El ratoncito no puede salir de la cajita sin tapa

Raúl Cuello

Queda entendido que el cerebro del sujeto de la historia no podría utilizar ninguna herramienta para resolver una cuestión que desconoce, ya que, para él, la tercera dimensión no existe. Este cuentito viene a mi memoria porque puede servir de experiencia en casos de enfrentar problemas cuya solución posiblemente esté más allá de la comprensión humana, aun de los profesionales de ciencias y tecnologías.

Y, claro está, por serme afín, a quienes pretendan diseñar una estructura impositiva que se acerque a lo que podría considerarse un modelo perfecto, es decir a los economistas, que deberían estar dotados de todos los conocimientos científicos propios de la teoría económica como para lograrlo. Va de suyo que excluyo a los que tengan la pretensión de serlo, aunque su tarea se relacione con los impuestos. Siempre afirmé, sin soberbia alguna, que una cosa es diseñar instrumentos fiscales y otra muy distinta, llenar las planillas que los cumplimenten.

Esta introducción vale como antecedente a un seminario que dirigí en el Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica Argentina (UCA) hace por lo menos cuarenta años. En la reunión, el tema a considerar era el impuesto a la tierra libre de mejoras, en relación con la política cambiaria de tipos de cambios diferenciales para el agro y la industria, basados en la distinta productividad relativa de uno y otro sector. Como esta tesis estaba desarrollada en un libro de Marcelo Diamand (Doctrinas económicas, desarrollo e independencia) y allí quedaba expuesta mi posición contraria a los cambios diferenciales (tipo de cambio único) para buscar la equidad intersectorial por medio de la estructura tributaria, se justificó el seminario bajo mi dirección.

Debo puntualizar la formación de los presentes en la reunión, dada la especificidad del tema a tratar. La mayoría eran licenciados en economía y algunos con posgrado. Al comenzar la exposición, hice un repaso de autores que habían dejado su impronta en el pensamiento en sus orígenes. François Quesnay, Robert Turgot y otros, por parte de los fisiócratas, de Adam Smith y David Ricardo pocos años después, entre los clásicos. Ya pasada la mitad del siglo XIX, ideas de Henry George (1839-1897) en Estados Unidos y León Walras (1834-1910) en Lausana y que se inspirara en las del alemán Henri Gossen.

En Argentina, tomé en consideración las ideas de los iluminados en la Revolución de Mayo, todos de la escuela fisiocrática, con Manuel Belgrano a la cabeza. La ley de Enfiteusis del presidente Rivadavia fue la aplicación práctica de aquella escuela. Mencioné la posición de la Generación de 1837, con Esteban Echeverría como el más destacado en la imposición a la tierra y a quien Alfredo Palacios considerara el albacea de mayo.

Como es natural, puntualicé en cada caso la posición de cada uno de los nombrados y otros más, respecto de su preferencia por el impuesto a la tierra. Debo recordar que cuando comenzó la ronda de preguntas y respuestas, al apreciar que todos discutían con ideas a favor o en contra, pero sin fundamentarlas con base en posiciones teóricas, sino en preferencias políticas, pronto advertí que se pronunciaban desconociendo la esencia de la cuestión. Como el ratoncito del cuento, no conocían la tercera dimensión y no encontraban la salida.

Quedaron todos en silencio y sin responder, salvo con ejemplos, basados en elementos de conocimiento general. Hasta que hice la pregunta crucial: “¿Qué es la tierra? ¡Definámosla!”. Después muchos se encolumnaron detrás de esta respuesta: “Tierra es el suelo que sirve para producir alimentos.” No, exclamé: “Está comprendida en la definición, pero la respuesta es una definición incompleta”. Finalmente, quedamos con que el tema se vinculaba con la tierra rural y urbana, identificándola con uno de los factores de la producción de la escuela clásica. Bien. Y como es sabido, los neoclásicos la hicieron desaparecer como tal, ya que a partir de 1850, estos quedaron subsumidos en solamente dos: trabajo y capital.

Parecía que nos habíamos puesto de acuerdo, pero faltaba mucho. Cuando apareció el nombre de Henry George, autor de Progreso y miseria, que fue periodista y no economista, pero llegó a ser nominado profesor en Yale University, al frente de la Cátedra de Economía, desconocían esta figura del pensamiento clásico. Porque George no era comunista, como muchos creían, era un gran pensador que propiciaba un modelo socialista basado en la propiedad privada y financiado por un impuesto único, como antes lo habían propuesto los fisiócratas. Era liberal ortodoxo, para enfatizarlo, respetuoso de la propiedad privada, librecambista y partidario del mercado libre. Su error, más tarde corregido por sus seguidores: “Era el del impuesto único. Pero fue quien nos ayudará a completar la definición de tierra, que todavía está incompleta”.

Y así como George sorprende a los académicos, León Walras, uno de los más brillantes economistas, hijo de Gustave, también economista, precursor de la escuela marginalista, la teoría subjetiva del valor y autor del modelo de equilibrio general, no deja de sorprender menos. Es que tanto la academia como los intereses políticos ocultan que el autor del modelo de equilibrio general, siguiendo las ideas de Henri Gossen, propició la nacionalización de las tierras. Walras fue y es para muchos un ícono del neoliberalismo, pero sin respeto a la propiedad privada.

Tanto George como Walras propiciaban el impuesto sobre la renta del suelo. Pero mientras el primero lo hacía sin afectar el patrimonio del propietario, ya que lo gravable sería la renta futura, Walras paga al actual propietario con bonos el valor actual de su tierra, con lo cual lo está indemnizando pagándole con renta futura hasta extinguir la obligación. La tierra, para Walras, debería nacionalizarse.

Karl Marx no entra en nuestro análisis porque la revolución del 1917 confiscó las tierras a sus propietarios, sin compensación ni presente ni futura. Las tierras pasaron a ser colectivas. Los kolkhoz y los sovoz.

Y, por último, algo que en las universidades nacionales no se enseña (ni públicas ni privadas). ¿Cuál es la definición de tierra? “Tierra es la naturaleza, es lo que puede identificarse con Dios y que existe para uso y disfrute de los hombres. Cualquier actividad que se realice sobre ella obtiene una renta que es propiedad de todos y por eso es justo que se pague un impuesto sobre esa renta”.

Concluyo esta nota con una cita del libro de Winston Churchill, The People’s Rigths. Antes de la lectura, una prevención: nadie puede creer que Churchill fuera un pensador y político comunista. Y que estas líneas no se conozcan como debería no es obra de la casualidad: “La tierra difiere de todas las otras formas de propiedad. Es muy cierto que el monopolio de la tierra no es el único monopolio que existe. Pero es el más grande de los monopolios —es un monopolio perpetuo y es la madre de todas las otras formas de monopolio. Es muy cierto que los incrementos no ganados en la tierra no son la única forma de beneficios no ganados e inmerecidos que los individuos pueden conseguir, pero es la forma principal de incrementos no ganados que no sólo no son beneficios, sino que positivamente perjudican al público en general. La tierra, que es una necesidad de la existencia humana, que es la fuente original de toda la riqueza, que es estrictamente limitada en extensión, que está fija en una posición geográfica… la tierra, digo, difiere de todas las otras formas de propiedad en aquellas primarias y fundamentales condiciones”.

Epílogo: No da la misma renta una hectárea en Pergamino que en cualquier ciudad de Argentina, por ejemplo, en Ciudad Autónoma de Buenos, en Puerto Madero, Belgrano, Flores o Pompeya. Recordemos siempre: “El impuesto, cuando es a la tierra, es libre de mejoras”.