El tráfico humano

Sabina Covo

El descubrimiento de que una niña de 13 años estuviera trabajando como bailarina exótica en un popular club nocturno de Miami Beach ha puesto en la palestra pública varios problemas que si bien no son nuevos, no han llamado la atención a través de los años. El tráfico de menores, la prostitución, los empresarios de vista gorda, y los conflictos emocionales de los niños y jóvenes son problemas existentes pero que por ratos en sociedades como la nuestra, llevadas por el consumo y el dinero, no salen a relucir con la fuerza que deberían. Se forma así un mundo clandestino, del que todos sin querer participamos de una u otra manera.

Al parecer, según reportes policiales, la niña habría bailado completamente desnuda en el club de striptease. El dueño del club dice desconocerlo y ha demandado a la ciudad de Miami Beach para que reabran su establecimiento. La niña se habría fugado de su casa y habría sido obligada a tener relaciones sexuales con adultos hasta que según los informes preliminares la madre la encontró y denunció los hechos a las autoridades.

Me contaba una experta en el 2013, cuando se publicaron exorbitantes cifras acerca del tráfico de menores en la Florida, que la gran mayoría de los casos son de niños que son convencidos por adultos de que se vayan con ellos para tener una vida mejor. La deficiencia emocional es tan grave que en algunos casos prefieren a un desconocido y por eso huyen de casa. No se los roban en la mayoría de los casos, en algunos no los obligan, en otros sí. Cada cual con su historia muy personal pero con un común denominador: el abuso.

Según la Unicef, la Florida es uno de los principales destinos del mundo a los que se dirige el tráfico humano, sobre todo en casos de explotación de menores para trabajos arduos o a nivel sexual. Si bien en años anteriores se habló mucho de grupos criminales organizados que traficaban personas de Latinoamérica, Europa del Este y Asia rumbo a Estados Unidos, el problema hoy es también interno. Con los criminales aquí. Con el incremento de las redes sociales, estos depredadores tienen a la mano información valiosa de nuestros hijos, entre otras cosas cómo se sienten emocionalmente cada vez que ellos publican en sus redes sociales, un “hoy es un buen día”. U “ hoy quiero llorar todo el día”. Es más fácil que nunca enamorar a una niña o niño por internet, porque algunas “amistades” las hacen por internet y las fotos y la información es vulnerable. Pero el problema no es exclusivo de las redes: el fondo está en cada hogar y en lo que pasa en el hogar.

¿Qué papel deben entonces jugar nuestros gobernantes y nuestras autoridades? Bien claro: el de vigilantes. Debe haber un apoyo total para los padres desesperados que tienen conflictos con sus hijos. Si bien es cierto que muchos jóvenes preadolescentes o adolescentes que desaparecen se han fugado de casa y por eso las autoridades no invierten los recursos totales en su búsqueda, también es cierto que un niño que se ha fugado por voluntad propia no es el culpable de su destino. Cualquier cosa le puede pasar. Hay que replantear las leyes y los procesos para traer el balance adecuado de búsqueda a estos casos.

Los empresarios que se hacen la vista gorda, o que son tan malos líderes como para no notar que un menor está siendo explotado en sus narices, deberían ser castigados con la cárcel. Y nosotros, la comunidad, los padres de familia, abuelos, vecinos y la prensa, no deberíamos callar la menor sospecha de abuso, prostitución o maltrato. Siempre, pero siempre, denunciar.