankees no” y miren hacia la nación del norte con una devoción que nunca antes sintieron.

Esta situación se testimonia en el comportamiento lastimoso de un sector de la sociedad cubana después del restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana, y la visita del presidente Barack Obama, porque al parecer estiman que los problemas del país se resolverán por la gracia extranjera y no por la voluntad y el esfuerzo de los cubanos.