El silencio, el argumento falaz y el escándalo

Un axioma que se ha hecho costumbre en el estamento político del Gobierno venezolano es el silencio. Las autoridades “revolucionarias”, muy a su estilo, se acostumbraron a esquivar la mirada, a evadir las preguntas y a callar las respuestas.

Esa palabra extraoficial que molesta tanto a lectores como a periodistas fue reemplazada progresivamente por una frase aún peor: “No negó ni confirmó la información”, por lo tanto desconocemos si el año pasado murieron dieciocho mil o veintiocho mil venezolanos. Tampoco sabemos si la inflación acumulada llegó a los cuatro dígitos, si el desabastecimiento ronda el 80% de los productos, o cómo los sobrinos de Cilia Flores obtuvieron los pasaportes diplomáticos a los que hace referencia Estados Unidos.

Junto a tal silencio, falaz es el único y desgastado argumento que sostiene el régimen: la culpa externa, la crisis inducida, la quinta columna en el mejor de los casos. Tan falso como aquella afirmación relativa a que gracias a Hugo Chávez el precio del petróleo pasó de siete dólares el barril a más de cien dólares. Es increíble la capacidad para crear amenazas, para afirmar que todo, absolutamente todo es culpa de factores externos, casi asumiendo como un karma que sólo el Gobierno rojo podría haber soportado, por su alto grado de humanismo socialista, ese que construyó la plataforma para que luego de recibir más de novecientos mil millones de dólares en diecisiete años no se encuentre ni papel de baño, ni una aspirina para el dolor de cabeza. Continuar leyendo

Cuando el divorcio es inminente

Vivimos en una sociedad matriarcal que ha estado acostumbrada por décadas al maltrato, a la vejación y a los sueños rotos. Nuestros barrios y urbanizaciones, gobierno tras gobierno, se han vestido de distintos colores, dejando su memoria al abandono, para conseguir el tan esperado rescate por parte del “Papá Estado”, que nunca termina de responsabilizarse por la educación, por ser un buen mayordomo de la gerencia pública, por ser un facilitador, más que un proveedor.

Y es que no hace falta escuchar, ver o leer a sabios analistas para entender que el maltrato recibido por generaciones ha dejado secuelas, las cuales hemos sentido con mucha más intensidad en estos últimos años, dada la descomposición social y crisis de valores, generando como consecuencia nuevos códigos de conducta, transgredidos por la propia necesidad de supervivencia, esa de la que tanto habló Freud y la que en nuestro caso se genera en vista de las alarmas que se prenden en los cuatro rincones de nuestra geografía nacional.

A ese “Papá Estado” irresponsable, dejado, desteñido, botarata y malhumorado no le hemos reclamado lo suficiente. No le hemos pedido que cumpla su rol como debe ser, sin excusas, sin terceros culpables. Un “Papá Estado” que nunca dio la talla y que empeora nuestra situación con el pasar del tiempo. Pero bueno, como en todo matrimonio ambas partes tienen algo de culpa. Allí entramos a la historia de la mamá que todo lo soporta: golpes, maltratos psicológicos, amenazas, violaciones, infidelidad, desatención y pare usted de contar. Esa mamá que tiene mucha culpa, aunque sea víctima a la vez. Una mujer hermosa, inteligente, pero con grandes complejos y baja autoestima. Ella no se ha dado cuenta que vale oro y que en sus propias ideas está la verdadera solución para su hogar y no en un nuevo marido de turno. Continuar leyendo

Venezuela: economía de fachada en plena implosión

Como dicen popularmente en Venezuela, “Maduro y su combo siguen estirando el chicle”. Y es que no dejan de sorprender con sus declaraciones desafortunadas, acompañadas de acciones que “despelucan” al más bravo.

El día a día del venezolano promedio se ha visto afectado a lo largo de estos últimos años por la creciente ola de violencia, decadentes servicios públicos, corrupción y desabastecimiento que acompañados de una verdadera “campaña mediática”, sí, esa que tanto denunció Chávez y que resultó ser montada por el mismo gobierno para manipular a la opinión pública, forman una especie de surrealismo que trastorna el normal desenvolvimiento de una sociedad que ya pasa los treinta millones de habitantes.

Si usted quiere comprobar lo que escribo, pues debe cumplir dos pasos: primero, trate de conectarse a la señal en vivo de algún canal del Estado como VTV, por ejemplo, y verá que el país de las maravillas, ese en donde todo es color de rosa, queda entre las cuatro paredes del estudio de televisión y las locaciones donde escogen grabar sus mensajes propagandísticos. Posteriormente, busque un número de teléfono al azar en las “páginas amarillas venezolanas” y pregúntele a la persona que le atienda si en esta semana tuvo oportunidad de comprar desodorante, leche, huevos, pollo o siquiera harina para hacer sus tradicionales arepas. Repita la operación un par de veces para verificar el caso de estudio. Finalmente escríbame para saber cómo le fue.

Y es que la situación se agrava con cada minuto que pasa. La contaminación de un modelo económico que se degeneró en este des-modelo, amenaza con arropar definitivamente a un país que gozó en este último lustro de la mayor bonanza petrolera de toda su historia, mientras que sus dirigentes se esmeran en procurar una “sensación” distinta a la que se vive. Con argumentos “enlatados”, como decimos en el lenguaje periodístico para referirnos a la importación de contenido comunicacional, se han encargado de hacer ver que otro es el culpable. Ese otro inmaterial, que se supone, que se cree, que parece ser pero nunca es.

A todo esto se le suma la actual crisis petrolera, que como suele suceder cuando obtienes grandes riquezas sin el mayor esfuerzo, ha tomado por sorpresa y sin previsiones a un gobierno que ha incrementado el gasto público de manera exponencial, pero que no ha sido responsable en invertirlo en proyectos que supongan la multiplicación de sus haberes, haciéndolo insostenible en el tiempo y con una profunda crisis social.

En este socialismo, el de Chávez y Fidel (bueno, ya no tanto de Fidel), vimos como las estructuras del Estado fueron cambiando bajo la promesa de la libertad económica y social. Pero el resultado fue otro, muy distinto a lo prometido hace dieciséis años. Un buen ejemplo es el deterioro de nuestra moneda, la nueva, la fuerte de Hugo, la creada en el 2008 con el fin de cumplir con la reconversión monetaria que hoy día da pena mencionar. De ese cambio adoptamos nuevos billetes con sus denominaciones de 5, 10, 20, 50 y 100. Con el de 10, en el mercado “paralelo” de divisas, podíamos comprar 1 dólar. Para la fecha, casi 7 años después, necesitamos todos los billetes, sí, leyó bien, todos los billetes para poder comprar 1 dólar en ese mismo mercado. 187 Bs., tenemos que pagar para obtener 1 solo verde de Estados Unidos. Entonces me pregunto ¿Son percepciones? ¿Es que entendemos mal la economía?

Mientras tanto los funcionarios del gobierno siguen endeudando al país, pero la factura, tarde o temprano, será cobrada por los mismos venezolanos, con quienes tiene la mayor deuda.