El país de los trofeos de guerra

Nuevamente nos toca hablar de Venezuela. Pero debemos ser más específicos en honor a la verdad. Considero que hoy vale la pena referirnos solamente al Gobierno, ese que tiene ya un poco más de dieciséis años en el poder y el cual se acostumbró a buscar, crear y mostrar trofeos como método para ejercer el poder.

Tal vez influya su clara vocación militarista, desvirtuada por supuesto, la cual les tiene en “permanente alerta”, generando compromisos de cara a la opinión pública, los cuales atienden muy vehementemente a través de sus trofeos de guerra, por sus características particulares, resaltantes y simbólicas.

Todo este parapeto viene secundado por una inmensa acción de comunicación, que se alinea perfecta y hasta exageradamente a los objetivos que se plantean los altos funcionarios del país. Basta recordar hechos de reciente data como el “testigo estrella” del caso Danilo Anderson, de la famosa detención de Leopoldo López, en la cual participó ilegalmente el presidente de la AN Diosdado Cabello (Quien conducía el vehículo donde trasladaban a López), o de la detención de Johnny Bolívar, presunto asesino de Adriana Urquiola (por funcionarios colombianos), y todo lo que significó en términos comunicacionales.

Ya el canal del Estado y sus filiales deben tener un banco de imágenes y de soundtracks de alta factura para crear y reproducir toda clase de videos, audios y fotografías, de la manera más baja, ilegal y grotescamente posible, sin el menor pudor ni de los periodistas que laboran en estos medios.

Un circo, sí. Como lo dice Luis Chataing, un circo. Los venezolanos hemos sido testigos te la “efectividad gubernamental” para algunas cosas y la total indolencia para otras tantas. También la facilidad para montar casos con el único fin de persuadir a la opinión pública a tener una actitud distinta ante un tema determinado, como el de la violencia, por ejemplo.

La habilidad para desmontar matrices a partir de estos trofeos es sorprendente. Ni el mejor cineasta se imaginaría que en el país existe tal tipo de creatividad. Para muestra un botón:

Ahora resulta que la delincuencia no es común. Es una delincuencia paramilitar pagada y financiada por los intereses de la ultraderecha apátrida que opera desde los nexos Bogotá-Madrid-Miami. ¿Les suena conocido este argumento? Para ello sacan algún trofeo, como por ejemplo, la detención de los miembros de alguna banda común, seguida por toda una campaña “informativa” de corte amarillista y de una seguidilla de voceros que repiten incesantemente el mismo mensaje. Mientras tanto siguen matando gente en la calle.

También han dicho que el sabotaje económico es producto de los intereses de la ultraderecha apátrida que opera desde los nexos Bogotá-Madrid-Miami más los empresarios acaparadores. ¿También les suena conocido este argumento? Para ello sacan otro trofeo, como por ejemplo, los directivos de Farmatodo detenidos, seguido por toda una campaña “informativa” de corte amarillista y de otra seguidilla de voceros que repiten incesantemente el mismo mensaje. Mientras tanto policías y bachaqueros siguen estafando a la gente en la calle.

RCTV, El Universal, Noticias 24, Tal Cual, Ledezma, Baduel, López, Ceballos, Brito, Rubén González, Mezerhane, el Movimiento Estudiantil, empresarios, entre muchos otros, nos confirman que Venezuela, definitivamente, es el país de los trofeos de guerra.

En la parada, por favor

Hoy me siento a escribir en mi habitual escritorio con sentimientos encontrados. Sucede que mis padres luego de mucho esfuerzo, exagerados para mi gusto, lograron venir a visitarme al país que me recibió con los brazos abiertos y que me ha ofrecido las libertades que no logré conseguir en mi propia patria. Y sí, tenerlos conmigo significa mucho, por infinitas razones, aunque sea por un corto plazo de tiempo.

Pero el verles comparar, asombrarse, y convertir nuestro día a día en algo casi cósmico sinceramente me da dolor y pena. El tomar fotografías a las aceras porque se mantienen limpias, o a los anaqueles que tienen productos tan básicos que casi olvidamos que existen y que para ellos es oro en polvo no tiene nombre. No, me niego a que dos venezolanos, profesionales, honestos, de buena fe y que han construido una familia desde cero tengan que pasar por tan miserable situación a estas alturas de la vida. Es increíble escuchar sus discusiones “¿gordo, será que cuando lleguemos a Maiquetía nos van a quitar la Harina Pan que llevamos en la maleta?” “¿será que dejamos algunos desodorantes para que no nos molesten en la aduana?” No, definitivamente no.

Peor aun cuando les toca hacer el tan chocante cambio al “dólar paralelo” porque así les tocó viajar. Querer hacerle una atención a sus nietas, tan básica como llevarlas a una cadena de comida rápida, supone más o menos unos 8.400Bs.F, lo que es igual a un mes y medio de trabajo en Venezuela.

Lo peor es que mientras ellos piensan en cubrir esas necesidades básicas que definitivamente les fueron despojadas a causa del nepotismo, de la corrupción, de la ineptitud, contrabando, acaparamiento y finalmente destrucción del aparato productivo, nosotros rezamos de rodilla porque su regreso no signifique el riesgo a sus vidas, a su seguridad personal.

Nuestro llanto no es por la separación, sino por el miedo que significa recordar que están expuestos a cualquier cosa, a un permanente peligro, mientras luchan por el pan de cada día. Mientras tanto, en su esperanza con amor propio, el desprendimiento que significa ver a sus hijos en otros destinos, seguros, sin importar la separación en sí, la cual se entiende está condicionada a esa tranquilidad que les da el verlos en tierra fértil.

Pero en una realidad como la que vive nuestra nación, nuestro golpeado hogar, la indignación se hace presente, sobre todo porque el deterioro es exponencial. Entonces sobreviene la pregunta ¿qué hacemos? ¿Cómo nos activamos? O dejamos que se coman el país y no dejen ni las migajas o nos apropiamos de lo que siempre ha sido nuestro, exigiendo y aplicando justicia.

A los dormidos es hora de despertar; a los despiertos es hora de actuar; a los dudosos es hora de decidir; a los venezolanos es hora de no dejar pasar. Así que, en la parada, por favor.

Vamos mal, pero podemos estar mejor

Haciéndole seguimiento a las noticias que se emiten desde Venezuela, he recordado un viejo libro, escrito en 1988 por Arturo Ochoa Benítez, el cual lleva por título “La Cultura Folclórica del Venezolano y de las Instituciones Públicas”. En él se expone una serie de argumentos sobre nuestro comportamiento, de cara a lo social y cultural, denotando un problema de base que se remonta a los tiempos de la colonia y de la propia independencia. Los mesianismos latinoamericanos, la cultura autoritaria de los uniformados, la corrupción como vía para alcanzar “más rápidamente” los bienes de fortuna y la crisis de valores, no son culpa exclusivamente ni de Chávez, ni de los adecos y copeyanos, refiriéndome a los principales partidos que dominaron la esfera política de la Venezuela contemporánea.

Bien podríamos decir, por mero reduccionismo, que todos los males son producto del actual sistema de valores y de aquellos que tienen como responsabilidad el control del poder central. Claro está, acoto, que con el gobierno de turno la crisis moral se ha evidenciado con un marcado acento en la deformación de las creencias y modos de ser, en el desmontaje de las estructuras que predominaron para crear un je ne sais quoi que nunca terminó de funcionar.

También es cierto que hubo mucha gente excluida, que según el propio Ochoa Benítez ha sido un presente continuo registrado desde que se tiene data. Gente que a inicios del gobierno de Chávez, por ejemplo, comenzó a sentir que su voz se escuchaba, que sus reclamos eran tomados en cuenta. Lamentablemente hoy es otra la realidad, la que dejó en evidencia una supuesta “inversión social” con el único propósito de permanecer en el poder el mayor tiempo posible, cosa que al parecer les funcionó.

Ese tipo de inversiones no fueron coherentes, entre la corrupción y la pésima gerencia oficialista. En poco más de 15 años el país se fue carcomiendo cual enfermo terminal, pese a haber contado con el mayor cúmulo de riquezas de toda su historia, tanto así que casi era literal la famosa frase “nadábamos en dólares”.

Hoy día, un altísimo porcentaje de todo ese gasto público queda reflejado en el mal sabor de boca de cientos de empresas expropiadas –y arruinadas– por el régimen, de construcciones que quedaron a medio camino en el mejor de los casos, de hospitales, escuelas y centros asistenciales inoperantes. Lo único que puede reflejar realmente la inversión de este gobierno son las grandes mansiones y propiedades ubicadas en las mejores zonas del país y que, por supuesto, están en manos de funcionarios públicos y testaferros. Pero tal como lo comentó en su momento Ochoa y lo suscribe el propio paso de la historia, esta tendencia ha pasado, tristemente, de generación en generación.

Sin duda alguna nuestro esquema mental ha sido expuesto a un modelo deformado, que no llega a tener nombre propio pero que ha hecho mucho daño a nuestros pueblos, dejándonos atrás y muy mal parados. Pareciera que ese sincretismo expuesto por Gabriel García Márquez en su artículo “Estas navidades siniestras” (1988), se puede aplicar perfectamente a lo que se expone en estas breves líneas. Y es que terminamos siendo algo que nunca quisimos ser, como una especie de “Frankenstein social”, y sin muchas ventanas visibles que demuestren cambios significativos.

Pero no todo está perdido. Como bien lo dijera Martin Luther King “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.” Un sujeto y un predicado. El cambio no puede venir de la mano de nuevos gobernantes. No. La evolución no puede caer del cielo. No. La responsabilidad del destino de nuestras sociedades, de nuestros pueblos, de nuestra descendencia y tradiciones está en nuestras manos y no en un funcionario de turno. Ya es momento de dejar a un lado esa proyección psicológica de la culpa para entender que los únicos responsables de todo lo bueno y malo que pasa en nuestros pueblos somos nosotros mismos. Cuando no respetamos el semáforo, cuando nos quedamos con algo que no es nuestro, cuando miramos al otro lado cuando se comete una injusticia, cuando simplemente pretendemos ignorar como esperando que eso o aquello no nos pase a nosotros. No, definitivamente no.

El sentido común y de pertenencia, debe estar de la mano, independientemente de la clase social y nivel educativo. Debemos exigirnos a nosotros mismos el mejorar todos los días. De allí hay muy buenos ejemplos, como el de la Calidad Total creado y promovido por los japoneses, donde el objetivo consistía en mejorar algo diariamente, por muy sencillo que fuera. Eventualmente, si todos creáramos este hábito tan sano y proactivo, comenzaríamos a notar la diferencia y a entender que con sacrificio, trabajo y dedicación, sumados la genuina voluntad de querer preservar lo propio y colectivo, las cosas mejorarán.

Venezuela: economía de fachada en plena implosión

Como dicen popularmente en Venezuela, “Maduro y su combo siguen estirando el chicle”. Y es que no dejan de sorprender con sus declaraciones desafortunadas, acompañadas de acciones que “despelucan” al más bravo.

El día a día del venezolano promedio se ha visto afectado a lo largo de estos últimos años por la creciente ola de violencia, decadentes servicios públicos, corrupción y desabastecimiento que acompañados de una verdadera “campaña mediática”, sí, esa que tanto denunció Chávez y que resultó ser montada por el mismo gobierno para manipular a la opinión pública, forman una especie de surrealismo que trastorna el normal desenvolvimiento de una sociedad que ya pasa los treinta millones de habitantes.

Si usted quiere comprobar lo que escribo, pues debe cumplir dos pasos: primero, trate de conectarse a la señal en vivo de algún canal del Estado como VTV, por ejemplo, y verá que el país de las maravillas, ese en donde todo es color de rosa, queda entre las cuatro paredes del estudio de televisión y las locaciones donde escogen grabar sus mensajes propagandísticos. Posteriormente, busque un número de teléfono al azar en las “páginas amarillas venezolanas” y pregúntele a la persona que le atienda si en esta semana tuvo oportunidad de comprar desodorante, leche, huevos, pollo o siquiera harina para hacer sus tradicionales arepas. Repita la operación un par de veces para verificar el caso de estudio. Finalmente escríbame para saber cómo le fue.

Y es que la situación se agrava con cada minuto que pasa. La contaminación de un modelo económico que se degeneró en este des-modelo, amenaza con arropar definitivamente a un país que gozó en este último lustro de la mayor bonanza petrolera de toda su historia, mientras que sus dirigentes se esmeran en procurar una “sensación” distinta a la que se vive. Con argumentos “enlatados”, como decimos en el lenguaje periodístico para referirnos a la importación de contenido comunicacional, se han encargado de hacer ver que otro es el culpable. Ese otro inmaterial, que se supone, que se cree, que parece ser pero nunca es.

A todo esto se le suma la actual crisis petrolera, que como suele suceder cuando obtienes grandes riquezas sin el mayor esfuerzo, ha tomado por sorpresa y sin previsiones a un gobierno que ha incrementado el gasto público de manera exponencial, pero que no ha sido responsable en invertirlo en proyectos que supongan la multiplicación de sus haberes, haciéndolo insostenible en el tiempo y con una profunda crisis social.

En este socialismo, el de Chávez y Fidel (bueno, ya no tanto de Fidel), vimos como las estructuras del Estado fueron cambiando bajo la promesa de la libertad económica y social. Pero el resultado fue otro, muy distinto a lo prometido hace dieciséis años. Un buen ejemplo es el deterioro de nuestra moneda, la nueva, la fuerte de Hugo, la creada en el 2008 con el fin de cumplir con la reconversión monetaria que hoy día da pena mencionar. De ese cambio adoptamos nuevos billetes con sus denominaciones de 5, 10, 20, 50 y 100. Con el de 10, en el mercado “paralelo” de divisas, podíamos comprar 1 dólar. Para la fecha, casi 7 años después, necesitamos todos los billetes, sí, leyó bien, todos los billetes para poder comprar 1 dólar en ese mismo mercado. 187 Bs., tenemos que pagar para obtener 1 solo verde de Estados Unidos. Entonces me pregunto ¿Son percepciones? ¿Es que entendemos mal la economía?

Mientras tanto los funcionarios del gobierno siguen endeudando al país, pero la factura, tarde o temprano, será cobrada por los mismos venezolanos, con quienes tiene la mayor deuda.