Lo que Cristina ocultó

En su último discurso ante la Asamblea Legislativa, la Presidente habló más de tres horas para ofrecer un balance de su gestión y la de su marido, dejando cuantiosos datos y estadísticas sobre el período 2003-2015 y arrojando reflexiones polémicas que no son ajenas a la opinión pública.

Fue un discurso extremadamente positivo, un relato que se encuentra muy lejos de la realidad que vivimos los argentinos, pero en la que la Presidente realmente cree. No quiere decir esto que los datos arrojados sean todos falsos, pero sí debemos decir que hubo “cuestiones fundamentales” que se ignoraron voluntariamente, y reconocerlas posiblemente nos arrojen un balance menos positivo que el enunciado.

1. La sustentabilidad de los planes sociales

Recuérdense por ejemplo los numerosos planes sociales que se implementaron en estos años, como el plan progresar, el plan procrear o la asignación universal por hijo, además de ampliar los subsidios en todos los servicios públicos y extender el número de jubilados y pensionados hasta el total de personas en edad pasiva. Discutir estos aspectos del modelo puede ser visto como un gesto de insensibilidad, pero lo que preocupa hoy a la población no son los planes en sí mismos, sino su sustentabilidad. La expansión de planes es la expansión del gasto público que hoy lleva a la Argentina a un déficit fiscal del 6 o 7 % anual, que promete seguir creciendo en este último año de gestión, y que sólo encuentra financiamiento en su monetización.

2. La inflación

Precisamente la inflación que hoy experimentamos en la Argentina no es algo que nos pase, sino algo que promueve el mismo Gobierno desde el momento que eleva el nivel de gasto a un nivel que la presión tributaria récord no puede sostener. A medida que la inflación se acelera, los beneficios de estos planes precisamente se reducen porque resulta cada vez más difícil actualizarlos al ritmo de la inflación real. En otras palabras, los analistas pensamos que estos beneficios se pudieron extender en el corto plazo -mientras duró este Gobierno-, pero será muy difícil de sostener en el tiempo, por la escasez de recursos que irá acompañando al período post-kirchnerista. La inflación, por su parte, es un problema que no se puede resolver sin renunciar a los “logros” del modelo.

3. No hubo crecimiento económico, sólo recuperación
La Presidente también enfatizó el “crecimiento económico” de Argentina en estos 12 años. Sin embargo, partiendo de la crisis económica de 2001-2002, lo que se observó en estos años fue una recuperación, mas no crecimiento. El modelo cerrado puede permitir la utilización de recursos ociosos, pero no la expansión de la estructura productiva. Tomando el pico de 1998 como referencia, la performance económica que uno observa es muy diferente a la del relato oficial, e incluso se puede hablar de una nueva década perdida. Recordemos que la caída del PIB en el período 1998-2002, sólo pudo recuperarse en 2008, lo que siguió con la recesión de 2009 y la endeble performance posterior.

4. El país más rico de la región… por unos meses

La Presidente enfatizó que Argentina es el país más rico de la región, medido por PIB per cápita en dólares. Históricamente, así fue y si recuperáramos cierta normalidad, Argentina debería presentarse como el país más rico de Latinoamérica. Sin embargo, dividir el PIB en pesos por un tipo de cambio distorsionado puede resultar algo arbitrario. Hoy el tipo de cambio oficial está en torno a los 8.70 pesos. Un tipo de cambio sustentable debería ser al menos el doble o el triple de ese valor, si tomamos en cuenta las reservas netas con las que cuenta el Banco Central. Si asumimos que tarde o temprano habrá una fuerte devaluación, entonces el PIB per cápita en dólares será la mitad o menos de lo que es hoy. ¿Puede evitarse la devaluación? Quizás unos meses si se sigue atrasando el tipo de cambio y se profundiza la recesión, pero no se lo puede sostener debajo de los 10 pesos indefinidamente.

5. Recesión y retorno a 1999

Argentina logró recuperarse de la crisis que comenzó en el tercer trimestre de 1998 y se extendió hasta la fuerte crisis de 2001-2002, como bien señaló la Presidente, pero no sería correcto ignorar los desequilibrios existentes que pueden devolver a la economía argentina a un estado similar a aquel con el que hoy se comparaba. Mi impresión es que Argentina hoy tiene desequilibrios de magnitud semejantes, y en varios sentidos peores, que los vistos en aquel año 1999 que representó el fin del menemismo. La economía entonces mostraba desequilibrios fiscales y cambiarios, con un alto déficit fiscal y dificultades para seguir tomando deuda. Además, había dificultades para seguir atrayendo inversión extranjera directa, lo que a su vez dejaba a la economía con  estancamiento y alto desempleo. Hoy la Argentina tiene los mismos desequilibrios fiscales y cambiarios, pero además el desequilibrio monetario. Resulta imposible, a mi modo de ver, abandonar estos desequilibrios desde dentro del modelo. La economía ya está estancada o en recesión, según los propios datos oficiales del INDEC y no hay ninguna propuesta en el Ministerio de Economía para resolver estos desequilibrios. La agenda de políticas públicas para el nuevo gobierno es una agenda difícil, similar quizás a la que heredó Fernando De la Rúa en 1999.

6. Reemplazo del endeudamiento externo por el endeudamiento interno

La Presidente enfatizó también el “definitivo” desendeudamiento de Argentina. Sin embargo, el desendeudamiento es relativo, y el Gobierno estuvo lejos de manejarse con austeridad. La única diferencia que uno puede identificar entre el menemismo y el kirchnerismo en relación al gasto público es que el primero lo financió con deuda externa, mientras el segundo lo hizo con deuda interna. Una deuda interna que dificulta la tarea del ANSES para cumplir sus compromisos con los futuros jubilados, y una deuda interna que quebró -una vez más- al Banco Central obligándolo a emitir sólo en 2014 más de 160.000 millones de pesos para financiar el déficit fiscal. Pesos, a su vez, que el Banco Central debió absorber del sistema financiero generando un endeudamiento creciente a través de títulos que pasó en el último año de 115.000 a 330.000 millones de pesos. Resulta muy difícil pensar que la autoridad monetaria puede mantener el poder adquisitivo de nuestra moneda bajo las reglas y presiones que impone el poder ejecutivo.

7. La difícil “herencia institucional” para el próximo gobierno

A los problemas mencionados en el aspecto macroeconómico, por supuesto hay que agregar también la debilidad institucional que hoy tiene el país, especialmente en lo que refiere al “capitalismo de amigos”. Me refiero aquí, por ejemplo, a la introducción de La Cámpora en todas las instituciones y niveles de Gobierno, incluyendo las nacionalizadas Aerolíneas Argentinas e YPF.

8. Falta de independencia del INDEC
Para cerrar, no podemos ignorar que gran parte de la información estadística que presentó la Presidente está viciada por la falta de independencia del INDEC para elaborar datos confiables. Axel Kicillof reconoce que siempre hubo debate en torno a las metodologías, pero haber perdido la posibilidad de contar con mediciones mínimamente confiables abre un abanico de opciones y discusiones que  ningún país serio tiene. Así como nadie puede sostener en la Argentina cuál es el nivel de pobreza e indigencia, tampoco se puede confirmar realmente cuál es el nivel de desempleo. Mucho se ha dicho del elevado desempleo español, pero sabemos que si las metodologías fueran similares, Argentina seguramente presentaría una realidad bastante peor que la del país ibérico.

Los peligros de ignorar la ciencia económica

Argentina vuelve a ir a contramano del mundo y también de la ciencia económica. Se podrá señalar que otros países sufren sus propias crisis, como Estados Unidos o aquellos que pertenecen a la Unión Europea, pero en todos ellos está garantizada la estabilidad monetaria. El largo estancamiento que posiblemente sufran se debe a que también ignoran las lecciones de la “buena” economía, pero a un nivel relativamente menor que el caso argentino.

El Gobierno argentino somete innecesariamente a la sociedad a un nivel de inflación cuyas causas ya son conocidas por todos en la profesión. Marcó del Pont o Axel Kicillof podrán discutir que el desequilibrio monetario causa inflación, pero esto choca contra uno de los mayores consensos con los que hoy cuenta la profesión. De ahí que la inflación sea un problema erradicado en casi todo el mundo. Los controles de precios también han mostrado ser una política inútil contra este proceso inflacionario. La ciencia económica desaconseja paliar la inflación con esta herramienta.

La administración kirchnerista tampoco se preocupa por el “equilibrio fiscal”, aspecto fundamental en los tratados de finanzas públicas. Mientras exista desequilibrio en este frente, el gasto excesivo deberá ser financiado por dos vías: deuda, que le es negada al gobierno por el default que lo acompaña desde sus inicios, o emisión monetaria, que justamente es la causa de las constantes subas de precios, e indirectamente también de los cada vez más frecuentes conflictos sociales y huelgas. Es simple concluir que si el déficit fiscal se agrava, bajo estas condiciones se agravará la inflación.

En el plano cambiario, el gobierno promueve un proteccionismo extremo, lo que ha provocado un llamado de atención de la OMC. Se podrá decir que todos los países aplican algún tipo de intervencionismo en el comercio internacional, pero Argentina ha abusado de esta herramienta, y ha traspasado todos los límites. Por un lado, restringe la libertad individual de que la gente acceda a la compra de divisas; por otro, impide la exportación de ciertos productos como la carne o la importación de productos básicos e insumos. La operatoria de las empresas es cada vez más compleja.

El Gobierno insiste que este modelo es inclusivo, “para todos”, pero queda claro que el proteccionismo protege a algunos a expensas de otros. Desde Adam Smith en adelante, los economistas sabemos que el mercantilismo beneficia a algunos industriales amigos, a la vez que perjudica a los consumidores que deben pagar más por productos y servicios de peor calidad.

Reconocer que los problemas de inflación, déficit fiscal, estancamiento o recesión, desempleo en aumento, conflictos sociales continuos y huelgas son la consecuencia lógica de la política económica que la actual gestión en economía provoca, debería conducir a este Gobierno o al próximo a buscar un cambio de modelo.

Concretamente, se requiere: i) un presupuesto base cero para alcanzar la eficiencia del gasto público que pueda ser sostenible en el largo plazo; ii) en base a ese nivel “óptimo” de gasto, habrá que alcanzar un nivel de recaudación tributaria que lo pueda sostener, pero si nos basamos en un “gobierno limitado” habrá espacio para eliminar los derechos de exportación y reducir el IVA a la mitad, de acuerdo a las política tributaria que la mayoría de los países aplican. Nótese que la presión tributaria argentina es la más alta de la región y llega a más que duplicar la de algunos países; iii) habrá que avanzar en eliminar las restricciones cambiarias y permitir una dolarización espontánea, si esto es lo que la gente desea. Tratar como un criminal a quien huye del peso para evitar perder poder adquisitivo constituye un verdadero crimen; iv) también será necesario recuperar el libre comercio, habilitando por ejemplo a los productores ganaderos a exportar carne, o a los importadores a contar con los insumos que necesitan para ser eficientes en los procesos de producción. Sólo de esa forma puede iniciarse un camino que nos permita competir a nivel global; v) habrá que flexibilizar el mercado laboral para que vuelvan a surgir empresas que creen empleo y terminen de una vez con esta destrucción de capital y de trabajo; vi) será fundamental avanzar hacia un federalismo real y correspondencia fiscal para que los gobernadores vuelvan a ser actores centrales en la economía argentina y abandonen su rol pasivo, terminando con el poder central que tanto daño ha hecho a las economías regionales.

Demás está decir que esta simple enunciación de políticas no intenta ser exhaustiva. Sólo comentar en esta nota periodística que un modelo diferente es posible y ya necesario, y que contradecir la ciencia económica tiene sus costos políticos y sociales. Para cerrar, vale recordar que la inflación, el desempleo creciente, la recesión o estancamiento, la fuga de capitales, el default son todos problemas que la mayoría de los países de la región no tienen por la coyuntura favorable que todavía nos acompaña.

La reestructuración completa está en juego

El ministro de Economía Axel Kicillof estuvo ayer en el lugar soñado. De aquellas clases sobre economía marxista que recibí de él en la Facultad de Ciencias Económicas a su conferencia en Wall Street se identifica esta única melodía. Disfrutó como un niño hablar de la crisis de 2008, culpar a los especuladores y a la falta de regulaciones, apuntar a las calificadoras de riesgo y maltratar a todos aquellos que participaron de la negociación. La ensalada verbal sólo puede comprenderla quien se acerque a su biografía. No fue tan explícito como Jorge Capitanich, quien señaló a Griesa y al mediador como agentes de los fondos buitres, pero lo dejó entrever. Resumiendo, señaló que nadie entiende las restricciones a las que se enfrenta la Argentina.

Lo que no dijo Kicillof es que esas restricciones, como las cláusulas RUFO, las firmó el mismo gobierno argentino. Y no los gobiernos anteriores a 2001, sino esta misma administración en las dos reestructuraciones de 2005 y 2010 que calificó de exitosas. Tampoco dijo que si estamos negociando en una jurisdicción norteamericana, esto se debe a que Argentina no habría podido colocar esos bonos bajo jurisdicción propia, por la falta de independencia judicial que tiene nuestro país.

Por supuesto que Kicillof cargó contra las gestiones previas a 2001, exaltó que este gobierno no necesitó tomar nueva deuda y enfatizó la exitosa política de desendeudamiento, que nos dejaría hoy con una deuda sobre PIB de alrededor del 40 %. Pero hay que agregar dos cosas: i) el dato es incompleto, al menos hasta que la reestructuración se complete; ii) no fue la austeridad la que permitió este desendeudamiento, sino las expropiaciones varias y una extraordinaria fortuna con la evolución de los precios de los commodities.

Kicillof no parece comprender los costos a los que se enfrenta el país. Es cierto que la deuda de los holdouts representa el 1 % de la deuda a reestructurar después de 2001. De todas formas, el incumplimiento del fallo, avalado por la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos –que a la vez es el Tribunal al que Argentina se sometió cuando colocó aquellos bonos-, pone en riesgo toda la deuda reestructurada por un posible incumplimiento de pago.

No es que Argentina mañana decida no pagar los bonos reestructurados. Es que las “reglas de juego” indican que se le puede impedir a la Argentina pagar intereses de los bonos reestructurados. Si esto ocurre, podría surgir una avalancha de juicios de los tenedores de esos bonos. Kicillof puede gritar contra estas “reglas de juego” que su agónico marxismo promueve, pero el mundo se rige por estas reglas y conviene no contradecirlas. Durante el discurso de ayer, por un momento, parecía que el ministro volvía al aula y se olvidaba del lugar de representación que estaba ocupando.

La única salida que hoy se visualiza en la Argentina es la que ofrecieron los banqueros privados –independientemente de que hayan sido presionados o no por el Presidente del BCRA-, comprando la deuda de los holdouts. Sin embargo, es muy difícil que los banqueros arriesguen comprar el 100 por ciento de esta deuda sin garantías de que podrán recuperar en 2015 el capital total.

Si esta salida no prospera parece muy difícil encontrar un acuerdo hasta enero de 2015, cuando las cláusulas RUFO pierden vigencia. Empezará entonces una carrera contra reloj por llegar a esa fecha sin sobresaltos, sabiendo que la Argentina no podrá tomar deuda para hacer frente a sus compromisos, y sólo podrá responder con sus limitadas reservas.

“Todo pasa”, decía ayer el ministro. Pero su liviandad, en un momento tan delicado como este, muestra cierta incomprensión por los costos de la falta de un acuerdo. Que quede claro: esta negociación no sólo pone en juego el 1 % de la deuda a reestructurar, sino toda la reestructuración de la deuda. Será difícil afrontar el déficit fiscal, la inflación, la recesión y el creciente desempleo sin acceso al crédito externo, y especialmente si se mantiene un modelo que rechaza cualquier ajuste fiscal.

El modelo Kicillof

Recientemente Axel Kicillof, el ministro de Economía de la Nación, justificó la actuación del vicepresidente Amado Boudou en el polémico caso Ciccone que hoy estudia la Justicia señalando que la impresión de billetes es una función estratégica del Estado. De la misma manera, Kicillof justificó varias expropiaciones o nacionalizaciones como las de Aerolíneas Argentinas, la del sistema de pensiones, la de los ferrocarriles o la de Repsol-YPF. Luego de que el propio gobierno mostrara su incapacidad para regular tarifas e inversiones de estas empresas “privadas”, se decidió en cada caso culpar a las empresas por los problemas en los servicios y avanzar en la expropiación o nacionalización.

Lejos de aquella famosa frase de la presidente (“chiquitito pero cumplidor”), los resultados no han sido buenos, con una empresa aeronáutica que sólo se sostiene por los subsidios crecientes que recibe del gobierno, con un sistema de pensiones que lejos está de cumplir su función de cara al futuro, con ferrocarriles que cada año ofrecen peor servicio y mayor número de accidentes y con un país que abandonó el auto-abastecimiento de petróleo y ahora necesita algunos miles de millones de esos escasos dólares por año para que la economía no se quede sin energía.

Del modelo heredado de gobiernos anteriores al imaginario-ideal de Kicillof, se deben corregir varias anomalías, y es allí donde el ministro está operando, definiendo cuáles son las “cuestiones de Estado” e interviniendo en consecuencia lo necesario para asegurarle a los argentinos estabilidad de empleo y fomentando el desarrollo.

Estamos entrando posiblemente en la última etapa de doce años de kirchnerismo y el modelo que la Argentina proyecta es el del actual ministro de Economía, cuya formación económica lo ha conducido siempre a desconfiar del mercado mucho más que en sus colegas del gobierno. Todo está justificado en el “modelo de Kicillof”, si él cree -dentro de su arbitrariedad- que es una “cuestión de Estado”.

Se respaldará siempre en la democracia, en el voto del pueblo que eligió a Cristina Fernández de Kirchner en el poder y a él como su consejero económico. Nos debemos entonces los argentinos un debate acerca del modelo que queremos y la definición de las “cuestiones de Estado”.

El problema, desde mi humilde punto de vista, es que la “cuestión de Estado” central ya no es la seguridad, la justicia independiente, la protección del Estado de Derecho, la estabilidad monetaria, la desocupación o la pobreza, sino llegar a 2015 sin sufrir las consecuencias de estas políticas que se vienen aplicando. Tenga o no éxito Kicillof en este objetivo cortoplacista, la destrucción de nuestras “instituciones” ya es un daño irreparable.

¿Qué tipo de crecimiento tuvo la Argentina?

Los defensores del modelo vigente destacan el crecimiento de la economía argentina. De aquella gran depresión de 2001-2002, la economía logró salir con un vigoroso crecimiento de la actividad económica, reduciendo la desocupación a un dígito y sin necesidad de acudir a ningún tipo de asistencia del FMI y otros organismos multilaterales de crédito. Sin embargo, hay varias cuestiones por destacar.

Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de una empresa. ¿Cuáles son los motivos que pueden llevar a una empresa a incrementar sus ingresos? Imaginemos que esta empresa vende en el año unos 1000 escritorios a $ 1000 cada uno. En este caso, la empresa logra acumular ingresos anuales por $1.000.000

Crecimiento tipo 1: Estudiemos la primera razón por la cual pueden incrementarse sus ingresos. Si la gente ahora valora más estas mesas e incrementa su demanda, su precio subirá, digamos a $2000, permitiendo que ahora los ingresos sean de $2.000.000, sin necesidad de elevar la producción.

Crecimiento tipo 2: Otro modo de incrementar los ingresos sería si la empresa logra producir el doble de escritorios. Si en lugar de 1000, lograra producir y vender 2000 a ese mismo precio, entones acumularía también $2.000.000. Pero esto último no ocurre gratuitamente. Para duplicar la capacidad productiva la empresa debe ahorrar e invertir mucho dinero, incorporar maquinarias, contratar más trabajadores y quizás incluso ampliar el espacio donde se lleva adelante el proceso productivo.

Crecimiento tipo 3: Hay sin embargo una excepción al caso anterior. Si la empresa tuviera –como consecuencia de una crisis- capacidad ociosa, esto es trabajadores desocupados, máquinas en desuso y espacio libre, podría quizás poner a trabajar estos recursos y con ello aumentar los ingresos, sin necesidad de nueva inversión. Que la empresa produzca 1000 escritorios no nos dice nada acerca de su potencial.

Volviendo ahora sobre la economía argentina, hay que señalar que hubo en estos años un crecimiento tipo 1 y tipo 3, pero estuvo ausente o limitado el crecimiento tipo 2.

En primer lugar, los precios de los commodities alcanzaron niveles récord, especialmente por la mayor demanda china, lo cual permitió incrementar los ingresos, sin aumentar la producción. Pienso que este punto no requiere profundización porque ha sido reconcido por todos.

En segundo lugar, la última década tuvo una expansión de la inversión pública, pero hubo muy poca inversión privada. Está claro que surgieron empresas para sustituir las importaciones, apoyadas sobre subsidios y proteccionismo, pero el costo de estas políticas no parece poder sostenerse en el largo plazo y sin esta ayuda estatal el efecto de esta mala inversión puede desaparecer en un espacio muy corto de tiempo. El desafío que enfrenta el gobierno es complejo. Mantener una industria “artificial” e “ineficiente” que sólo se sostiene con subsidios y proteccionismo, implica un costo social muy fuerte, más aun si el costo lo pagamos con inflación y consumidores descontentos, tanto por la mala calidad de los productos como también por su alto precio en comparación con los bienes importados.

En tercer lugar, es cierto que podemos mostrar aumentos de producción si comparamos 2014 con 2002, pero no nos engañemos acerca de aquellas circunstancias. Un dato de la economía Argentina es que al cierre de 2002, después de la gran depresión, tenía una capacidad instalada del orden del 50 %. Los defensores del modelo vigente toman precisamente ese piso para reflexionar acerca del “crecimiento” económico argentino, cuando esta expansión no fue más que un proceso de recuperación de la crisis anterior. No quiero con esto negar su importancia, pero no es lo mismo utilizar recursos ociosos existentes que ampliar la capacidad productiva.

Fue recién en 2008 cuando la economía argentina pudo más o menos alcanzar valores normales de capacidad instalada y con ello acercarse al potencial de su economía. Pero entonces sufrimos la crisis global de 2009, y el leve crecimiento de los tres años siguientes no parece despegar de aquel potencial alcanzado en 1998, hace ¡16 años!

Si somos optimistas y suponemos que los precios de los commodities permanecerán en estos niveles históricos elevados, y además asumimos que la economía norteamericana , europea y china mantienen las políticas de liquidez, aun así el contexto no parece ser suficiente para mostrar una economía en crecimiento. Aun si dejamos de lado el debate de los últimos 10 años, necesitamos abrir el debate de cara al futuro. Argentina no podrá tener en los próximos años un crecimiento tipo 1 o un crecimiento tipo 3, y es por eso, que necesitamos del crecimiento tipo 2 para tener un futuro prometedor. Y aquí viene el desafío: un crecimiento tipo 2 implica necesariamente cambiar de modelo.

La falacia del Plan Procrear

Con una frecuencia cada vez mayor escuchamos la pregunta “¿Quién discute el plan Procrear?” Mi respuesta: “Yo lo discuto”. Y tomaré este espacio para ofrecer mis argumentos, que vale la pena señalar que no son propios, sino de Frédéric Bastiat, en un artículo escrito alrededor de 1850.

Bastiat trató de manera magistral la falacia de la ventana rota. La historia cuenta que un niño arrojó una piedra a la vidriera de una panadería y escapó. Mientras el panadero lamentaba el hecho, los vecinos reflexionaban sobre el caso. “No es tan malo. Ahora el panadero deberá contratar a un vidriero para arreglarlo, quien a su vez tendrá mayores ingresos que podrá gastar en otras compras, abriendo con esto una cadena de pagos que genera un incremento de la actividad económica.”

El panadero escucha la reflexión y la cuestiona. “!Se volvieron locos! Aun si ignoran el perjuicio que produjo en mí, deben entender que esto no incrementa ninguna actividad económica. Este dinero que ahora debo utilizar para reponer la ventana, lo iba a utilizar para comprarme un traje. Ahora el sastre no recibirá ese dinero, ni podrá él gastar ese dinero en otra cadena de pagos. Deben comprender que no sólo esto no crea riqueza, sino que se desvía la riqueza en un sentido opuesto al que me gustaría. Pero además, deben comprender que la riqueza se reduce. Si esto no hubiera pasado, tendríamos esa ventana más el traje. Ahora sólo tendremos la ventana.”

“Es cierto”, dijeron sus vecinos.

La falacia de la ventana rota fue clave en la historia del pensamiento económico para que los economistas evaluemos el gasto público. Aunque su lección no fue aprendida por todos. Ahí tenemos a Paul Krugman, premio Nobel de Economía, insistiendo en que una tercera guerra mundial, o la invasión de extraterrestres, generaría un enorme gasto público en el campo militar que reactivaría la economía norteamericana y con ello la economía global.

El Plan Procrear puede discutirse desde el mismo argumento. Muchos “vecinos” se quedan viendo las “ventajas” del plan, representado en construcciones edilicias en todo el país. ¡Cuántas familias se beneficiaron con el plan! Pero ahí viene el otro lado del análisis. ¿Alguien se preguntó de dónde proviene ese dinero? Digamos que provienen del IVA. En ese caso, hubiéramos podido eliminar parte del impuesto, y los contribuyentes habrían podido incrementar su consumo. Si proviene del impuesto a las ganancias de las empresas, entonces estamos reduciendo la inversión y la creación de empleo. Si proviene de tomar deuda, peor aún, estamos endeudando a generaciones futuras, que no sólo no votaron por estos gobiernos que la toman, sino que además tendrán que pagar por ella en el futuro reduciendo su consumo.

Podemos asumir que proviene de la emisión monetaria, y aun así, la inflación es un impuesto no legislado que afecta especialmente a los menos pudientes, además de castigar el ahorro, que es la base del progreso. ¿Y si proviene del dinero de ANSES? La respuesta es la misma. La población activa que hoy aporta para su futuro, encontrará reducido el monto ahorrado, lo cual garantiza jubilaciones y pensiones precarias en su vejez. El hecho de que los beneficiados devuelvan en cuotas los créditos recibidos, y que lo hagan a una tasa de interés más baja que la de mercado, no cambia el análisis conceptual. La diferencia entre esas tasas de interés ventajosas, y la tasa de interés de mercado, es el dinero que se está extrayendo de estos contribuyentes perjudicados.

Bastiat lo decía claramente. Los buenos economistas no sólo ven lo que se ve (en este caso, las casas o ampliaciones de casas construidas), sino también lo que no se ve (en ese caso, lo que el contribuyente podría haber hecho con todo ese dinero). Recordemos que siempre hay alguien que “paga” de su propio bolsillo los excesos de este gobierno.