No se puede hacer más lento

El ilusionista René Lavand solía rematar sus trucos de naipes diciendo “No se puede hacer más lento”. Hace unas semanas, Juan Carlos Fábrega, presidente del BCRA, hizo aparecer, como por arte de magia, una carta con la que logró frenar el culebrón cambiario de enero, cautivando a propios y extraños. En realidad, al igual que Lavand (quien también había sido bancario de joven), la carta que jugó Fábrega nunca había salido del mazo. La Comunicación “A” 5536 del BCRA, que obliga a los bancos a desprenderse de su posición en divisa o activos dolarizados del patrimonio neto que superen el 30% en cartera y el 10% en mercado de futuros, se encontraba en el mazo del BCRA desde marzo de 2003.

caricatura fabrega

La medida se había creado mediante la comunicación “A” 3889, que establecía las mismas condiciones que la vigente en la actualidad. Por ese entonces, la economía argentina, si bien mostraba signos de recuperación en su nivel de actividad, aún no daba certezas en el mercado cambiario, signado por el default y la negociación de la deuda aún pendiente. Como todo truco de magia, tal primera parte consistió en “la promesa”. Se mostró en vigencia hasta que fue suspendida en mayo de 2005, mediante la comunicación “A” 4350. Esta segunda parte del truco fue “la desaparición”. Es el acto temerario que suscita la atracción de los espectadores. Aquella circular le soltó la cadena a los bancos, desafiándolos a adquirir todos los dólares que quisieran. En 2005, la entrada de dólares por comercio exterior no tenía contrapartida en la fuga financiera. Eran tiempos en que el BCRA trataba de que no se apreciara el tipo de cambio, y acaparaba divisas constituyendo el colchón de reservas para disuadir eventuales corridas contra el peso.

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¿Quién empolló a los buitres?

Una vez más, el mundo mira con atención la suerte de la restructuración de la deuda argentina. Ella sentará precedente para próximas restructuraciones, donde ya podemos advertir su necesidad en Europa, con solo ver cómo se busca torpemente martirizar al pueblo griego con ajustes degradantes e ineficaces.

No es la primera vez que Argentina ocupa tal lugar de visibilidad en los ciclos financieros de la economía mundial. En el siglo XIX, la antigua casa Baring Brothers, que venía esquilmando al país desde 1822, terminó quebrando en noviembre de 1890 por jugar con fuego con la deuda soberana argentina. En 1891 el producto cortó en menos 11% (peor que en el Chinchón), guarismo que por ironías de la historia se repetiría en 2002, tras sendas crisis de convertibilidad, especulación financiera y default.

El ciclo actual, que lleva más de 5 años crujiendo en Europa, comenzó a mediados de los setentas en América Latina, región que lideró las reformas financieras, incluso antes que en los países centrales. Desde entonces, Argentina tuvo una actuación destacada en esto de endeudarse por sobre sus posibilidades y sus conveniencias, factor que en los ochenta costó a la región la llamada “década perdida”,  y a Alfonsín la administración de la vuelta a la democracia.

La estatización de la deuda privada a fines de la dictadura militar fue complementada en la década siguiente con la atomización de los acreedores, a través de reestructuraciones improcedentes como las del Plan Brady, que reciclaron la antigua “deuda odiosa” desparramándola en bonos por toda la orbe. Allí EEUU (a través de Brady, su secretario del Tesoro) puso el huevo de los fondos buitres, que las políticas neoliberales de los noventa se encargarían de empollar.

Hoy, volvemos a ser protagonistas en el cierre de ese ciclo histórico de los capitales financieros que ha fracasado en el mundo. Estos fondos buitre se comportan como agentes residuales en el sistema financiero. No son los acreedores que con buena fe invirtieron en bonos argentinos, y a los que se busca garantizar el cobro con esta nueva apertura del canje, sino que son corporaciones con gran poder de lobby que compraron los bonos recién en 2008, es decir cuando Argentina ya se mostraba rehabilitada y pagadora en medio del epicentro de la crisis mundial.

El accionar de esos fondos va siempre al revés que el gran volumen del mercado. Son la inversa del efecto manada. Ello no los convierte en una válvula autoreguladora del sistema, como podría pensar algún economista creyente. Premios Nobel como Stiglitz advierten lo contrario, señalándolos como agentes desestabilizadores de futuras reestruturaciones.

En todo caso, el sistema financiero construido a lo largo de sucesivas reformas permitió la emergencia de estos fondos, para que alguien pudiera ejercer todas las acciones políticamente incorrectas que los organismos formales del multilateralismo de posguerra no pueden asumir (lo cual ya es mucho) asemejándose a esas agencias patoteras de deudores incobrables pero a nivel de deudas soberanas (ver la pagina del “Grupo de tareas para Argentina”). Las negociaciones políticas del Fondo Monetario con los Estados fue reemplazada por litigios judiciales entre los fondos buitres con los Estados, relación comprimida al plano del derecho privado donde el martillito de un juez de habla inglesa y con peluca sería suficiente artificio para definir la expoliación de una Nación.

Curvas peligrosas

Los economistas con saber universitario siguen mirando la economía argentina con las anteojeras teóricas de realidades ajenas. El liberal piensa que todo es cuestión de confianza, que el gobierno intervino en la economía con el “cepo”, los controles de precio, los controles de importaciones, los subsidios y el Indec, distorsionando así todas las señales del mercado. El keynesiano piensa que todo es cuestión de estimular la demanda agregada, incluso puede coincidir con el liberal criticando los controles del gobierno y recomendar el financiamiento externo. El marxista piensa que la tasa de ganancia de los capitalistas es la variable clave que determina la marcha de la economía, y en una de esas propone recomponérselas esperando el efecto derrame.

A estas tres visiones universitarias se le opone una tradición de análisis económico que se pierde en el origen mismo de nuestra historia, la cual fue reelaborada una y otra vez por políticos, empresarios, y finalmente por economistas. Para esta visión, el límite al crecimiento viene dado por crisis estructurales en la balanza de pagos. A lo largo de la historia los condicionamientos estructurales tomaron distintas formas, según la inserción internacional del momento, pero siempre debiendo afrontar la necesidad de divisas.

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Gobiernos patrios

El pasado sábado se cumplieron 203 años del primer gobierno patrio, y 10 años del gobierno kirchnerista. Que ambos compartan el calendario no es obra de la casualidad. En aquel incierto 2003, cuando todavía estaba fresca la crisis del 2001 y caliente la sangre del Puente Pueyrredón, se eligió el 25 de mayo para intentar contagiar algo de la mística de 1810, que para entonces revivía apenas unas horas en los actos escolares.

No hay muchas “décadas ganadas” en la historia argentina. En el siglo XIX apenas podemos contar una, la primer década 1810-20 donde se jugó la Revolución y la Independencia en los campos de batalla.

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