El costo de la corrupción en Argentina

El dinero que los corruptos robaron de los argentinos es inconmensurable. Hace un tiempo, un trabajo del Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica (Cipce) estimó que entre 1980-2007, el país perdió unos 13 mil millones de dólares. El trabajo en aquél entonces se realizó en base a unas 750 causas de corrupción en el Estado.

Si hasta el 2007 eran por lo menos 13 mil millones de dólares, ¿cuánto habrá aumentado si se suman los últimos ocho años en los que emergieron figuras paradigmáticas como la de Amado Boudou? ¿15 mil millones, 20 mil, más?

Al parecer, sensaciones nada más, nada cambiará en el corto y mediano plazo. Al menos, ninguno de los candidatos con chance de llegar a la Casa Rosada –Daniel Scioli (FPV), Mauricio Macri (Cambiemos) o Sergio Massa (UNA)- han establecido a la lucha contra la corrupción como una prioridad.

Ni siquiera se espera que los políticos se rasguen las vestiduras por la ética, la moral y el cumplimiento del séptimo mandamiento,  “no robarás”. Seguramente la sociedad querría esperar que el próximo Presidente de la Nación, a diferencia de sus antecesores en los últimos 30 años, al menos encarara el problema desde un punto de vista meramente económico.

¿Saben los políticos cuántas cosas podrían hacer por el bien del conjunto si evitan la corrupción? Quizás, hasta podrían quintuplicarse los sueldos y aún así, ahorrarle muchísimo dinero a los argentinos.

Sergio Massa propone que el delito por corrupción sea “imprescriptible”. El problema es que ningún candidato propone prevenir el acto de corrupción sino, los mas “audaces”, sólo perseguirlo una vez el hecho consumado.

¿Es una tarea utópica reducir drásticamente la corrupción?¿Es un problema cultural y, por ende, imposible de resolver? De ninguna manera.

El problema reside en que a los políticos, al menos los que mas posibilidades de gobernar tienen, no les interesa el tema. Tampoco a la sociedad. Distintos especialistas y consultores coinciden que los argentinos se quejan de la corrupción pero no es una variable determinante en el momento de emitir el sufragio por uno u otro candidato.

Si un candidato presidencial quisiera seriamente combatir la corrupción, empezando por el Estado que va a conducir, debería empoderar a los organismos de control. Darles mayor autonomía política, financiera y leyes para poder intervenir ante cualquier sospecha.

¿Cuánto cuesta eso? Darle mas protagonismo a esos organismos, muy poco. Mas costoso es dejar que el sistema ampare a los corruptos porque son muchos mas los miles de millones que se pierden.

Los organismos de control, como su término lo especifica, controlan al Estado. Controlan y exigen que los funcionarios rindan cuentas sobre cómo, cuándo y para qué gastan el dinero que, en verdad, es de todos. Cuánto mas control hay, menos corrupción. Es una relación directamente proporcional.

Para ello es necesario que esos organismos de control, comenzando por la Auditoría General de la Nación, la Fiscalía de Investigaciones Administrativas y la Sindicatura General de la Nación, entre otros, cumplan con cuatro factores: 1) estén conducidos por especialistas desvinculados del partido gobernante u opositores; 2) que sean autárquicos; 3) que tengan los recursos humanos suficientes; 4) que cuenten con una legislación que les permita sancionar o llevar a juicio rápido a un funcionario corrupto, o bien detener un proceso o el funcionamiento de un área que puede ser perjudicial para los intereses del Estado.

Ese paquete de medidas conlleva un costo ínfimo para cualquier gestión. Debe estar acompañado por la aprobación de la postergada Ley de Acceso a la Información para que, como en Brasil, cualquier persona pueda ingresar en Internet el nombre y apellido de un agente del Estado, e inmediatamente vea cuál es su sueldo, en qué área trabaja, además de acceder a las declaraciones juradas de cualquier diputado o senador nacional, juez o funcionario del gobierno nacional desde el Presidente al último empleado.

Ahora bien, si es tan sencillo, ¿por qué nadie lo propone o lo pone en práctica de una buena vez? Porque a muy pocos políticos les interesa romper con el esquema de “roba pero hace”, y entonces poder hacerse del dinero del Estado como si se tratara de un botín al que se accede cuando se llega al gobierno nacional o a una administración provincial o municipal.

Debe quedar en claro que si en la actualidad, tampoco la sociedad reacciona ante hechos de corrupción sino que, por el contrario, acepta y a veces “festeja” la “viveza criolla” del que “metió la mano en la lata”, es como consecuencia de un delito que comenzó siendo practicado por las clases dirigenciales a nivel político y empresarial, que luego sí provocaron el “efecto derrame” hacia el resto de la comunidad.

Por ende, esos mismos que iniciaron este proceso de involución en los valores de una sociedad más digna, son los que en algún momento deberían arrojar la primera piedra y desandar ese camino de corrupción que tanto dinero y perjuicios le han costado a los argentinos.

Rendir cuentas es una obligación

El Estado en la Argentina ha dejado hace mucho tiempo de ser, como lo definió Hegel, “la conciencia de un pueblo”, para convertirse en un botín del que se apoderan los gobiernos de turno para alimentar la cultura del despilfarro y el manejo turbio de sus recursos.

El manejo de los recursos en el Estado es de tal oscurantismo que los ciudadanos, que cumplen con la ley y abonan religiosamente sus impuestos, no tienen posibilidad alguna de saber cómo y en qué gastan los funcionarios el dinero de todos.

“Cajas chicas” asignadas a organismos del Poder Ejecutivo sobre las que no se exige rendición o presentación de comprobantes; viáticos exagerados por almuerzos o viajes, muchas veces innecesarios o ficticios; recursos básicos como papel, tinta de impresora, accesorios de librería, etc, malgastados; llamadas telefónicas particulares desde las líneas de las oficinas estatales;  incumplimiento de horario; planta de empleados sobredimensionada o sin capacitación alguna.

La rendición de cuentas es un aspecto fundamental para la gobernabilidad de los países, es decir, para la capacidad de los gobiernos de usar eficazmente los recursos públicos. A través de ella, los funcionarios están obligados a informar, justificar y responsabilizarse públicamente por sus actuaciones.

En la vida cotidiana, todos debemos rendir cuentas: los ciudadanos ante la AFIP y los gobernantes y funcionarios ante el pueblo porque, en definitiva, son empleados a los que les paga el pueblo.

Sin embargo, poco se sabe de los hombres de Estado.

En Brasil, cualquier ciudadano puede ingresar al Portal de Transparencia de la Contraloría General de la Unión (CGU) y acceder a los datos de cualquier empleado estatal de rango bajo, medio o alto. Así, puede saber qué cargo ocupa y en qué organismo; la fecha y forma en que ingresó; y cuál es su sueldo. En la Argentina, resulta de por sí bastante complejo acceder a la declaración patrimonial del Presidente o de algunos ministro del gabinete nacional.

¿Por qué? Quizás la respuesta puede deducirse en que no hay herramienta mas eficaz para cotejar si un funcionario “metió la mano en la lata” que analizar, año tras año, su estado patrimonial.

Pero la corrupción ha ido evolucionando en el tiempo y los corruptos fueron dejando de tener bienes a su nombres para poner sus bienes a nombre de cónyuges, familiares y/o amigos, creando a veces sociedades con “conocidos”, pero cuyo principal ingreso provenía del primer eslabón: el funcionario.

De hecho, suena extraño que el gobierno de Cristina Fernández haya modificado la ley de Etica Pública y ya no sea obligación del funcionario presentar la declaración jurada con los bienes e ingresos de los/as cónyuges o convivientes e hijos/as menores de edad. Si el corrupto pone sus bienes a nombre de un allegado, no se sabrá, al menos que haya una denuncia judicial que avance, como ocurre en el caso del vicepresidente Amado Boudou.

Actualmente, sólo puede accederse por Internet a declaraciones juradas correspondientes al Poder Ejecutivo.

De acuerdo con un informe de Mayo de este año de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ)  en lo que respecta al Poder Legislativo, se encuentran publicadas las declaraciones juradas de sólo 99 Diputados sobre un total de 257 (38,52%), y de 7 Senadores sobre un total de 72 (9,72%).

En el caso de los candidatos a cargos legislativos nacionales durante las últimas elecciones, el grado de cumplimiento de la norma fue prácticamente nulo en relación al universo de obligados.

Respecto de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, recién a fines de abril de este año reglamentó la ley de declaraciones juradas patrimoniales e integrales y, a raíz de eso, aún no se tienen acceso a las declaraciones juradas de los Ministros del Alto Tribunal. En cuanto al Consejo de la Magistratura aun no emitió su propia reglamentación y por tanto tampoco se encuentran disponibles las declaraciones de los jueces nacionales, federales y provinciales.

En un país como la Argentina, en el que según estimaciones privadas la corrupción y la criminalidad económica se ha llevado unos 13 mil millones de dólares que aún no han sido recuperados por el Estado; con investigaciones judiciales con un promedio de 14 años de demora y que en su mayoría prescriben y/o quedan impunes, si el gobierno de turno no da respuesta claras a un problema mas que evidente, resulta sospechoso.

El debilitamiento de los organismos de control

El Estado argentino es una invitación a la corrupción.

En momentos en que este delito vuelve a estar en boca de todos de la mano de la resonante causa Ciccone y con un histórico procesamiento de un Vicepresidente de la Nación, en este caso Amado Boudou, es inmejorable la oportunidad para analizar los motivos de la corrupción.

No es algo meramente cultural. Los argentinos no eligen gobernantes y funcionarios corruptos, no es mala suerte, ni se trata de hechos aislados: el problema es la falta de control.

La fórmula es muy sencilla: más control = más transparencia = menos corrupción.

El corrupto puede “meter la mano en la lata” del Estado cuando no hay barreras que le impidan hacerlos. Cuando cumple su cometido, o bien la Justicia no actúa o cuando actúa es tarde y, en el peor de los casos, hasta puede ir unos años presos pero los millones que se robó nunca regresan a sus verdaderos dueños: la gente. ¿Un funcionario público, al asumir, no debería poner como “garantía” de sus actos los bienes patrimoniales a su nombre y los de su familia? Sería ético y si comete algún acto de corrupción, responderá con su bolsillo.

Pero es el Estado, el gobierno, el que tiene en sus manos la posibilidad de ser transparente o continuar con la oscuridad de la corrupción, lejos de la ciudadanía.

En Chile, bajo la presidencia de Michelle Bachelet, los organismos de control ofrecen a los ciudadanos la posibilidad de hacer denuncias a través de Internet y proponer que se controle a tal o cual entidad pública.

En Costa Rica, los organismos de control tienen una aplicación para telefonía móvil que permite a los ciudadanos hacer denuncias de corrupción a través del celular e incluso acceder a la página “Conozca en qué se gasta su dinero” donde el gobierno rinde cuentas del manejo de los fondos.

En Bolivia, Evo Morales creó en 2009 el Ministerio de Transparencia Institucional y Lucha contra la Corrupción que apunta a la participación de la sociedad en la denuncia de ilícitos. ¿Por qué? Porque la corrupción es un delito que beneficia a muy pocos y siempre es la mayoría la que pierde mucha plata.

En Estados unidos, Barack Obama lanzó en octubre de 2013 la segunda etapa del Plan Nacional de Gobierno Abierto que inició en 2011. Mas transparencia y mas participación ciudadana a través de la opción online “Nosotros, la gente”, donde se promueven las denuncias y reclamos de la gente a los distintos organismos públicos y establece que todos los ciudadanos tienen derecho a acceder a la información de rendición de cuentas del gobierno norteamericano.

¿Y en Argentina?

Pese a los permanentes reclamos desde organizaciones no gubernamentales y algunos dirigentes de la oposición, la Argentina aún no tiene una Ley Nacional de Acceso a la Información. ¿Por qué es importante? Porque es la posibilidad que tienen todas las personas de saber cómo, cuando y en qué gasta el gobierno el dinero de todos los argentinos.¿Por qué el gobierno no impulsa o acepta tratar los proyectos de ley de Acceso a la Información? Porque no quiere rendir cuentas.

Por otra parte, en el país existe un grupo de organismos de control -la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas (FNIA), la Sindicatura General de la Nación (SIGEN), la Oficina Anticorrupción y la Auditoría General de la Nación (AGN)- que se ocupan de controlar al Estado, al gobierno nacional. Ahora bien, si alguien quiere manejar el dinero público antojadizamente, ¿qué debe hacer? No permitir que los organismos de control hagan su trabajo.

De eso se trata. Hace cinco años -desde 2009- que la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas no tiene titular desde que Manuel Garrido dejó su cargo tras denunciar que querían recortar sus funciones e iniciar varias investigaciones por corrupción contra el gobierno K ; la SIGEN está a cargo de Daniel Reposo, un manifiesto ultra kirchnerista cuya designación para ocupar la Procuración General de la Nación fue rechazada por el Congreso Nacional por su parcialidad; la Oficina Anticorrupción es un organismo que forma parte del gobierno nacional, con funcionarios nombrados por la Casa Rosada ¿Quién va a investigarse y denunciarse a sí mismo?; y la Auditoría General de la Nación es el único organismo que funciona, como puede, ya que está integrada por mayoría oficialista.

A modo de ejemplo, la Auditoría General de la Nación fue el organismo que advirtió el pésimo estado de los ferrocarriles en el 2011. Nadie del gobierno respetó sus advertencias y después fue demasiado tarde: ocurrió la tragedia de Once en febrero de 2012, con 51 muertes.

Esta semana, desde el Frente Amplio Unen (FAU) presentarán un proyecto para fortalecer a la AGN como organismo de control. En primer lugar, propondrán que ese organismo esté en manos de la oposición de turno y que el partido de gobierno sea minoría. Al revés de lo que pasa hoy.

Pero lo mas trascendente es que el proyecto busca otorgarle más poder a ese organismo. Por un lado, exigirá que los funcionarios colaboren y entreguen a la AGN toda la documentación que requiera para ejercer el control necesario y, de no colaborar (como suele ocurrir frecuentemente para evitar que se descubra algún ilícito) se puede denunciar penalmente a quien oculte información. Incluso, la Auditoría podrá reclamar el acceso a esa documentación ante un juez.

Por otra parte, cuando detecte irregularidades la Auditoría podrá sugerir al gobierno nacional que separe de su cargo a un funcionario hasta tanto finalice la investigación. Por ejemplo, según ese proyecto de ley, iniciativa del diputado nacional por la UCR Miguel Bazze, la Auditoría podría sugerir a la presidenta Cristina Fernández que aparte a Boudou hasta que se esclarezca su situación.

Paralelamente, el diputado del Frente Renovador Adrián Pérez presentó otro proyecto reclamando la creación de una Oficina Anticorrupción Nacional “independiente, con autonomía funcional, autarquía financiera y legitimación procesal”.

Es probable que el Frente para la Victoria, que ostenta la mayoría en ambas Cámaras, continúe mirando hacia otro lado en materia de corrupción, sin tratar este tipo de proyectos. Lo cual refleja el espíritu del gobierno nacional hacia una mayor transparencia de sus actos.

La decisión es netamente política y no requiere de una gran ingeniería. Solo un claro compromiso: mas control, menos corrupción.