Esperando el próximo tiroteo

Llegará un día en que en Estados Unidos se tendrá que crear un plan de protección y reacción para defender a los ciudadanos de los tiroteos masivos que se han vuelto parte de la cultura estadounidense. Un plan de inteligencia interna. Y digo que tendrán que hacerlo porque no se le ve una solución realista. Hoy día las autoridades reaccionan de manera muy rápida a incidentes de este tipo que en un pasado eran considerados aislados. Y es que es pavoroso que despertarnos con la noticia de que hay un muerto, o dos o tres o diez debido a un tiroteo en X sitio, se haya vuelto algo común y corriente para algunos.

“Ah, hubo otro tiroteo, ahora en Washington” sin signo de exclamación, es la expresión que le hemos escuchado a algunos. Esta vez, refiriéndose al tiroteo que ocurrió en una base naval de la capital durante la pasada semana, el cual dejó trece muertos, incluyendo al pistolero. Entristece la indiferencia ciudadana en casos en los que pudiera estar cualquiera de nosotros involucrado. Una vez que ocurre la tragedia, lo vemos en la televisión uno o dos días, los analistas repiten que hay un problema en el sistema de salud mental del país, los que abogan por el porte de armas defienden a capa y espada que el portar armas no es el factor a culpabilizar por los tiroteos, y los defensores de que las prohíban no quieren ver más armas en las calles. Una vez más, el debate queda ahí… hasta el próximo tiroteo, y el próximo y el próximo… Inaceptable.

Nuestros legisladores tienen que hacer algo de inmediato. No puede ser que nosotras las madres, por ejemplo, cada vez que dicen que hay un lock down, o que aseguran una escuela, se nos caiga el corazón a los pies pensando que algo muy malo ha ocurrido en la escuela de los niños.

Cualquiera puede tener un arma en Estados Unidos, incluidas las personas que no tienen buena salud mental y quienes tienen antecedentes judiciales. Es desafortunado, pero no hay control.

Lo hemos dicho una y otra vez, no hay control porque es una industria que mueve millones de dólares, que financia las campañas de políticos tanto republicanos como demócratas.

En el caso del tiroteo en la localidad naval en Washington, el pistolero tenía 3 armas: un rifle AR-15 semiautomático, una escopeta y una pistola. El FBI ha confirmado que se estima que el sujeto “escuchaba voces”, tenía una licencia de contratista para entrar a la base naval donde cometió la masacre, y al disparar no siguió un patrón preciso sino que lo hizo “calmadamente”.

Lo que está pasando en Estados Unidos es una combinación de falta de regulación de la industria de las armas, con un sistema de salud que no funciona para todos por igual, y un sistema de salud mental que no cuenta con los recursos suficientes para tratar a todos los que necesitan atención.

Entiendo que, por ejemplo, en una ciudad campestre como Ocala, en la Florida, un granjero tenga un arma en su finca, porque la estación de policía se encuentra lejos de sus campos, pero no entiendo cuando una persona que vive en un rascacielos de Miami tiene un arsenal en su casa para protegerse de… yo que sé.

Debemos acordarnos que desde el 2010 se han registrado 13 masacres. ¿Cuántas más vendrán? Nuestros legisladores juegan su juego político. No puede ser que en la política valgan más los millones de dólares que las vidas perdidas.

Las mujeres de Siria

Cada vez que veo las fotografías de la deplorable situación que vive el pueblo sirio se me apachurra el corazón. El grado de violación a los derechos humanos que experimenta ese país es demasiado alto. Duele ver las fotos de desconsuelo de muchas mujeres con sus hijos. Tengo sangre sirio-libanesa porque mi familia materna era de esa región pero no por eso, aunque influye, pienso que alguien tiene que hacer algo. Los países vecinos que acogen a refugiados y la comunidad internacional poco han logrado hasta ahora.

Bebés durmiendo dentro de cajitas de cartón que hacen de cuna, con pedazos de telas que simulan cobijas. Mujeres embarazadas que temen por las condiciones en que darán a luz a sus hijos. Niños con ropas rotas protegidos dentro de las faldas de madres con expresiones faciales que emanan terror. Familias enteras desplazadas. Adolescentes listas para ser entregadas al mejor postor con tal de que las saquen del país. En algunos casos vendidas por sus mismas familias. En otros peores, maltratadas por sus familias. Mujeres, la mayoría menores de 18 años, víctimas de violaciones por soldados sirios, calladas y con caras tapadas por la vergüenza, y el dolor psicológico. Las mismas caras que algunas se han tenido que tapar toda su vida por religión o convicción aunque no fueran maltratadas, pero que ahora impregnadas con el dolor por la muerte de un hijo, la pérdida de una hija, la violación, el maltrato o la pérdida de su esposo, rebosan de sufrimiento. Según denuncia la AFP, muchas adolescentes cuyos padres las entregan a extranjeros en matrimonio, creyendo que tendrán una mejor vida, son condenadas a la esclavitud sexual.

Continuar leyendo