Francisco, un testimonio de entrega despojada

La renuncia de Benedicto XVI y la elección del cardenal Bergoglio como nuevo Papa tienen algo en común y transmiten un mensaje realmente novedoso. El primero renunció al poder cuando hoy es poco común que alguien diga en público que no está en condiciones de gobernar. El segundo resulta elegido cuando eran otros los que tenían amplias posibilidades y respondían mejor a determinados intereses terrenos. No hizo campaña ni tenía conexiones importantes que le aseguraran un apoyo suficiente Eso muestra que la Iglesia, siendo una institución acostumbrada al poder durante siglos, es capaz de trascender las lógicas del poder, y esto es una buena noticia, que la acerca un poco más a la figura de Jesucristo.

Me asombra cuando escucho determinadas sospechas acerca de su comportamiento en la dictadura, porque cualquiera que lo conozca sabe que él tuvo siempre la convicción de que la Iglesia debía mantenerse lejos de los espacios de poder tanto civiles como militares. En todo caso, algunos le reprochan no haber aprovechado mejor las posibilidades que tuvo en orden a obtener más beneficios para la Iglesia. Esto me contaba ya hace casi treinta años el padre Pablo Tissera, un jesuita progresista que lo conocía de cerca.

Nadie puede negar su austeridad, su pobreza personal, su cercana sencillez, que no son fingidas, porque son un comportamiento sostenido a lo largo de toda una larga vida. Seguramente, esta opción por parecerse a Jesucristo en su pobreza, le llevará a procurar que toda la Iglesia siga ese camino: ser un testimonio de entrega despojada.

Francisco es un Papa latinoamericano con buena formación, amplia cultura, sólidas convicciones, y al mismo tiempo capacidad de diálogo y amplitud de miras. Pero, más allá de sus condiciones personales, los católicos creemos que ahora lo ha cubierto y fecundado una luz sobrenatural que le permitirá ser padre universal y pastor de toda la Iglesia. Creemos que tiene una asistencia especial del Espíritu Santo que no pertenece al orden meramente terreno, y que le permite ir más allá de las tendencias culturales actuales, de la moda del pensamiento posmoderno, de las ideas que corren frenéticamente por los medios, las películas, la publicidad o las presiones de organismos internacionales. Por eso, el Papa nos ayuda a mirar en la realidad lo que muchos no pueden comprender, aunque lo que él  nos diga sea contracultural, aunque desconcierte, aunque rompa los propios esquemas. El Papa Francisco seguramente nos aportará todo eso, pero al mismo tiempo –no lo dudo– nos ayudará a descubrir el rostro cercano de Dios, su misericordia de Padre de todos, su amor incondicional.