Teoría de las ventanas rotas en la realidad latinoamericana

Vladimir Kislinger

Fue en 1969 cuando un grupo de psicólogos sociales de la Universidad de Stanford inició lo que ha sido uno de los estudios más reveladores en cuanto al comportamiento humano, que desmoronó prejuicios y paradigmas que hasta el día de hoy son sostenidos por nuestro entorno.

En dicha oportunidad, el profesor Philip Zimbardo, junto a otros científicos, colocó dos vehículos del mismo color, año y modelo en dos lugares diametralmente distintos en el estado de Nueva York. Uno en una zona reprimida, con altos niveles de violencia y criminalidad y el otro en una zona exclusiva, donde los servicios públicos funcionan, donde hay seguridad y un nivel de vida más alto.

Como era de esperarse, el primer auto fue vandalizado en horas, mientras que el otro permaneció intacto. Hasta ese momento parecía que las premisas sociales se cumplirían: la educación y el nivel de vida eran determinantes para el comportamiento social. Sin embargo, los científicos fueron más allá y rompieron una ventana del auto ubicado en esta exclusiva urbanización para evaluar si el comportamiento se mantenía o no. El resultado fue más que revelador. Al igual que el primer objeto de estudio, la gente comenzó a destruir, robar, dañar el segundo vehículo, ese que parecía seguro por encontrarse en ese lugar privilegiado.

La conclusión a partir de la investigación fue fascinante: la violencia, la criminalidad, el deterioro social no son reflejo de la pobreza. Son resultado del desmontaje de códigos sociales y de convivencia ante una realidad que nos arropa. Es decir, si el camión que se encarga de recolectar la basura todos los jueves en mi casa no va o cada vez es más difícil que aparezca, entonces comenzaré a acumular basura al frente, a quemarla, a tirarla en las calles, en la vegetación. Y como yo lo hago, otros, adquiriendo la conducta por imitación, repetirán la acción y contribuirán negativamente al deterioro ambiental, ciudadano y social.

Pero el problema va más allá. Al tener nuestras calles sucias por tantos desperdicios, tampoco nos importará pintar las aceras, ni asfaltar las calles, ni respetar el semáforo, ni al peatón. Es decir, entramos en una espiral que nos lleva a deteriorar la estructura social, degenerar los valores para convertirlos en antivalores. Es una respuesta humana, por muy inhumana que parezca.

Nuestros pueblos han pasado y pasan hoy día por esta realidad. El deterioro de nuestro entorno ha sido determinante, pero mucho más nuestra respuesta ante tal desgracia. ¿Pero qué podemos hacer si parecería que todo está perdido?

Definitivamente mucho. Para ello quiero traer como ejemplo una campaña del grupo social Guayaneses por el Mundo, de Venezuela, quienes han iniciado una maratónica cruzada para decirle “no” a la viveza criolla. En la misma medida en la que nuestra autorregulación restaure nuestros valores, entonces la respuesta del entorno será positiva y lo mejor, propositiva.

Tenemos que querer nuestro entorno, nuestra gente, nuestra ciudad. Por más deterioro que encontremos siempre tendremos una posibilidad de mejorar. Así como los japoneses con su teoría de la calidad total, esa que los llevaba a “mejorar una cosa cada día”. Abramos los ojos, que diariamente tendremos la oportunidad de impactar con pequeñas pero grandes acciones que a la postre redundarán en una mejor calidad de vida, en un mejor futuro.