Buitres: una nueva épica a costa de la Argentina

Está claro que el Gobierno Nacional no va a permitir que La Argentina gane si él no puede ganar.

Si no puede mostrar una victoria, se encargará al menos de que nadie más pueda, ni siquiera el país. La victoria será solo para sus enemigos a la carta, porque eso habilita al oficialismo a exhibir una derrota épica.

Metido por su propia decisión arrogante en una restructuración de deuda vendida por ellos mismos como “la más exitosa de la historia”, prefirió la soberbia a la habilidad y quedó entrampado en una red de cláusulas y slogans. Quizá comprando el discurso que él mismo vende para consumo interno, pensó que el conflicto era solo entre La Argentina y los buitres sin ver en qué maraña de intereses geopolíticos metía al país como excusa.

Si, como dijo la Sra. Presidente, hay que buscar otro nombre que no sea default para la situación argentina frente a sus compromisos financieros externos, propongo la palabra boicot.

Un boicot desde el propio gobierno nacional a cualquier solución del conflicto que no pasara por sus manos o que no le permitiera mostrar una victoria en la barricada imaginaria, esa  ficción de gesta detrás de la que el oficialismo suele parapetar su impericia (por ser módicos).

Boicot ha sido la insania de volver a  de ofrecer a último momento y como opción salvadora las mismas condiciones que fueron rechazadas desde el principio y que derivaron en el juicio y en la sentencia firme que desestima, justamente, esa oferta salvadora.

Boicot ha sido que a lo largo de toda la negociación las primeras figuras del Ejecutivo Nacional se comportaran públicamente y desde atriles oficiales como militantes en pleno fervor, agitando rabias contra esos buitres con los que nuestros abogados tenían que negociar.

Boicot ha sido la presencia del ministro de Economía en la reunión final y su discurso que empieza con la palabra “buitres” mientras se desarrollaban gestiones entre privados para destrabar el problema.

Boicot ha sido la contradicción de un Ejecutivo dudosamente orgulloso de ser un pagador serial mientras insistió con solicitadas, retóricas, idas, vueltas, llegadas tarde, amenazas y promesas.

¿Puede el Gobierno Nacional explicar sin la palabra boicot por qué todo el tiempo hizo pública su “estrategia de negociación” judicial? ¿Mentía para consumo interno o estaba avivando el avispero?

Al gobierno nacional le sirve que el país descienda al nivel de los holdouts porque al oficialismo no le conviene perder al Gran Enemigo Externo a esta altura. Ya en retirada y con tropa dispersa, no le quedan enemigos internos más o menos serios. En estas escenas finales, el Gobierno ha perdido el fundamento de su dinámica y no encuentra en su gestión hechos trascendentes que inflamen el pecho de su militancia. Forzado por la realidad y estafado por su propia ingenuidad, después de arriar todas sus banderas ante Repsol y el Club de París (inútilmente), ya no convoca. Un modelo de conducción basado en épicas efímeras y consecutivas a falta de sustancia, necesita mejorar al menos la sustancia de sus enemigos.

El oficialismo fue capaz de perder a propósito al solo efecto de ser una víctima. El gobierno sin enemigos usa al patrimonio nacional como señuelo de campaña y como bomba para su reemplazo. 

En las circunstancias políticas actuales, no se explica el silencio de la oposición parlamentaria y de los “presidenciables”. No se explica por qué, tratándose de una política de Estado, el Congreso de la Nación no pide que el Ejecutivo le devuelva la facultad de negociar la deuda pública y por qué el Ejecutivo, con tanta “voluntad de diálogo”, no la ofrece.

No puede ser sano que la oposición se siente a mirar como el oficialismo juega a la “gallina” mientras acelera de frente para ver quién se corre primero. Aunque el Ejecutivo ya tenga decidido dar un volantazo a último momento o no, el juego mismo es una pérdida irrecuperable de dignidad.

Hoy la prioridad de la política es evitar que CFK encuentre su nueva épica a costas de la Argentina.

Solo hay “buitres” cuando hay carroña

En la prolija improvisación de errores que el gobierno nacional viene cometiendo en el conflicto con los llamados “fondos buitre”, el más peligroso es no entender que este embrollo es parte de un conflicto primitivo entre nuestra Nación y sus intereses: la completa ausencia de políticas de Estado.

Si entendemos que este concepto es, en esencia, el interés de un país consensuado y aplicado normativamente por el conjunto de sus representantes políticos y sociales, vemos que de ese tipo de políticas no tenemos ninguna.

El manejo de la cosa pública se hace sin la conducción estratégica que significarían políticas de Estado preexistentes y sin la regulación y el control de un cuerpo de dirigencia comprometido, públicamente, a hacerla cumplir.

En este sentido, el litigio con los “fondos buitre” debe servirnos para comprender que si un grupo inversor se permite el lujo de poner en jaque a una Nación soberana, es justamente porque como Estado (gobierno, oposición y sociedad civil), nos hemos puesto por error, omisión o complicidad, en el lugar de la carroña.

Crisis oportuna

Las crisis sirven para muchas cosas y reportan beneficios a diversos intereses. Pero en este caso, pensando a futuro, la oportunidad que nos da en esta situación es la de entender que este problema no está aislado sino que forma parte de una serie de desastres que crecen y prosperan en las grietas que dejan las políticas de Estado ausentes.

Por ejemplo: hoy, en lugar de ser conveniente homologar a la Argentina en los organismos de crédito internacionales, es imprescindible.

La diferencia entre lo conveniente y lo imprescindible, se sabe, es la desesperación.

Esa desesperación fuerza negociaciones desventajosas que, para colmo, no sirven de nada porque el problema que llevó a esa desesperación financiera de hoy, es otra política de Estado que sigue ausente: la crisis energética.

Para no abundar en la cadena de interrelaciones que tienen los problemas argentinos, pensemos en una serie de puntos sobre los que es urgente que la dirigencia política, gremial, social y religiosa se pongan de acuerdo en dos etapas: para los 500 días que le restan al gobierno actual y los próximos 50 años:

i) Política de desarrollo: Posicionar a la Argentina dentro de la región en equilibrio entre las posibilidades del país y las necesidades del mundo en el futuro mediato, evitando que la matriz sea monodependiente tanto de “clientes” como de producción.

ii) Política energética: Consensuar un modelo de país a nivel energético que use los recursos naturales en equilibrio con el desarrollo programado (enlaza lo anterior).

iii) Política sobre recursos: Establecer a nivel constitucional el alcance de la intervención del Estado Nacional, los provinciales y empresas privadas en la explotación de los recursos naturales, supeditándolos al desarrollo nacional.

iv) Política de seguridad: Establecer compromisos y colaboraciones a nivel regional para oponerlo al narcotráfico, entendiendo que el problema del narco no es solamente su consumo y distribución, sino también los intereses que usan a los Estados nacionales como herramientas.

v) Política de tierras públicas y parques nacionales: Anteponer a ello la política de recursos y de seguridad frente al narcotráfico.

vi) Política de crédito internacional: Supeditar el manejo de la deuda y el crédito internacional a las políticas de estado anteriores, y no a la inversa.

Estos puntos solo pretenden ponernos a pensar en que, tal vez, su sola existencia previa hubiera podido evitar no solo la crisis con los “fondos buitre” que es un tema menor, sino la endemia de improvisaciones a la que parecemos condenados.

La solución tiene que pasar sí o sí por un acuerdo multisectorial con dos objetivos, no más: comprometer al conjunto del país con las políticas de Estado que se le propongan y comprometerse, como fuerzas políticas, con el bienestar de ese conjunto.

Deudas públicas y de las otras

Nunca supimos para qué tomamos deuda y ahora parece también haber sido inútil el “desendeudamiento”, de larga publicidad.

Si no es por la ausencia de un interés nacional claro y público, no se entiende que el destino de una negociación de deuda soberana pueda depender del glamour, la astucia, la torpeza o el interés personal de un ministro que, antes de sentarse a negociar, hace pública la estrategia del gobierno nacional.

Y esa es la deuda mayor que la Nación tiene consigo misma: haber permitido que la improvisación -en el mejor de los casos- ocupara el lugar que los Estados nacionales tienen reservado, so pena de desaparecer, a sus políticas.

La deuda entre la dirigencia política y la sociedad es mutua porque hemos permitido y fomentado un clientelismo moral gracias al cual establecimos un “código” tácito de complicidad para remplazar con él el imperio de los valores y el derecho.

Las deudas se pagan pero eso es perogrullo. Lo importante de las deudas es si sabemos subordinarlas al interés nacional expresado normativamente en políticas de Estado.