Francisco y la República

Walter Habiague

La República es un voluntario, como voluntaria es la fe.

Un que le regalamos al otro porque lo reconocemos igual, como hermano, conciudadano, connacional o compatriota.

Es la fe en un nosotros de igualdades y diferencias.

Es una porción de libertad que entregamos para ser libres, junto al otro, porque no hay entrega real si no es como acto de libertad.

La República es, también, el compromiso consciente de ajustarnos a una instancia superior que nos regula y que se regula.

Es un acto de amor comprometido.

Es asumir la responsabilidad del conjunto en nosotros mismos y descansar en ese conjunto.

Es la aceptación incruenta, de la debilidad de nuestra fuerza. Es la razón de quién piensa diferente pero quiere lo mismo.

La República es el ecumenismo cívico.

Hoy, la República está en duda de la peor manera: se la quiere liquidar usando su propio amor como arma.

Se la quiere relativizar usando su propia diversidad.

Hoy la República, por un exceso de escrúpulos republicanos, se está dejando extinguir en beneficio de quienes la desprecian.

Hoy la República pretende ser reemplazada por la fuerza de una coyuntura proyectada en el tiempo.

Hoy, se pretende que el tiempo venza a la organización. Hoy la sangre se prefiere al tiempo. Y se dicen peronistas…

Si la Patria es el por qué, la Nación es el qué y la República es el cómo.

¿Qué nos dice Francisco, mientras tanto? 

Nos recuerda lo bueno que es tener intercesores ante el poder mayor, justo cuando el Estado posa de víctima invulnerable.

Nos pide que gritemos más fuerte, al tiempo que nuestros representantes nos votan que si mientras en la calle gritamos que no.

Nos pide “diálogo y consenso”, en el momento en que un poder del Estado reniega de la razón ajena y le niega hasta la voz.

Nos interpela con su humildad y nos llama a ser testigos de nuestras creencias, cuando algunos huyen de su pasado por una obediencia infame.

Francisco usa el amor como templanza, no como debilidad.

¿Qué estamos esperando?