La mala educación…

Roberto Funes Ugarte
Cualquiera que lea este título recordara la película de Pedro Almodóvar con Gael García Bernal en su rol protagónico. Pero en esta ocasión nada tiene que ver el film del ecléctico cineasta, la mala educación se la adjudico en este artículo a los camareros y recepcionistas de todos los restaurantes de los Palermos Soho y Hollywood.  Jactándose de ser la ruta gastronómica de la bohemia Buenos Aires, llega a ser surrealista la poca intención y la antipatía de los meseros que reciben a los comensales, me incluyo en este último grupo. Soy habitúes de algunos reductos del buen comer, no necesariamente costosos sino mas bien donde los platos conservan una relación precio calidad. Aun en estos espacios donde la gula acecha, he llegado a la conclusión que esta epidemia de caras largas, miradas extraviadas y respuestas poco gentiles propias de los mozos y mozas, ya son una constante. Captar la atención de estos jovencitos, en su mayoría estudiantes mal gestados, es una verdadera misión imposible. Ni un “buenas noches” se desprende de sus labios rebalsados de pearcings. Ni pensar siquiera en obtener una respuesta feliz cuando con desgano toman la orden. Que en general no recuerdan y reponen su falta con un pedido errado o un agregado. Comer es uno de los pasatiempos de los argentinos y, las buenas costumbres para fortuna de muchos aun se preservan, pero estas provienen del lado del cliente no de quienes deberían brindar un servicio adecuado. No es llamativo que los acentos latinos, como el colombiano, el mexicano o el ecuatoriano, trinen en los rincones de la callecitas de Palermo Viejo, nombre originario del barrio gourmet. Cada vez son más los muchachos y muchachas provenientes de estas naciones que desplazan con su simpatía y calidez, armas irresistibles, a los indiferentes y hasta soberbios camareros, que en su mayoría son oriundos de la ciudad rioplatense. La ajetreada vida de la ciudad y el caos que todos conocemos, no son justificativos para que un acto tan natural y placentero como ir a un restaurante se convierta en una batalla por ser bien tratado.