Autoría mediata, la doctrina penal que usó Bonadio para procesar a Cristina

El sábado, mientras almorzaba con unos amigos, el juez Claudio Bonadio atendió un llamado a su celular, algo que habitualmente no hace fuera del horario de trabajo. Era al día siguiente de haber presentado el escrito de 147 páginas por el que procesó a Cristina Elisabet Fernández, Axel Kicillof, Alejandro Vanoli y el directorio del Banco Central y la Comisión Nacional de Valores.

A poco de iniciada la conversación, alejó su oreja del dispositivo para volver a leer el nombre de la persona que le estaba diciendo lo que escuchaba. Sí, se trataba del constitucionalista Ricardo Gil Lavedra, un abogado de una tribu distinta, que llamaba para felicitarlo por el fallo. “Lo leí detenidamente, es de gran calidad”, fue lo que dijo. Continuar leyendo

Sociedad ansiosa, periodistas sensibles

En el laboratorio de comunicación que tiene a Marcos Peña como jefe número uno y a Jorge Grecco como jefe número dos se llegó a la conclusión de que los temas nuevos de agenda gubernamental deben seguir un modelo básico, a saber, presentación general de Mauricio Macri con el sentido político del asunto, retiro del Presidente del escenario, y detalles técnicos a cargo del funcionario responsable del área, acompañado por el Jefe de Gabinete.

La idea es que no sea el Presidente el que tenga que contestar sobre asuntos de coyuntura que le interesan a los medios, pero tampoco rehuir a la consulta periodística. Se implementó por primera vez con los anuncios que realizó el titular del ANSES, Emilio Basavilbaso, sobre aumentos jubilatorios y de asignaciones familiares.

El problema es que el correo electrónico que recibieron las redacciones, entonces y ahora, decía claramente que habría conferencia de prensa del Presidente. Con la presentación del ANSES hubo molestias que se expresaron en voz baja, pero hoy un grupo minoritario de periodistas se levantó de sus asientos (aunque quedó mirando la conferencia atrás, parado), y una periodista, Mercedes Ninci, preguntó por qué se había retirado Macri si estaba previsto que daría una conferencia de prensa.

Peña contestó que no estaba previsto y prometió que las próximas convocatorias serían más claras. Ante una consulta, un funcionario del Gobierno aceptó que el comunicado no era claro y reafirmó: “Nunca estuvo previsto”.

Al igual que los técnicos del INDEC, los periodistas estamos excesivamente sensibles por las condiciones para el ejercicio de nuestro trabajo. Padecimos años de acoso moral, que en muchos casos se trató de persecución lisa y llana, y tenemos nula tolerancia a cualquier nuevo abuso del Estado. Es bueno que así sea, y también que el nuevo Gobierno sepa que las heridas tardan años en cerrarse en la psiquis, según lo explican los terapeutas.

Recuperar la confianza en el Estado no será fácil, ni de un día para el otro. Macri y sus funcionarios lo saben, por eso lanzaron un Plan de Modernización para poner al Estado al servicio de la gente, y no del relato. En la ciudad de Buenos Aires ya lo hicieron y hay 1300 trámites que hoy se realizan en forma digital y 200 registros electrónicos, para los que hubo una fenomenal capacitación de los empleados del Estado y un involucramiento de toda la línea burocrática en los nuevos procesos de gestión. “El gobierno porteño es hoy un estado del siglo XXI, el de la Nación es del siglo XX y la provincia de Buenos Aires es del siglo XIX”, dijo a Infobae uno de los responsables del plan que hoy lanzó Macri.

Consultado el ministro de Modernización qué va a pasar en el mientras tanto, hasta que el Estado nacional tenga la capacidad de dar las respuestas que los ciudadanos necesitamos, Andrés Ibarra dijo que “el plan es de cuatro años, pero todas las semanas daremos pasos para ir logrando el objetivo”.

Tal vez es lo que le faltó al INDEC de Todesca/Bevacqua, anuncios semanales para que sepamos en qué andaba la cosa, para que vayamos comprendiendo en forma colectiva que los procedimientos complejos se fraguan con tiempo.

Sabemos que somos una sociedad ansiosa. que ahora quiere pedirle al Gobierno que resuelve lo que la gestión kirchnerista no resolvió o destruyó en 12 años de gestión. La comunicación gubernamental tiene que ayudar en ese proceso.

La rebelión de los fiscales

La gran noticia de los comicios de ayer fue que un fenomenal ejército republicano, miles y miles de fiscales, casi todos voluntarios, se movilizaron a las escuelas de los barrios más sometidos por el clientelismo, para llevar la democracia al terreno dominado por las mafias enquistadas en la política.

Ante un sistema electoral del siglo pasado, que ningún gobierno se animó a transformar, es la primera vez desde 1983 que un grupo de partidos, los nucleados en Cambiemos, tomó la decisión de desafiar el estado de las cosas, y organizar una logística compleja para garantizar que haya un fiscal por mesa y un fiscal general por escuela, todos ellos, respaldados por dirigentes nacionales preparados para denunciar las arbitrariedades que descontaban.

La presencia de estos fiscales logró un resultado automático: prácticamente no hubo patoteros que evitaran el ingreso de los que no eran sus amigos, hubo malas caras pero ningún episodio de violencia, y el escrutinio se desarrolló con absoluta normalidad. La democracia llegó a casi todos los establecimientos de la provincia, a pesar de que algunas escuelas no tenían luz, otras carecían de mínimos elementos de higiene y unas pocas planteaban innumerables obstáculos para llegar, seguramente planificados.

Frente a semejante despliegue, el robo de boletas fue el recurso de fraude que le quedó al aparato político dominante, una práctica que se implementó durante todo el día de la votación, ejercida incluso por el candidato ganador en la primaria del FPV, Aníbal Fernández, explicando con su propio ejemplo lo que esperaba de sus militantes.

La democracia llegó a los establecimientos de votación donde, como se explicó, los fiscales pudieron cubrir casi todas las mesas, pero no alcanzó todavía al cuarto oscuro, que aún es bombardeada por ese robo sistemático de boletas que impide que el elector se exprese con libertad.

El resultado está a la vista. En la provincia de Buenos Aires, donde se puso el foco central, la candidata María Eugenia Vidal fue la más votada, y la alianza Cambiemos superó el 30 por ciento de los votos, logrando victorias importantes o segundos lugares expectantes en varios distritos del conurbano.

La política tradicional ironizó durante todo el día contra la fenomenal movilización republicana que se desplegó con un énfasis especial en el conurbano bonaerense, que concentra el 23 por ciento del electorado. No todos forman parte de la mafia política, pero la tienen tan naturalizada que no creen que perjudica las posibilidades de una Argentina más justa y solidaria.

Sin embargo, las verdaderas revoluciones en la democracia, empiezan por los detalles. Así como en Nueva York, el crimen organizado empezó a combatirse penalizando a quienes rompían una ventana, la democracia ganará su lucha contra la pobreza estructural si se consolida en el conurbano la organización de un sistema que garantice la expresión libre del ciudadano, si se libera al hombre y la mujer que viven en los barrios más alejados y humildes de los lazos que la atan al clientelismo, ahora mezclados con el narcotráfico.

Por supuesto que no alcanza con un entrar y salir de la democracia. Para que haya cambios sustentables, la democracia tiene que entrar a esos barrios y quedarse. Pero es imposible para una coalición opositora permanecer en esos barrios donde reina la arbitrariedad del más fuerte. Para eso tiene que ganar.

Pero lo nuevo es que, desde esta elección, un ejército de fiscales de la democracia pudo organizarse, capacitarse, defender las boletas de todos los partidos. Parece poco, pero es un cambio sustancial, porque supone ir a desafiar al aparato en su propia cara, en los barrios donde tiene toda su fuerza. Aún  necesitan más capacitación, aprender de esta experiencia. Pero lo hicieron, estuvieron ahí, hubo miles y miles de ciudadanos que le pusieron el cuerpo a la democracia, sabiendo que cada uno es imprescindible para rebelarse contra un orden injusto, sobre todo, con los más pobres.

Este año 2015 empezó con el mazazo que significó el asesinato del fiscal Alberto Nisman. Al mes, un grupo de fiscales movilizaron a millones de argentinos en todo el país. Ahora son millares los fiscales de la democracia que llevan la buena nueva de que un país mucho mejor es posible. Definitivamente, se trata de una rebelión que está en marcha, que no tiene garantizada la victoria, sino la decisión de que no hay peor batalla que la no que se hace.

 

Cristina, casi invicta en la derrota

Un dato interesante para analizar en las elecciones que se fueron dando hasta ahora pasa por cruzar el involucramiento personal de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a través de sus ilegales cadenas nacionales dedicadas a la campaña política, con el resultado electoral. El resultado es por demás interesante: salvo en el caso de las primarias de Chaco, donde el candidato del FPV ganó a la radical Aída Ayala, cada vez que la Presidenta expresó su respaldó públicamente, el candidato perdió.

En efecto, es lo que sucedió con Miguel Pichetto. Cristina hizo uso el 14 de mayo de la 17º cadena nacional en el año para promocionar la candidatura de Miguel Angel Pichetto, a quien presentó como “el futuro gobernador” de la provincia de Río Negro, y perdió. Un mes después, Alberto Weretilneck se imponía holgadamente al presidente del bloque de senadores del FPV por 52 a 33 por ciento.

El 3 de junio también respaldó en forma personal al postulante de su partido en Mendoza, Adolfo Bermejo. Viajó especialmente a Maipú, con un acto a donde acudieron 10.000 personas transmitido por cadena nacional y se vanaglorió de los “logros políticos y sociales” alcanzados gracias a las retenciones. El oficialismo quiso instalar el ya famoso “empate técnico” de los encuestadores pagados por el Gobierno, pero tampoco alcanzó. El radical Alfredo Cornejo venció ampliamente, con 47 por ciento contra 38 que sacó su contricante.

Ni qué decir del caso del candidato a gobernador del FPV en Córdoba, Eduardo Acastello, que también tuvo su momento ilegal en la cadena nacional hace pocos días, el 26 de junio, donde se inauguraron nuevas instalaciones de la Fábrica Militar de Río Tercero. También para Acastello los encuestadores pronosticaron un empate técnico por el segundo lugar con la fórmula UCR/PRO, pero los números marcaron algo bien distinto, ya que el candidato del PJ, Juan Schiaretti, ronda el 38.19 por ciento, Oscar Aguad, el 33.71 y el kirchnerista, apenas, 18.78.

Lo de Mariano Recalde no tuvo desperdicio. Cristina se lo tomó como algo personal, y apareció varias de veces por cadena nacional promocionando su candidatura. La última fue el jueves pasado, a horas del inicio de la veda electoral, cuando recorrió con él la Villa 20. Tampoco logró siquiera llevar al FPV al segundo lugar que tuvo en otros tiempos, y el presidente de Aerolíneas Argentinas tuvo que contentarse con superar, apenas, el 20 por ciento del electorado.

Ni siquiera en la interna del FPV en La Pampa tuvo suerte Cristina, a pesar de que también subió a una cadena oficial a Fabián Bruna, quien ayer cayó derrotado frente a Carlos Verna, de la ortodoxia peronista en esa provincia

Lo curioso es que a los candidatos oficialistas que Cristina no respaldó explícitamente, les fue bien en los comicios. Es lo que pasó con Juan Manuel Urtubey, que revalidó su liderazgo en Salta, sin aparecer en ninguna foto con la Presidenta. Después que ganó, sí se sacó una foto con ella, pero solo cuando había ganado. El caso de Oscar Perotti es parecido. Quedó en tercer lugar en Santa Fe, pero su perfomance tiene las características de la hazaña, ya que el FPV estaba en el piso y lo llevó a una posición competitiva con un esfuerzo notable, caracterizado por la ausencia absoluta de respaldo oficial. Y la única victoria que puede contar ayer el Gobierno, la del candidato Sergio Casas, tuvo gran respaldo de Daniel Scioli y el resto del Gobierno nacional, sobre todo en dádivas clientelares, pero Cristina ni apareció.

Es curioso lo que pasa. Las encuestas aseguran que la imagen de la Presidenta tiene altísimos niveles de aprobación, con picos justamente en provincias como Mendoza, donde se asegura que tiene 57 por ciento de imagen positiva, sin embargo, cada vez que promociona un candidato, lo hunde. O los encuestadores mienten para congraciarse con el Gobierno o la imagen de Cristina no tiene el poder de derramarse en sus candidatos.

 

El objetivo de Fayt es resistir hasta el 10 de diciembre

En 1967, Carlos Fayt publicó una obra poco recordada hoy, “La naturaleza del peronismo”. Allí, fundamentó las razones por las que este movimiento que “se estructuró de arriba hacia abajo”, donde se mezclaron la seducción y la persuasión con el terror y la intimidación, tiene un “contenido demagógico en la política social” y una “forma autoritaria del ejercicio del poder”, además de un “fin totalitario de la acción, a través del aparato gubernamental”.

Lo escribió después del golpe del general Juan Carlos Onganía al gobierno de Arturo Illia, que el peronismo respaldó enfáticamente. No sólo los principales dirigentes sindicales participaron de la asunción del dictador, sino que la Junta Metropolitana del Partido Justicialista, con las firmas de Paulino Niembro, Miguel Unamuno y Nélida de Miguel, entre otros, dieron una declaración donde explicaron la “justificación histórica” de la Revolución Argentina.

Hasta el exiliado Juan Domingo Perón estaba entusiasmado, como se lo dijo a Tomás Eloy Martínez, enviado especial a Madrid de la revista Primera Plana: “Simpatizo con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica. Como argentino, hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del Gobierno de Illia”. Si no fueran trágicas sus palabras, causa gracia que hable de la existencia de corrupción entre 1963 y 1966.

Por eso se entiende la ofensiva del Gobierno contra Fayt. El juez de la Corte Suprema conoce perfectamente los bueyes con los que ara. De origen socialista, nunca se dejó engañar por las falsas apelaciones a la soberanía del pueblo o las igualmente mentirosas promesas de democratización de la justicia. Sabe que lo que busca el peronismo gobernante es imponer un modelo “fascista y autoritario” y, más precisamente, colonizar el Tribunal Supremo para garantizarse la impunidad. Por eso tomó la decisión de renunciar, pero solo el 11 de diciembre, cuando ya no corra riesgo la calidad de la democracia argentina.

Ojalá su salud no se resienta durante estos pocos siete meses que quedan para el recambio presidencial y pueda cumplir con su objetivo: resistir a los crueles embates de los que no tienen moral ni les importa la justicia, para proteger la República

El experimento Recalde

Artemio López se ufanaba el sábado en Twitter de que “PASO, PASO, PASO, se viene el recaldazo”, haciendo un puente en las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias y el “peronazo”, el avance peronista al que había que dejarle espacio por su contundencia. Ya sabemos que eso no fue lo que sucedió el domingo. Más bien, la candidatura de Mariano Recalde expresó toda su debilidad y los festejos por un segundo lugar “recuperado” que no fue tal, se vieron ridículos.

“La Cámpora” volvió a fracasar en la escena electoral. Tenía tantas expectativas en la primaria porteña que hasta pudo verse a Andrés Larroque y Juan Cabandié monitoreando cada detalle de lo que más tarde sería una nueva fiesta kirchnerista descolgada de la realidad.

Ahora podrán decir que la culpa la tiene un encuestador que hizo mal las cuentas, pero la verdad es que se trató de un experimento discutido en la cúspide del poder, que tuvo a Cristina Fernández de Kirchner y su hijo Máximo como responsables de la decisión de llevar a un miembro de la agrupación paladar negro kirchnerista a competir en las elecciones más mediáticas de la Argentina.

Lo que se buscaba era mostrar un FPV conducido por “La Cámpora”,  polarizando ideológicamente con el PRO. “Recuperar” el segundo lugar era la metáfora de los nietos desaparecidos llevada ahora a la política, porque ahora se trataba de “recuperar” la Ciudad de Buenos Aires para “el proyecto”. No importaba que no tuvieran un candidato competitivo, la voluntad y la caja cubrirían esa falencia. En Olivos todos los proyectos suenan coherentes.

Entre Cabandié y Mariano Recalde eligieron al segundo porque, dijeron, el presidente de Aerolíneas Argentina tiene una gestión para exhibir. Notable. Además, el hijo del abogado laborista viene de una larga trayectoria de elecciones en la universidad. Lo que no dijeron es que perdió en todas. En agosto de 2009, su lista Abogados por la Justicia Social no logró acceder a ninguno de los cuatro consejeros para graduados que se disputaban, alcanzando un penoso 15 por ciento, frente a 59 por ciento que obtuvo Abogados Pluralistas  y 25 por ciento de Unión de Egresados. Pero ya venía acostumbrado a perder. En 2003, 2004 y 2005 su agrupación estudiantil Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) perdió sucesivamente cada vez que se presentó para disputar algún cargo del centro de estudiantes.

Tampoco le fue bien como candidato a legislador porteño del FPV cuando fue en la lista de Tito Nenna. Iba en el décimo lugar, y no entró. Poco después de esa nueva derrota, la Presidenta lo sorprendió convocándolo para una reunión. Al llegar a la cita, quedó desconcertado con el ofrecimiento que le hizo, conducir la aerolínea de bandera local sin tener ninguna experiencia previa en la materia. Una mezcla de audacia, ignorancia y lealtad parece ser la paleta de atribuciones que cotizan a la hora de conseguir algún conchabo en tiempos kirchneristas.

Hay que reconocerle al Gobierno que es  buen pagador con los suyos. El patrimonio de Recalde se ubicó en 5.225.000 en el 2012, el más alto de todos los miembros de “La Cámpora”. Fue acusado por Graciela Ocaña de enriquecimiento ilícito por cobrar tres sueldos del Estado y presentar declaraciones juradas irregulares. Pero nada de esto le interesa a los estrategas K, convencidos de que las críticas de corrupción forman parte de una agenda no ideológica (claro, se trata de moral) y que, finalmente, no hacen mella en el electorado.

Por estas horas, el kirchnerismo intenta encontrar el camino que les permita superar el papelón y retomar la ofensiva. Tienen un solo objetivo: colocar a la mayor cantidad de miembros de “La Cámpora” en todos los lugares posibles. Si es con el voto, mejor.

De Carlos Corach a Jorge Capitanich

Jorge Capitanich sorprendió atendiendo a todos los periodistas sin discriminación ni restricción de preguntas. Para muchos jóvenes se trató de la primera vez que vieron a un ministro rodeado de micrófonos y cámaras, contestando a la prensa sin distancia ni temor, tampoco agresiones. Finalmente, el ejercicio carecía de dramatismo.

La sorpresa de esta práctica sencilla tiene la medida de la baja calidad democrática a la que estuvimos sometidos durante 10 años. Lo que debería sorprender es que un gobierno que se jacta de defender los derechos humanos haya sido remiso a la pregunta periodística, elemento constitutivo de la democracia. O tal vez sea cierto eso de que uno se jacta de lo que carece.

Como sea, la nueva escena matutina del Gobierno llevó a recordar aquélla que con innegable talento desplegó el por entonces ministro del Interior, Carlos Corach, en la puerta de su departamento de la calle Sinclair, casi esquina Libertador, durante cuatro años.

Todo había empezado con una durísima lucha interna en el poder. Los periodistas aprovechaban que Domingo Cavallo salía a caminar todas las mañanas, para arrancarle declaraciones contra sus pares del Gabinete y, como vivía cerca, empezaron a acudir a la puerta de la casa de Corach para que le respondiera.

Corach decidió salir del tsunami mediático que provocaba Cavallo, aceptando el interrogatorio matutino para responder críticas, mientras instalaba la agenda diaria del Gobierno. “Es el modelo perfecto, dice hoy -pícaro- el ex ministro, porque todos te preguntan a la vez, y vos respondés sólo lo que querés“.

La convivencia cotidiana entre funcionario y periodistas no fue sencilla durante esos largos años. Había enojos, tensión, broncas de todo tipo. Se fueron midiendo a diario, aprendiendo a aprovecharse mutuamente, en mañanas que pocas veces fueron monótonas. Y fue pasando de todo. Desde que una vez que el ministro tuvo que salir a bordo de una tanqueta de la Policía Federal porque la calle estaba totalmente inundada, hasta la ocasión en que el programa CQC le llevó unas chicas vestidas con muy poca ropa para lograr que el ministro rompa con la regla de hablar a todos los medios juntos, y no por separado.

Obviamente, Corach no improvisaba antes de salir al ruedo. Leía todos los diarios y llamaba a cada uno de los ministros para conocer cada asunto criticado en los medios. Sabía qué decir y qué callar. Y muchas veces hacía acudir a todo su equipo a las 7 de la mañana con todos los deberes hechos para analizar las mejores respuestas ante los peores problemas.

Lo curioso del “Método Corach” para intervenir en la agenda pública cotidiana no es sólo su particular eficiencia, sino su costo, que tiende a cero.

Si uno se pone a pensar en la fenomenal inversión presupuestaria que hizo el kirchnerismo comprando medios en todo el país, aumentando increíblemente la pauta publicitaria para distribuir entre los empresarios y periodistas amigos, haciéndose cargo del fútbol, contratando personal en todos los organismos públicos vinculados a la producción de relato, con tan pobre resultado, las cosas se entienden.

Tal vez Capitanich no alcance el histrionismo de Corach pero, por lo menos, les sale barato. No es poco en estos tiempos de ajuste.

El kirchnerismo ya no será lo que era

Aunque la presidenta asegure que “profundizará el modelo”, ya ni la militancia que fue a saludarla al Patio de las Palmeras puede estar segura. Lo que conocimos hasta ahora como “kirchnerismo”, es inviable sin Guillermo Moreno en el Gobierno. Y quienes más lo saben, por supuesto, son los propios kirchneristas. El modelo kirchnerista ortodoxo es un sistema discrecional de toma de decisiones, sin reglas generales (mucho menos escritas) que pueden ser cambiadas en cualquier momento y sin anuncio previo, bajo el imperio de la razón del momento. Y para funcionar, es decir, para que sea creíble, necesita autoritarismo.

Moreno se prestó sin límites a la estrategia de minar cualquier razonabilidad de política económica, y su trabajo cotidiano consistía en someter a todos y cada uno al poder central, que él interpretó como nadie. En un Gobierno donde nadie estaba autorizado a tomar decisiones, si alguien quería exportar o importar, vender o comprar, invertir o desinvertir, sólo tenía un despacho al que acudir. Para Néstor Kirchner, las cosas eran muy sencillas. Si la carne aumentaba, había que dejar de exportarla. Si el INDEC daba aumento de inflación, había que intervenirlo. Si Clarín hacía una tapa negativa, había que comprarlo. El mundo de Moreno es igual de sencillo. Si el dólar aumenta, la culpa la tienen dos o tres banqueros que promovieron una “corrida”. Si los precios se salían de lo pactado, hay que apretarlos. Si la ropa se encarece, hay que promover el mercado ilegal. Si no hay dólares, hay que obligar a los empresarios a traerlos. Y lo más importante: si todo lo que hicimos fracasó, no hay que reconocerlo nunca.

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Cuando “La Prensa” fue expropiada

El diario La Prensa fue fundado por José Clemente Paz en 1869, y diez años después vendía 18.000 ejemplares. Fue creciendo en el transcurso de los años, pero recién con la Primera Guerra Mundial alcanzó el pico de 250.000 ejemplares. A partir de ahí, su crecimiento fue aún más pronunciado.

Cuando Juan Domingo Perón ganó las elecciones en 1946 vendía 435.000 ejemplares promedio durante la semana y 520.000 los domingos. El día de su última edición, el 23 de enero de 1951, antes de que La Prensa fuera expropiada en aplicación de una ley votada por una amplia mayoría del Congreso de la Nación, sus ventas se habían ampliado a 450.000 ejemplares promedio durante la semana y 550.000 los domingos.

Los lectores de La Prensa resistían a un gobierno que consideraban autoritario y discrecional, comprando ese diario que cada vez tenía menos páginas (el papel lo otorgaba la subsecretaría que manejaba Raúl Apold), y que como toda muestra de independencia periodística, a veces sólo se limitaba a publicar los discursos de los funcionarios y legisladores peronistas sin editarlos, para exhibir los costados más agresivos del peronismo.

Desde 1946, año a año, el acoso estatal sobre el diario se fue incrementando. El objetivo era lograr que Alberto Gainza Paz, nieto del fundador, se desmoralizara y vendiera a ALEA SA, la empresa de medios que manejaba Carlos Aloé, testaferro de Perón. Es decir que se asustara y se fuera del país. Que prefiriera vender, antes que perder todo.

Fueron cuatro larguísimos años intentando todo para fracturar a La Prensa. Pero a fines de 1950, la situación seguía siendo más o menos la misma. A través de un informante que tenía en la administración del diario, Apold le había asegurado a Perón que Gainza Paz estaba dispuesto a cualquier sacrificio personal y económico antes que negociar con sus testaferros.

Por eso el 23 de enero de 1951, el secretario general del Sindicato de Vendedores de Diarios, Revistas y Afines, Nicolás Sollazo, presentó un petitorio a la empresa solicitando la supresión de las sucursales donde se vendía el diario y la eliminación de las ventas por suscripción, además del reconocimiento de un 20% de las ganancias de los avisos clasificados.

La empresa no aceptó ninguno de los reclamos, el gremio decretó el paro y la Federación Gráfica Argentina y el Sindicato Argentino de Prensa respaldaron inmediatamente la medida. Un mes después, preocupados por el destino de su trabajo, periodistas y obreros del diario resolvieron volver a sus tareas el 27 de febrero y, juntos, caminaron desde el centro hasta los talleres de Azopardo y Chile cuando, a poco de llegar, se desató un tiroteo que mató a un obrero de expedición, Roberto Núñez.

El cadáver fue llevado a la morgue, y la CGT intentó sacarlo de allí para velarlo como mártir de la clase trabajadora, caído por “irresponsabilidad empresaria”. Su familia se enteró y avisó a los compañeros de trabajo que se adelantaron y llevaron el cuerpo de Núñez hasta el hall central del diario donde, finalmente, fue velado.

El 2 de marzo, la CGT convocó a una reunión de secretarios generales, donde fueron muchos los que se anotaron para denostar al diario. Entre ellos, José Espejo, secretario general, quien definió a La Prensa como “oligárquica, antiargentina, antiobrera y extranjerizante, puesta al servicio de los intereses capitalistas”. Al concluir las deliberaciones, se lanzó un paro nacional en repudio del medio.

Dos días después, el Poder Ejecutivo Nacional convocó a sesiones extraordinarias para analizar el conflicto y entre el 11 y el 12 de abril, el Congreso de la Nación aprobó la primera ley de expropiación de un diario argentino, en un dictamen de apenas tres artículos.

Para entonces, Alberto Gainza Paz ya había abandonado el país en un bote que le costó conseguir, durante una difícil noche de tormenta, sólo acompañado por su hijo Máximo, que entonces tenía apenas 9 años.

Apold le entregó La Prensa a la CGT, que a partir de ahí salió bajo el slogan “al servicio del pueblo”, y colocó a Martiniano Pazos de director periodístico. Su formato y diseño eran prácticamente idénticos al original, aunque tenían más despliegue las fotos, mayoritariamente de Eva y Perón, que salían en grandes tamaños.

Obviamente, La Prensa de la CGT fue un fracaso. No la compraban los peronistas, porque la veían demasiado tradicional, ni tampoco los antiperonistas, porque su contenido no lo era.

La postura natural de ese diario exitoso, que espejaba la visión del mundo de sectores muy amplios de la sociedad argentina de entonces, le costaría muy caro a su personal directivo, a los periodistas y también a sus lectores, que siguieron comprándolo hasta el último día, a pesar de que sólo podía leerse con lupa, ya que en seis páginas debían publicar lo que antes salía en 48. Aun sin La Prensa, esos lectores siguieron pensando más o menos lo mismo. Apenas aumentaron su odio.

El intento de construir desde el Estado una escena ideal, sin conflictos, pletórica de realizaciones, una versión edulcorada de los hechos, no es nuevo en la Argentina. En 1955, todos los medios estaban a favor del gobierno, sin embargo, no lo estaban amplios sectores de la sociedad. Por eso al volver en 1973, Perón ya no quiso dominarlos. Se dio cuenta que de nada le había servido ese esfuerzo.

Es que los medios sólo son exitosos cuando representan a “el otro”, todo aquello que los gobiernos buscan ocultar: las dudas, las preguntas, los valores, los temores de sectores de la sociedad que, en democracia, buscan expresarse a diario, no solamente cuando toca votar.

Massa no la tendrá fácil

A los que después de su hazaña política imaginan un camino ineludible de Sergio Massa hacia la Presidencia en el 2015, hay que alertarlos: nada va a ser fácil para el Frente Renovador.

Primero, por algo elemental. Massa y el grupo de intendentes que lo acompañó en el único desafío político que tuvo el kirchnerismo en 10 años es un grupo de valientes. Pero la valentía no es lo que domina en el peronismo, un sistema dominado por la genuflexión al poder central que fue y sigue siendo el kirchnerismo.

Hay quienes auguran saltos de garrocha masivos. Tal vez haya pases, pero en cuentagotas y en las márgenes, bajo la forma de un “deshilachamiento” no demasiado perceptible. O sea, sin la celeridad que esperan algunos.

El peronismo es un movimiento de tipo conservador, atado a prácticas clientelares territoriales, herederas de caudillos como Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires o Vicente Leónidas Saadi en el noroeste de la Argentina. O sea, desconfía de los liderazgos  que prometen transformar el estado de las cosas, como en su momento fueron Antonio Cafiero o Carlos Saúl Menem, que desafiaron a la estructura del Partido Justicialista derrotado en 1983, y fundaron la Renovación Peronista.

Está claro que no salió de esa arcaica estructura, el PJ de la derrota, el ganador de la gobernación bonaerense en 1987 (Cafiero), ni de la presidencia de la Nación en 1989 (Menem). Ambos tuvieron que derrotar a la estructura pejotista para hacerse del poder. Y sólo cuando ganaron, pudieron dominarla.

Hoy el peronismo es una estructura domesticada por el kirchnerismo central, con los gobernadores más genuflexos que se recuerde desde el regreso de la democracia, acostumbrados a la comodidad de preguntar “arriba” qué hacer, qué decir, qué pensar. Muchos tienen posibilidades de seguir dominando sus propios territorios. Algunos ni siquiera eso, pero se conforman con administrar la quiebra en la que se ha convertido el peronismo en el gobierno kirchnerista.

Julio Bárbaro tiene razón cuando dice que “no conozco ningún dirigente que haya llegado a la Presidencia de la Nación de rodillas”.  En la Argentina, por lo menos, todos los que llegaron a la presidencia antes ganaron alguna batalla de verdad, no de mentirita, con la que pudieron templar su condición de liderazgo.

Ni el derrotado Daniel Scioli, ni los victoriosos Jorge Capitanich o Sergio Uribarri tienen ya esa posibilidad. Forman parte de un colectivo en quiebra,  al que aspiran administrar cargando, sin cuestionar, la pesada herencia kirchnerista, cuando el fin de ciclo ya es evidente para las mayorías.

Pero que ellos no puedan, tampoco quiere decir que Massa podrá lograrlo. Tiene cantidad de enemigos que esperan sus equivocaciones con los dientes afilados. En la Cámara de Diputados, peronistas y no peronistas tendrán que pedir turno para vapulearlo, ya que todos coinciden en la misma necesidad de mellarlo. Y aunque quiera refugiarse recorriendo el país, tampoco lo estarán esperando con los brazos abiertos dirigentes de todos los partidos, que ven al líder del Frente Renovador como el claro enemigo a vencer, antes de que los derrote a ellos. Las maquinarias electorales son como las brujas. No existen, pero que las hay, las hay, y en todos los rincones de la Patria.

Es verdad que Massa posee un volumen político notable, invisible todavía para muchos, incluso peronistas. Pero lo cierto es que para tener chances en el 2015 tendrá que empezar todo de nuevo. De poco le servirá el sorpresivo armado que construyó hasta ahora. Por empezar, ya todos están avisados.

Lo saben radicales y socialistas, sedientos de poder después de años de derrotas, con una vocación nueva que se exhibió -por ejemplo- en el pronunciamiento que lograron de la Corte Suprema de la Nación para cortar la re-re de Gerardo Zamora o con triunfos en distritos importantes como Santa Fe y Mendoza y en enclaves peronistas como Jujuy y Catamarca. Y lo saben los macristas, con un armado político que sorprende por su calidad profesional, paciente, exitosa, precisa, capaz de dejar sin réplica posible a una frase como “ningún miembro de nuestro gabinete en el 2015 será ex ministro”, que fue pronunciada la misma noche de la victoria en el búnker del PRO.

Y aquí, otra cosa más. No puede pasar desapercibida una coincidencia notable: los dos dirigentes mejor posicionados para el 2015, Sergio Massa y Mauricio Macri, son actualmente intendentes. El dato no puede ser una casualidad. Quizás se trate, de verdad, de la esperada “nueva política”, dirigentes de proximidad,  que buscan resolver problemas concretos, de gente concreta, alejados del principio de unanimidad que buscó imponer el kirchnerismo en el poder, cercanos a la diversidad y sus debates sin fin para el encuentro de las soluciones, tan imperfectos como la democracia misma.