La especulación que es una capitulación

Rafael Gentili

Durante la campaña por el ballotage en la ciudad, desde el PRO y Cambiemos se llevó a cabo una profusa operación para forzar a Martín Lousteau a bajarse de competir contra Rodríguez Larreta. La misma presión se viene ejerciendo sobre la candidatura presidencial de Margarita Stolbizer y Progresistas desde que la anunció en abril pasado.

Según esta visión, sus candidaturas, por el solo hecho de existir, serían funcionales al kirchnerismo. Es una posición bastante floja de argumentos y poco tolerante del juego democrático. Por más que ellos insistan, el país no está dividido en dos. Es cierto, hay dos extremos densos y bulliciosos de fanáticos e intolerantes, pero en el medio hay una porción anchísima de la ciudadanía (la famosa “ancha avenida del medio”) que no está dispuesta a resignarse a esa polarización ficticia. Mal haríamos los Progresistas, que hemos navegado en esas aguas los últimos 12 años, si nos diluyéramos en cualquiera de los extremos. Nuestro electorado no nos lo perdonaría nunca y, en el juego de la representación, nada hay más grave que la traición al propio electorado.

Irónicamente, el domingo 19 de julio, tras conocerse la victoria ajustadísima de Rodríguez Larreta sobre Lousteau (técnicamente, una diferencia del 1,5 % apenas), el que se bajó fue Mauricio Macri. Pero no se bajó de una candidatura como ya lo hizo otras veces. Se bajó de algo infinitamente más grave: se bajó de las ideas que vino sosteniendo desde que empezó en política e incluso antes, y sobre las cuales construyó su oposición al Gobierno nacional. No lo hizo precedido de ninguna reflexión autocrítica ni mea culpa. Lo hizo por susto, el susto que le dio el electorado de la ciudad que viene gobernando cómodamente desde hace 8 años.

Lo hizo también por una especulación netamente electoralista y rampante, de esas que generan el desprecio y el desprestigio de la actividad política entre la ciudadanía, porque transmite la idea de que los que hacemos política estamos en esto por los cargos o por la plata, la ambición de llegar sin importar para qué. A nosotros, en cambio, nos motivan la solidaridad con el que sufre, los proyectos y el sueño de ver feliz a nuestro pueblo.

Su especulación terminó siendo una capitulación. Para atraer a esa ancha avenida del medio, capituló en los únicos temas de política pública que lo ubicaban en la vereda de enfrente al kirchnerismo. Porque vamos a decirlo con toda claridad, mal que le pese a Elisa Carrió, en la agenda republicana el Gobierno del PRO en la ciudad ha sido un buen alumno del kirchnerismo: disciplinó los organismos de supervisión, controla los resortes principales del Poder Judicial -al punto de desplazar a los jueces que lo incomodaban-, maneja con total discreción y exceso de gasto la publicidad oficial -incluso copió la lógica de funcionamiento de Fútbol para Todos en la publicidad en el subterráneo-, dio vía libre a la expansión del juego, tiene a su amigo de juventud controlando la obra pública y le entregó la nueva terminal de micros al empresario que ya maneja pésimo la Terminal de Retiro. En definitiva, ya eran parecidos, ahora son lo mismo.

La paradoja es que esta acusación de ser funcionales al kirchnerismo también nos la espetaron cuando nuestros diputados apoyaban en el Congreso las medidas que ahora Macri, a destiempo, elogia.

Pero ni antes ni ahora nos confundimos. Podemos compartir algunas iniciativas del Gobierno nacional, pero nos separa un abismo: la manera de entender la práctica de la presidencia de los Kirchner, basada en la acumulación de poder a partir de la utilización patrimonialista y, de ser necesario, mafiosa, de los recursos públicos. Ejercicio que, pese a la retórica del relato, nos ha dejado un país siempre injusto y desigual.

No se puede construir una sociedad de iguales si no tenemos la capacidad de revelarnos ante el intolerable sufrimiento del otro. Si quienes gobiernan no pueden ejercer la docencia de la honradez, predicando con el ejemplo. Por eso, nuestro lema de campaña, lejos del marketing vacío, remite a dos valores centrales de la ética de izquierda democrática y centrales también para la Argentina que queremos: decencia e igualdad.