Preocupa a Obama el futuro del Reino Unido

La reciente visita del Presidente de Estados Unidos a Europa ha tenido un acento inédito al incursionar en algunas incógnitas sobre el futuro del Reino Unido. Por un lado, ha destacado insistentemente la importancia que reviste para Washington que el aliado histórico principal no deje de ser miembro pleno de la Unión Europea. Por otro, se mostró contrario a la independencia de Escocia que desmembraría una parte significativa de la Gran Bretaña conocida.

El énfasis pone de manifiesto la importancia que revisten ambas cuestiones en el pensamiento estratégico norteamericano. Ambos temas, que se resolverán por consulta popular, son percibidos como afectando la fortaleza y credibilidad de Londres como potencia europea y, en particular, el papel que ha ejercido de articulador pro americano en Europa. Ningún otro lo podría reemplazar con el mismo carácter, ni siquiera Francia.

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Confianza y previsibilidad para evitar una nueva guerra fría

Las pujas de poder entre las principales potencias militares aumentan de manera preocupante y ponen a prueba la resistencia de la globalización que propiciaba un mundo más integrado, cooperativo y pacífico. La atmósfera actual es, en cambio, cada día más tensa y comprometida. Ya existe conciencia generalizada de que se está ante la perspectiva de un nuevo período de guerra fría. Los efectos de ese clima en el mundo contemporáneo pueden ser de mayor complejidad que la que primó en tiempos de la Unión Soviética. La existencia de una China más consciente del poder que posee, también hace la diferencia.

La variedad de focos de tensión en distintas latitudes empieza a sufrir los síntomas y consecuencias. La parálisis del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en temas candentes es un reflejo. Cada día es más difícil lograr soluciones diplomáticas negociadas en distintos conflictos, por el enfrentamiento entre las principales potencias del mundo. La guerra civil en Siria, es un ejemplo, escenario en el cual las diferencias entre Washington y Moscú no han facilitado formulas, ni siquiera humanitarias, para reducir los alcances del drama que se enfrenta. Ni que actúe la Corte Penal Internacional.

La rivalidad de Estados Unidos y Rusia, en aumento en los últimos años con motivo de la instalación del escudo anti misiles de la OTAN en Europa, adquirió intensidad con la grave crisis que afecta la integridad territorial de Ucrania. El clima de la relación entre China y Estados Unidos es también complejo. Las acusaciones en materia de espionaje cibernético es la última gota de una desconfianza mutua en aumento como lo demostró, hace un par de semanas, el viaje del Presidente de Estados Unidos por Asia.

Rusia y China parecen dispuestas a recrear el vínculo del pasado. Maniobras militares conjuntas para enfrentar amenazas comunes y acuerdos en materia de suministro de gas, son los mensajes para occidente. La reciente reunión en Shanghai de Vladimir Putin y Xi Jinpig, que profundizan la alianza, es también un desafío ya que intentan demostrar que hay alternativas al pívot de Washington en Asia Pacífico.

Ninguna de las actitudes promovidas por las tres principales capitales, Washington, Moscú y Beijing, fortalecen la confianza y la previsibilidad internacional ni facilitan a la globalización. Es lamentable que así sea cuando el mundo requiere de un comportamiento distinto para solucionar los problemas globales más apremiantes sea en lo relativo al cambio climático, los problemas de crecimiento de población, pobreza como respecto a un mundo económico global más equitativo.

El Papa Francisco, frente a esta situación, ha reclamado al Secretario General de Naciones Unidas, que promueva una movilización ética mundial. Es de esperar que ese llamado a la razonabilidad y responsabilidad internacional, sea tenido en cuenta. El mundo lo necesita.