Basta de hipocresía, ¿dónde está la gente real?

Todos tenemos pretensiones, pero ¿quién en definitiva dice la verdad? Hoy intentaré contarles algunos de los absurdos y pocos creíbles conceptos de la pseudosociedad porteña actual.

Desde que me inicié en la comunicación, primero como periodista gráfico y luego en la televisión, he sido testigo del deterioro de un grupo de personajes que aún no saben que esto “ya pasó”. Insisten en defender a una elite que desde hace décadas se deslució y en la que sólo quedan vestigios de lo que alguna vez fue rancio. Fiestas fastuosas, aunque no todas, algunas con buen camuflaje, donde siempre se repite el mismo patrón: invitados que esperan la llegada de la soirée para no gastar y comer gratis, fingiendo estar recién llegados de Saint Tropez cuando la realidad es que no salieron de sus casas por dos semanas para no levantar sospecha. Los relacionistas públicos, qué fauna poco elegante. Muchos hasta han perdido su memoria y rechazan su humilde pasado creando de sí mismos individuos difíciles de digerir. No entiendo, cuánto mejor es asumir el esfuerzo y valorar el lugar alcanzado. Falsos asesores de imagen que hasta inventan su propio monograma en su vajilla y ropa blanca, adosándose a modelos o chicas con ansias de pertenecer. Ambos polos se unen en la cruzada de no perderse los eventos en los cuales se juntan millas para la próxima función. Señoras  abocadas a la beneficencia intentado evadirse de su situación puertas adentro con maridos infieles e hijos ausentes. Ni mencionar a estos empresarios que buscan saciar sus bajos instintos con ninfas frescas, divorciados o solteros, con un fotógrafo a mano que retrate su carrera de don juan para elevar su hándicap entre las postulantes. Las termitas, infaltables. Son un reducido grupo pero en asombroso crecimiento que hurtando las invitaciones del departamento de su vecino, brindan nombres falsos en el hall de entrada y hacen efectiva su entrada a la recepción.  Les aseguro que se reproducen con aterradora rapidez.

A esta lista la coronamos nosotros, los periodistas que reflejamos esta frivolidad, que, claro, asumo llevarla en una admisible cuota como todos los mortales. Nos convocan para ilustrar páginas de revistas, minutos de aire y secciones de periódicos. Algunos más persuasibles que otros aceptan un viaje al exterior con todo pago, una linda corbata Hermes o una invitación a comer a un restaurant donde la cuenta suma varios ceros, para darle espacio a una oruga que quiere ser mariposa y figurar. Sí, ese el trueque o la moneda en que se reconoce nuestros servicios a veces. Algunos lo toman como un sueldo extra y otros preferimos no asumir este compromiso que no tiene vuelta y nos acotamos al contenido que puede sumar una nota o reportaje. Inventamos y alimentamos fieras, la diferencia es sutil y lo divertido es que estas después se devoran entre ellas mismas.

Somos todos buenos, somos todos solidarios, somos todos falsos. Les cuento una infidencia, hace un mes una de estas damas me convocó para ir a su fiesta anual solidaria. Me pidió que convenciera a dos mujeres divinas, en todos los órdenes, para que asistieran junto a mí a su comida de gala y le otorgaran la cuota de glam de la que carecía su festejo. Las invitadas solicitadas estaban fuera del país y yo jamás recibí la confirmación y menos la tarjeta. Como la causa era buena decidí participar y ayudar desde mi lugar con la cobertura, ya que además de la partida -en teoría según esta novata benefactora- acudirían el conductor número uno de la tv vernácula y varias figuras o celebrities -horrible palabra esta última. Arribamos al hall y fue tal el maltrato hacia la prensa, la poca educación y la ridícula actitud de la anfitriona, que varios de los comunicadores decidimos levantar campamento. Un par de obsecuentes se colaron en las mesas de los figurantes de turno, esos poderosos que compran un espacio y cogotean a ver si un flash los retrata. El circo montado en un salón de un hotel en la zona de Retiro fue un fiasco, por lo que me comentaron, y hasta tuvo un show grotesco como broche de oro.

Este es sólo un capítulo más de lo que se vende en ciertas revistas y que la mayoría sólo ve las fotos y lee los epígrafes. En breve habrá otro de estos encuentros sociales y les relataré si este tópico se vuelve a repetir.

Ustedes me darán su propia visión y acepto sugerencias y críticas, buenas o terribles, para eso estamos los que informamos.

Malas compañías

Quizás les resulte algo extraño que en esta ocasión escriba respecto a las relaciones íntimas, pero que son tan humanas como quien les habla. En lo cotidiano y desde hace tiempo me relacionan con el lifestyle, en el llano nuestro el estilo de vida, o el glamour o vaya saber qué palabra para decirme con elegancia que soy frívolo y vacuo. Créanme que tener el mote de un hombre que disfruta de la buena vida, a veces no es tan generoso. En este artículo me referiré a aquellas personas que en algún momento del camino, ese que todos recorremos, no aportan más que objeciones y malos tragos a nuestra integridad. No importa la profesión que ejerzamos o la religión que practiquemos, ni siquiera las preferencias personales, siempre habrá personas que no nos quieran bien. Aunque de una mala respuesta a una agresión, la diferencia es notoria y dañina. No hacen falta los golpes, jamás justificados bajo ninguna circunstancia, para que un momento pleno mute a un estado de incomodidad y nula felicidad. Hay formas de manifestar el descontento para con el resto de la vecindad, pero la descalificación y la soberbia son dos armas letales para quienes ejercemos y defendemos la integridad. De veras que son un hueso duro de roer. ¿Por qué a los hombres nos resulta tan práctico trasladar la culpa hacia el otro? Dónde radica esa cruel satisfacción, pues no lo sé. De lo que sí tengo certeza es de que, antes de decir cualquier frase infortunada refiriéndonos a algo o alguien, es más conveniente respirar hondo, contar una decena o bailar un chamamé antes de escupir el veneno que todos, en mayor o menor dosis, transportamos. Hace poco –para ser exacto, este fin de semana que pasó– fui testigo de un suceso tan infértil y carente de razones que decidí escribir este atípico texto, según mis críticos. Presencié cómo una persona le decía a otra lo mucho que la quería y cuánto significaba en sus vidas tal sentimiento. Al parecer eran dos buenos amigos compartiendo una pizza y un par de cervezas en esas noches pegajosas de Buenos Aires. Léase noventa por ciento de humedad. Nada menos elegante que la humedad. Uno de ellos le recriminaba al más tímido lo mala que había sido su actitud al no responder ante una situación límite de la cual ni con dos perros de riña uno sale airoso. "Qué poca cosa sos, ¿cómo no fuiste capaz de saltar por mí?, te conozco de toda la vida. Qué hijo de perra resultaste".  A medida que mi oreja se despabilaba, los litros de malta se cobraban el crédito en el verborrágico pelirrojo. El otro, el acusado, un castaño con chapas al estilo Adolfo Cambiasso. ¿Ubican, no? El rojizo le recriminaba con énfasis a su íntimo su poca hombría por no haberlo defendido ante un suceso poco afable. Es que el recriminador fue descubierto in fraganti con las manos en la masa y con botín a bordo. Según lo que allí se decía, este sujeto robó a su mujer una cantidad importante de dinero para poder huir con su amante al Uruguay, dejando tres críos a la buena de Dios, según sus epítetos. "Te dije que me cubrieras, te lo pedí desesperadamente. Y en vez de tirarme un centro elegiste correrte a un lado. Me dejaste solo en esto. ¿Qué clase de amigo sos?". Y sí, qué clase de amigo le pide a otro que ante un engaño tal éste salte con su ballesta a tapar su cobardía. Azorado escuchaba, dentro de lo que se podía, ya que el bullicio se interponía entre los dos señores y yo, una verdadera ametralladora de improperios y sandeces. Y el desenlace fue lo mejor. No les diré cómo terminó todo este embrollo, lo dejo a su libre interpretación. Lo que sí puedo contarles es que allí, en esa noche chiclosa porteña, entendí que ni mil años o dos días son argumento para permanecer al lado de alguien, sea cual sea la relación que tengamos con una persona que nos hace menos dignos. Las malas compañías hablan mucho de nosotros, y si estás transitando una escena que no te aporte nada positivo, pues "soltar" es un verbo maravilloso. Alivianar la mochila es una tarea costosa pero peor es no querer cortar el hilo por lo más delgado, lo cual se puede transformar en una soga al cuello.

La mala educación…

Cualquiera que lea este título recordara la película de Pedro Almodóvar con Gael García Bernal en su rol protagónico. Pero en esta ocasión nada tiene que ver el film del ecléctico cineasta, la mala educación se la adjudico en este artículo a los camareros y recepcionistas de todos los restaurantes de los Palermos Soho y Hollywood.  Jactándose de ser la ruta gastronómica de la bohemia Buenos Aires, llega a ser surrealista la poca intención y la antipatía de los meseros que reciben a los comensales, me incluyo en este último grupo. Soy habitúes de algunos reductos del buen comer, no necesariamente costosos sino mas bien donde los platos conservan una relación precio calidad. Aun en estos espacios donde la gula acecha, he llegado a la conclusión que esta epidemia de caras largas, miradas extraviadas y respuestas poco gentiles propias de los mozos y mozas, ya son una constante. Captar la atención de estos jovencitos, en su mayoría estudiantes mal gestados, es una verdadera misión imposible. Ni un “buenas noches” se desprende de sus labios rebalsados de pearcings. Ni pensar siquiera en obtener una respuesta feliz cuando con desgano toman la orden. Que en general no recuerdan y reponen su falta con un pedido errado o un agregado. Comer es uno de los pasatiempos de los argentinos y, las buenas costumbres para fortuna de muchos aun se preservan, pero estas provienen del lado del cliente no de quienes deberían brindar un servicio adecuado. No es llamativo que los acentos latinos, como el colombiano, el mexicano o el ecuatoriano, trinen en los rincones de la callecitas de Palermo Viejo, nombre originario del barrio gourmet. Cada vez son más los muchachos y muchachas provenientes de estas naciones que desplazan con su simpatía y calidez, armas irresistibles, a los indiferentes y hasta soberbios camareros, que en su mayoría son oriundos de la ciudad rioplatense. La ajetreada vida de la ciudad y el caos que todos conocemos, no son justificativos para que un acto tan natural y placentero como ir a un restaurante se convierta en una batalla por ser bien tratado. 

La muestra por excelencia

“Co te va, co tas”, frases apocopadas que no faltaron en la inauguración de arteBA 2012. Esta muletilla ya es un clásico entre los habitués que no quisieron perderse uno de los eventos sociales del año. "Yo esperé este momento para poder lucir uno de los vestidos que me compré en Prada, con el tapadito y todo", bromeó la princesa Patrizia D´Arenberg. Conocida en estas pampas por su apellido toscano, Della Giovampaola admitió estar "encantada con la exposición y enamorada" de dos cuadros que descubrió en el stand de la galerista Isabel Anchorena. Hombres orientales con estrafalarios sombreros que se pavoneaban por el barrio joven y mujeres enfundadas en mamelucos de hule y gafas amarillas sumaron al excéntrico espacio. Una espectacular dama de nombre Magui –así se presentó–, llevando un original pantalón que le cubría sólo una pierna, levantó los suspiros de todo el pabellón de La Rural y fue otra de las anécdotas de la inauguración. Este año en particular la calidad de los artistas es superior; participaron más de cien pintores y escultores. Obras magníficas que rondaban los cien mil dólares elevaron las expectativas de los coleccionistas y una multitud de personajes dieron el marco ideal. En particular quedé prendado de una acuarela valuada en 48 mil billetes de la moneda americana. Me dijeron que la autora es una artista consagrada; si no mal recuerdo, Yenze de apellido. Retuvo mi atención por varios minutos. Y solo quedó en mi retina, claro está. Quizás en otro momento me dedique a reunir cuadros para armar mi pinacoteca; por ahora, sigo siendo fiel a una de mis artistas predilectas: Mercedes Lasarte. Que si hubo burbujas, pues claro que las hubo. El reducto chic puso en evidencia una vez más que la muestra es una reunión social. Con una inmensa nube de acero inoxidable pergeñada por Pablo Reynoso, menos simpático de lo que creí, acompañada de un concurrido y gigantesco colchón color acero, los más relajados permanecieron allí las tres horas que estuvo abierta la feria de arte más importante de Latinoamérica durante la inauguración.         Datos útiles: La exposición estará abierta al público hasta el 22 de mayo inclusive en los pabellones de La Rural. Horario: de 13 a 21.