Flamma Flamma

Santiago Chotsourian

Hibridación de las culturas

La “calle” Corrientes es un espectáculo en sí mismo, el espectáculo de la hibridación de las culturas populares y “académicas”, los personajes de la vida diaria, oficinistas, abogados, linyeras, vedettes, gente normal, gente “rara”, locos y locas, flaco y gordo, libros nuevos y usados, la biblia y el calefón.

Me siento a tomar un café en la Giralda antes de entrar al teatro San Martín donde se ofrecerá una nueva obra de Mauricio Wainrot con el Ballet Contemporáneo y me traen para leer el diario de la mañana (que a esa altura sirve de poco y nada) y no puedo más que reírme al ver el aviso a página completa de los “Adagios” que Marcelo Tinelli anuncia para esa misma noche con Hernán Piquín. Pero no me río por desprecio, de ninguna manera, me río de la desopilancia de mixtura de expresiones artísticas y mediáticas en medio de las cuales transcurre (y se representa) nuestra vida hoy.

Leo en el mismo diario un recuadro que podría significar una cierta diagonal entre los mundos de “la belleza” y las (así llamadas) clases populares. El teatro Colón anuncia la instalación de una pantalla gigante de leds en el exterior de su edificio para “popularizar” su propuesta. Será que todo suena un poco a tango en la calle Corrientes, pero lo único que me sugiere esta idea es este verso triste, “la ñata contra el vidrio”, que hace referencia a unas cosas ricas que hay ahí adentro a las que no tenemos acceso. Y no puedo dejar de pensar tampoco en lo que significan hoy las pantallas para todos nosotros, los seres humanos; sin ir más lejos, ahora que ustedes mismos leen esto que yo escribo contra la pantalla de la computadora.

Producción y creación

Como sea, asistimos finalmente a esta nueva presentación de una obra integral de Mauricio Wainrot con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Producción íntegramente realizada (excepto la música, de Nicholas Lens) en la Argentina, en la Ciudad de Buenos Aires (que no es lo mismo), para ser más precisos. Bailarines argentinos, coreógrafo, vestuarista, iluminadores, técnicos; ideas nuestras de alcance universal, procesos de producción excelentes que nada tienen que envidiar respecto de los parámetros internacionales. El Teatro San Martín y los ciudadanos de Buenos Aires tenemos una compañía de danza contemporánea de jerarquía internacional, y esta compañía la dirige Mauricio Wainrot.

Pero más significativo que esto es el hecho de que esta compañía sea el instrumento para la expresión de una creación nuestra, ya que lo que venimos a ver es creación de un coreógrafo argentino. Y esto me lleva a una pregunta que nos podemos hacer los argentinos y que es aplicable a todos los ámbitos de actividad, no sólo a lo artístico. La pregunta es ¿cuáles y cuántos son los espacios de creación en la Argentina? ¿Cuánto permiso nos damos para crear, para expresarnos realmente, los argentinos? ¿Cuál es el alcance genuino de la libertad de expresión en tanto que no nos demos la posibilidad de crear libremente? ¿Cuánto invertimos en conservar respecto de lo que invertimos en crear?

Por lo pronto dedicaremos ahora un cierto espacio a comentar lo que hemos visto haciéndonos eco de este espacio de creación coreográfica que hizo posible la manifestación de unas ideas que Mauricio Wainrot, con profundo arraigo (a nuestro entender), quiso y no quiso expresar en su obra Flamma Flamma.

El marco

Diremos ante todo que estuvimos ante una expresión neoclásica, en lo que se refiere a su organización en el espacio y su modo. Que sea neoclásica la expresión no quiere decir que no sea ‘’contemporáneo’’ el ballet. También era contemporáneo Stravinski cuando hizo su Pulcinella, como lo era Haydn cuando compuso sus 104 sinfonías, o Brahms cuando compuso sus Variaciones sobre un tema de Haydn, precisamente. Siempre hubo y siempre habrá neoclasicismos.

La obra 

Lo curioso en Flamma Flamma es que parece quedar aquí irresuelta una tensión. Hay algo de incomprensible en esta propuesta personalísima de Wainrot, y es algo delicado de tratar ya que, a mi modesto entender, podría tener que ver nada menos con la pérdida de un ser querido y la dificultad de explicarse su partida. El mismo Mauricio refiere en el programa de mano que la música de Lens le fue acercada por su compañero de vida, el escenógrafo y vestuarista Carlos Gallardo, que falleciera en 2008. Esta música es una cierta especie de requiem, no lo es en sentido estricto pero sí resuena como tal, se canta en latín, y predomina un estilo vocal lamentoso y gutural, en tanto que la coreografía se desarrolla en entre tono claramente amoroso e intrincadamente explicativo.  Es esta la tensión ‘’irresuelta’’ a la que hacía referencia más arriba. Una coreografía que va a contramano de una música, pero no por defecto, sino por una íntima imposibilidad. En cierto modo considero que Mauricio no quiere o no puede todavía escuchar ese requiem que ya está sonando, pero entre tanto esto sucede él nos habla de amor (coreográficamente) y busca explicaciones, y el vocabulario coreográfico resuena explicativo, es abstracto, como son siempre abstractas las razones, lo lógico.

Ahí están ya encendidas las llamas (Flamma Flamma) que habrían de consumir una presencia valorada y ahí está sonando un Requiem que encarna esa presencia. Pero la coreografía no quiere saber nada de eso todavía.

Asistimos entonces a una desesperante acumulación de explicaciones de lo inexplicable. Ni más ni menos que la honesta expresión de lo que se puede y de lo que no se puede hacer ante la pérdida de un ser querido.

El espectador de esta propuesta no puede sino sentirse tocado por la profunda intimidad y la delicadeza de lo que aquí se está diciendo, que a nuestro entender no es ni esa música ni esa coreografía, sino la tensión irremediable que las contrapone.