Autoengaño chavista

Casi como si se tratara de una nueva cultura político-religiosa, el oficialismo venezolano lanzó una campaña en el sistema nacional de medios públicos digna del análisis de estudiantes de sociología, psicología y comunicación social en el campo de la semiótica. Se trata de una mujer y su niña adolescente —tomando en cuenta el matriarcado producto de la irresponsabilidad masculina— hablando de la realidad del país, bajo una premisa falaz, reflejo del autoengaño del propio chavismo.

Parecería que la inspiración para realizar esta pieza audiovisual surgió, en buena medida, de aquella frase irresponsable, desacertada e impertinente, esa que expresó el presidente Nicolás Maduro en una oportunidad al referirse a los crecientes problemas del país, cuando se atrevió a afirmar “Dios proveerá”, como si se tratase de un acto más divino que humano. Suscribió de alguna manera la opinión sobre la incapacidad del Estado venezolano para resolver sus propios problemas.

De esta incapacidad, esa que durante tanto tiempo ha sido cubierta por el propio órgano de propaganda roja, se desprende uno de los factores que más ha criticado la sociedad venezolana, la negación. Por ello, la entrada del video en cuestión da paso a un argumento tardío de un problema que vive el país y que no puede ser ocultado de ninguna manera. Continuar leyendo

El silencio, el argumento falaz y el escándalo

Un axioma que se ha hecho costumbre en el estamento político del Gobierno venezolano es el silencio. Las autoridades “revolucionarias”, muy a su estilo, se acostumbraron a esquivar la mirada, a evadir las preguntas y a callar las respuestas.

Esa palabra extraoficial que molesta tanto a lectores como a periodistas fue reemplazada progresivamente por una frase aún peor: “No negó ni confirmó la información”, por lo tanto desconocemos si el año pasado murieron dieciocho mil o veintiocho mil venezolanos. Tampoco sabemos si la inflación acumulada llegó a los cuatro dígitos, si el desabastecimiento ronda el 80% de los productos, o cómo los sobrinos de Cilia Flores obtuvieron los pasaportes diplomáticos a los que hace referencia Estados Unidos.

Junto a tal silencio, falaz es el único y desgastado argumento que sostiene el régimen: la culpa externa, la crisis inducida, la quinta columna en el mejor de los casos. Tan falso como aquella afirmación relativa a que gracias a Hugo Chávez el precio del petróleo pasó de siete dólares el barril a más de cien dólares. Es increíble la capacidad para crear amenazas, para afirmar que todo, absolutamente todo es culpa de factores externos, casi asumiendo como un karma que sólo el Gobierno rojo podría haber soportado, por su alto grado de humanismo socialista, ese que construyó la plataforma para que luego de recibir más de novecientos mil millones de dólares en diecisiete años no se encuentre ni papel de baño, ni una aspirina para el dolor de cabeza. Continuar leyendo

Las cuentas también se cobran con votos

Todo indica que los resultados del domingo 6 de diciembre serán muy distintos a los que tradicionalmente estuvimos acostumbrados a recibir durante casi veinte años de historia venezolana. Las encuestas, más que los expertos, sorpresivamente nos madrugaron con indicadores que aunque se esperaban, no se creían. Las más conservadoras, incluso aquellas abiertamente pro-oficialistas, hablaban de un 15% de ventaja de la oposición sobre el chavismo, las más liberales de hasta el 30 por ciento.

Sin embargo, la mejor encuesta que podemos aplicar tiene dos variables a analizar. La primera es el propio pueblo y su realidad. En las calles se nota el descontento, la ansiedad, la falta de motivación, la incertidumbre. Un kilo de pollo es igual a un kilo de oro, un papel higiénico a una comida en el mejor restorán.

La muerte se relativizó, para el mayor pesar de los venezolanos. Si es rojo, blanco, amarillo, de este o aquel lugar, todo forma parte de los atenuantes o los agravantes en un país tan desigual que, aunque rico, está quebrado, con una estanflación alarmante que repite índices de pobreza y miseria que se vivieron en otros tiempos tan criticados por el propio chavismo. Continuar leyendo

¿Cuándo llegará la escasez de plomo?

¿Será que la pólvora tiene algún tipo de subsidio por parte del Gobierno? ¿O que la industria de las municiones compra a 6,30? ¿Quizá esta será una de las pocas producciones venezolanas que tiene suficiente mercado como para sortear la profunda crisis económica? Qué dilema, sinceramente.

Hablar de violencia en Venezuela es hablar de tres cosas básicas: balas, asesinos e impunidad. Para el año 2014, según el Observatorio Venezolano de Violencia, teníamos la segunda tasa de muerte por violencia del mundo, ubicándonos en 82 asesinados por cada cien mil habitantes. Ecuador, México, El Salvador, Colombia y Brasil son bebés de pecho al compararse con nosotros.

Las cifras podrían ser mucho más dramáticas, por cuanto ya van once años sin obtener información oficial sobre este tema. La censura gubernamental hace que hasta el más valiente se asuste, dando paso a toda clase de mitos y leyendas para sortear el bloqueo informativo en este tema. Un bloqueo profundamente irresponsable e insostenible.

No son números, son almas. Solo el año pasado se registraron 24.980 fallecidos por violencia en el país más chévere del mundo. Son 25 mil personas con sueños, familia, esperanzas y sentimientos. Mucho peor cuando hablamos de la cifra de asesinatos desde 1999 hasta la fecha. Son más de 160 mil personas las que han muerto por causa de la violencia en Venezuela, mucho más que las que fallecieron en Japón a causa de la bomba atómica en Hiroshima, la cual cobró la vida de 140 mil personas, según las cifras oficiales de la ciudad. Continuar leyendo

Ideas para Nicolás

Desde el inicio de su mandato nos ha acostumbrado a anunciarnos que anunciará algo que luego de anunciado no anuncia nada. Sí, así como suena. Nada. Hemos seguido atentamente sus accidentadas intervenciones por múltiples razones. Algunos por chiste, otros por curiosidad y otros tantos por preocupación genuina.

Y es que nos resulta increíble cómo es posible que en su verbo y discurso no haya absolutamente nada rescatable, ni siquiera con la excusa de haber contado con un predecesor al cual tuvo que escucharlo más que un operador de radio en cabina, y que al menos, sabía cómo distraer a la gente y mantenerlos en permanente expectativa mientras el país se nos iba por el precipicio.

Sí, también me pregunto cómo es posible que mientras nuestro país se despedaza día a día, se empeñe en vivir en permanente negación y no anuncie lo que tanta gente honesta ha esperado que comunique: su renuncia ante el fracaso público y notorio.

Al escucharle hablar de conspiradores siempre pienso en sus “compañeros de lucha”. Lo digo porque es a todas luces un eufemismo argumentar sobre la materia, teniendo experiencia práctica y aplicada en nuestro propio país y en otros tantos de manera indirecta ¿O es que acaso ustedes no fueron unos golpistas y conspiradores?

Peor aún, siguen llevando bien puestos estos calificativos, al enjuiciar alcaldes sin justificación alguna, al cambiar las estructuras institucionales para mantener cuotas de poder, como el caso jefatura del Distrito Capital y las zonas distritales, o de inhabilitar a políticos que antes de entrar en una contienda electoral ya se veían como ganadores. Son unos golpistas, sí.

La rimbombancia heredada y la verborrea sin sentido se curan, mi estimado presidente. No necesita hacer el ridículo para distraer a la opinión pública. Lo que necesita es hacerle frente a los compromisos y fracasos y hacer lo propio, cosa que le vuelvo a recordar, esperamos mucho, su renuncia.

Pero para que mi argumento no se vea tan chocante y “conspirador”, le voy a dar una “ayudaíta” a ver si se anima de una buena vez por todas, dándole a conocer algunos ejemplos de lo que hicieron sus homólogos en otras oportunidades y latitudes, con respecto a la materia:

En agosto de 1974, Richard Nixon renunció a la presidencia de Estados Unidos, por haber sido implicado en el famoso escándalo de Watergate, que consistió fundamentalmente en espionaje interno, obstrucción de la justicia y corrupción.

En febrero de 2012, el presidente alemán Christian Wulff, dimitió tras haber sido acusado formalmente por la fiscalía de ese país por corrupción y tráfico de influencias.

A principios del 2014, el primer ministro de Ucrania, Nikolái Azárov renunció a su cargo “para crear más oportunidades para el compromiso social y político y para que el conflicto tenga una solución pacífica”.

En enero de 2015, el presidente más longevo de la historia italiana, Giorgio Napolitano, renunció a su cargo por su avanzada edad y problemas de salud, siendo el único presidente en la historia de ese país en ser reelecto.

Son solo algunos ejemplos que ilustran las distintas razones por las cuales un presidente en funciones puede y debe renunciar: por acusaciones de corrupción, espionaje, obstrucción a la justicia, tráfico de influencias y enfermedad. Podría agregar otras causas, pero creo que con las primeras cuatro ya tiene buenas excusas para hacerlo. Ande, anímese y haga lo propio.

Vamos mal, pero podemos estar mejor

Haciéndole seguimiento a las noticias que se emiten desde Venezuela, he recordado un viejo libro, escrito en 1988 por Arturo Ochoa Benítez, el cual lleva por título “La Cultura Folclórica del Venezolano y de las Instituciones Públicas”. En él se expone una serie de argumentos sobre nuestro comportamiento, de cara a lo social y cultural, denotando un problema de base que se remonta a los tiempos de la colonia y de la propia independencia. Los mesianismos latinoamericanos, la cultura autoritaria de los uniformados, la corrupción como vía para alcanzar “más rápidamente” los bienes de fortuna y la crisis de valores, no son culpa exclusivamente ni de Chávez, ni de los adecos y copeyanos, refiriéndome a los principales partidos que dominaron la esfera política de la Venezuela contemporánea.

Bien podríamos decir, por mero reduccionismo, que todos los males son producto del actual sistema de valores y de aquellos que tienen como responsabilidad el control del poder central. Claro está, acoto, que con el gobierno de turno la crisis moral se ha evidenciado con un marcado acento en la deformación de las creencias y modos de ser, en el desmontaje de las estructuras que predominaron para crear un je ne sais quoi que nunca terminó de funcionar.

También es cierto que hubo mucha gente excluida, que según el propio Ochoa Benítez ha sido un presente continuo registrado desde que se tiene data. Gente que a inicios del gobierno de Chávez, por ejemplo, comenzó a sentir que su voz se escuchaba, que sus reclamos eran tomados en cuenta. Lamentablemente hoy es otra la realidad, la que dejó en evidencia una supuesta “inversión social” con el único propósito de permanecer en el poder el mayor tiempo posible, cosa que al parecer les funcionó.

Ese tipo de inversiones no fueron coherentes, entre la corrupción y la pésima gerencia oficialista. En poco más de 15 años el país se fue carcomiendo cual enfermo terminal, pese a haber contado con el mayor cúmulo de riquezas de toda su historia, tanto así que casi era literal la famosa frase “nadábamos en dólares”.

Hoy día, un altísimo porcentaje de todo ese gasto público queda reflejado en el mal sabor de boca de cientos de empresas expropiadas –y arruinadas– por el régimen, de construcciones que quedaron a medio camino en el mejor de los casos, de hospitales, escuelas y centros asistenciales inoperantes. Lo único que puede reflejar realmente la inversión de este gobierno son las grandes mansiones y propiedades ubicadas en las mejores zonas del país y que, por supuesto, están en manos de funcionarios públicos y testaferros. Pero tal como lo comentó en su momento Ochoa y lo suscribe el propio paso de la historia, esta tendencia ha pasado, tristemente, de generación en generación.

Sin duda alguna nuestro esquema mental ha sido expuesto a un modelo deformado, que no llega a tener nombre propio pero que ha hecho mucho daño a nuestros pueblos, dejándonos atrás y muy mal parados. Pareciera que ese sincretismo expuesto por Gabriel García Márquez en su artículo “Estas navidades siniestras” (1988), se puede aplicar perfectamente a lo que se expone en estas breves líneas. Y es que terminamos siendo algo que nunca quisimos ser, como una especie de “Frankenstein social”, y sin muchas ventanas visibles que demuestren cambios significativos.

Pero no todo está perdido. Como bien lo dijera Martin Luther King “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.” Un sujeto y un predicado. El cambio no puede venir de la mano de nuevos gobernantes. No. La evolución no puede caer del cielo. No. La responsabilidad del destino de nuestras sociedades, de nuestros pueblos, de nuestra descendencia y tradiciones está en nuestras manos y no en un funcionario de turno. Ya es momento de dejar a un lado esa proyección psicológica de la culpa para entender que los únicos responsables de todo lo bueno y malo que pasa en nuestros pueblos somos nosotros mismos. Cuando no respetamos el semáforo, cuando nos quedamos con algo que no es nuestro, cuando miramos al otro lado cuando se comete una injusticia, cuando simplemente pretendemos ignorar como esperando que eso o aquello no nos pase a nosotros. No, definitivamente no.

El sentido común y de pertenencia, debe estar de la mano, independientemente de la clase social y nivel educativo. Debemos exigirnos a nosotros mismos el mejorar todos los días. De allí hay muy buenos ejemplos, como el de la Calidad Total creado y promovido por los japoneses, donde el objetivo consistía en mejorar algo diariamente, por muy sencillo que fuera. Eventualmente, si todos creáramos este hábito tan sano y proactivo, comenzaríamos a notar la diferencia y a entender que con sacrificio, trabajo y dedicación, sumados la genuina voluntad de querer preservar lo propio y colectivo, las cosas mejorarán.

Venezuela: economía de fachada en plena implosión

Como dicen popularmente en Venezuela, “Maduro y su combo siguen estirando el chicle”. Y es que no dejan de sorprender con sus declaraciones desafortunadas, acompañadas de acciones que “despelucan” al más bravo.

El día a día del venezolano promedio se ha visto afectado a lo largo de estos últimos años por la creciente ola de violencia, decadentes servicios públicos, corrupción y desabastecimiento que acompañados de una verdadera “campaña mediática”, sí, esa que tanto denunció Chávez y que resultó ser montada por el mismo gobierno para manipular a la opinión pública, forman una especie de surrealismo que trastorna el normal desenvolvimiento de una sociedad que ya pasa los treinta millones de habitantes.

Si usted quiere comprobar lo que escribo, pues debe cumplir dos pasos: primero, trate de conectarse a la señal en vivo de algún canal del Estado como VTV, por ejemplo, y verá que el país de las maravillas, ese en donde todo es color de rosa, queda entre las cuatro paredes del estudio de televisión y las locaciones donde escogen grabar sus mensajes propagandísticos. Posteriormente, busque un número de teléfono al azar en las “páginas amarillas venezolanas” y pregúntele a la persona que le atienda si en esta semana tuvo oportunidad de comprar desodorante, leche, huevos, pollo o siquiera harina para hacer sus tradicionales arepas. Repita la operación un par de veces para verificar el caso de estudio. Finalmente escríbame para saber cómo le fue.

Y es que la situación se agrava con cada minuto que pasa. La contaminación de un modelo económico que se degeneró en este des-modelo, amenaza con arropar definitivamente a un país que gozó en este último lustro de la mayor bonanza petrolera de toda su historia, mientras que sus dirigentes se esmeran en procurar una “sensación” distinta a la que se vive. Con argumentos “enlatados”, como decimos en el lenguaje periodístico para referirnos a la importación de contenido comunicacional, se han encargado de hacer ver que otro es el culpable. Ese otro inmaterial, que se supone, que se cree, que parece ser pero nunca es.

A todo esto se le suma la actual crisis petrolera, que como suele suceder cuando obtienes grandes riquezas sin el mayor esfuerzo, ha tomado por sorpresa y sin previsiones a un gobierno que ha incrementado el gasto público de manera exponencial, pero que no ha sido responsable en invertirlo en proyectos que supongan la multiplicación de sus haberes, haciéndolo insostenible en el tiempo y con una profunda crisis social.

En este socialismo, el de Chávez y Fidel (bueno, ya no tanto de Fidel), vimos como las estructuras del Estado fueron cambiando bajo la promesa de la libertad económica y social. Pero el resultado fue otro, muy distinto a lo prometido hace dieciséis años. Un buen ejemplo es el deterioro de nuestra moneda, la nueva, la fuerte de Hugo, la creada en el 2008 con el fin de cumplir con la reconversión monetaria que hoy día da pena mencionar. De ese cambio adoptamos nuevos billetes con sus denominaciones de 5, 10, 20, 50 y 100. Con el de 10, en el mercado “paralelo” de divisas, podíamos comprar 1 dólar. Para la fecha, casi 7 años después, necesitamos todos los billetes, sí, leyó bien, todos los billetes para poder comprar 1 dólar en ese mismo mercado. 187 Bs., tenemos que pagar para obtener 1 solo verde de Estados Unidos. Entonces me pregunto ¿Son percepciones? ¿Es que entendemos mal la economía?

Mientras tanto los funcionarios del gobierno siguen endeudando al país, pero la factura, tarde o temprano, será cobrada por los mismos venezolanos, con quienes tiene la mayor deuda.