El relato de la deuda argentina

El relato es un instrumento de la política. Lo ha sido siempre. No es un monopolio del kirchnerismo, sino que se extiende a cada gobierno y a cada político, intentando siempre desligarse de responsabilidades sobre los problemas que nos aquejan

Domingo Cavallo es siempre apuntado como el responsable de la deuda en Argentina. En cualquier discurso sobre deuda o holdouts su nombre resurge. Es por esto que la columna que Infobae publicó ayer con su versión de “la evolución de la deuda argentina” tiene un importante significado.

Como expliqué en otra columna, Cavallo tuvo participación activa en el crecimiento de nuestra deuda en tres momentos históricos. 1) bajo el gobierno militar; 2) bajo el primer gobierno menemista; 3) bajo el gobierno de De la Rúa.

Personalmente, cambiaría el título de la referida columna, porque no trató allí la evolución completa de la deuda, sino la evolución “reciente” de la deuda argentina. Esto lo eximió de responder también por su participación en el crecimiento de la deuda durante el gobierno militar.

Pero su análisis deja igualmente mucha tela que cortar. Señala, por ejemplo, que en su gestión en el primer gobierno menemista la deuda no creció, sino que incluso cayó ligeramente. Llega a esta conclusión luego de mostrar que la deuda pública ascendía a 92.400 millones de dólares en 1989, de los cuales estaban registrados 63.000 millones, y pendientes de registración otros 28.700 millones de dólares. Al final el año 1996, la deuda ascendió a 91.700 millones de dólares.

Debemos aclarar, sin embargo, varias cuestiones.  En primer lugar, que el efecto del mencionado Plan Brady, que implicó una importante quita de la deuda, se eliminó por completo en sólo 3 años de su gestión. En segundo lugar, que Cavallo no menciona el proceso de privatizaciones de aquellos años que llevó a los compradores de las empresas públicas argentinas como Entel o Segba a pagar con bonos del gobierno en default, lo que permitió un importante descenso de aquel capital adeudado.

Con una buena gestión en el primer gobierno menemista, aprovechando la quita de capital y el proceso de privatizaciones, la deuda pública pudo haber bajado realmente a un nivel despreciable, y acompañado del crecimiento económico de aquellos años, su relación con el PIB hubiera mostrado que el problema histórico de la deuda estaba realmente resuelto.

A su favor, su salida del Ministerio de Economía no mejoró las cosas. En el segundo gobierno de Menem, entre 1996 y 1999, la deuda saltó de 91.600 a 111.000 millones de dólares.

En el gobierno de De la Rúa, la deuda volvió a crecer, en este caso de 111.000 a 134.700 millones de dólares, y de nuevo, Cavallo tuvo su responsabilidad. Es cierto que muchos de los vencimientos de la deuda tomada bajo el menemismo se colocaron un día después de abandonar el cargo, con lo cual la Alianza recibió una onerosa herencia, pero la gestión de estos problemas pudo ser mejor. El gobierno de la Alianza nunca pudo gestionar adecuadamente la deuda, ni la economía del país, cediendo terreno a manos del FMI para evitar caer en default y sostener la convertibilidad.

López Murphy tuvo un diagnóstico acertado cuando ocupó el Ministerio de Economía, apuntando al déficit fiscal, pero fue justamente la reaparición de Cavallo lo que minó aquella propuesta apuntando que el problema “no es el défcit, sino la competitividad”. La gestión de Cavallo en el gobierno de De la Rúa fue acompañada de mucha desconfianza del mercado, lo que se reflejó en una fuga de capitales sin precedentes que hicieron imposible sostener la convertibilidad en los años siguientes, con todo lo que ello trae aparejado, desde lo económico y lo social.

Un aporte significativo de este artículo es su mención de la deuda en la “década ganada”. Se suma Cavallo a magnificar el mito del desendeudamiento cuando señala que en estos diez años la deuda sumó otros nuevos 100.000 millones de dólares para pasar en diciembre de 2013 a acumular 231.000 millones de dólares (neta de activos financieros). Señala además que el problema no es sólo cuantitativo, sino cualitativo, especialmente por sentencias incumplidas que implican onerosos intereses, que serán la herencia para el próximo gobierno. Sus cálculos lo conducen a afirmar que la deuda puede llegar a superar los 270.000 millones de dólares y tener un perfil de vencimientos y un costo de intereses bastante peor que el que tenía la deuda al final de 2001.

Concluyendo, Cavallo, como tantos políticos argentinos que se han sucedido en el poder, jamás comprendió la importancia del equilibrio fiscal. El gobierno militar financió su brecha con deuda y emisión (inflación). El gobierno de Alfonsín ya no tuvo acceso a deuda y financió el déficit con la hiperinflación. En el primer gobierno de Menem la brecha se financió con la venta de activos (privatizaciones), y tras el plan Brady con endeudamiento. De la Rúa mantuvo la convertibilidad, y entonces no pudo tampoco monetizar los déficit fiscales, pero también tomó deuda para apagar los incendios. Durante el gobierno de Néstor Kirchner, hubo cierto superávit fiscal, pero éste sólo se justifica por la estatización de las pensiones y el manotazo a los 30.000 millones de dólares que las AFJP tenían ahorrados. Para cuando llegó el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, ese dinero ya no alcanzaba, volviendo a monetizar los déficits como en los años 1980 y volviendo a sufrir la inflación creciente. Tras su reelección, la negación al ajuste muestra una peligrosa aceleración de la inflación. El pago al Club de París y a Repsol buscaba volver a abrir las puertas al endeudamiento, pero el intento fue fallido gracias al fallo de Griesa y la cláusula Rufo, la que se destrabaría en enero de 2015. En un año de elecciones, me aventuro a predecir una nueva explosión en el gasto, mayor inflación y un nuevo salto en nuestra deuda.

¿Qué tipo de crecimiento tuvo la Argentina?

Los defensores del modelo vigente destacan el crecimiento de la economía argentina. De aquella gran depresión de 2001-2002, la economía logró salir con un vigoroso crecimiento de la actividad económica, reduciendo la desocupación a un dígito y sin necesidad de acudir a ningún tipo de asistencia del FMI y otros organismos multilaterales de crédito. Sin embargo, hay varias cuestiones por destacar.

Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de una empresa. ¿Cuáles son los motivos que pueden llevar a una empresa a incrementar sus ingresos? Imaginemos que esta empresa vende en el año unos 1000 escritorios a $ 1000 cada uno. En este caso, la empresa logra acumular ingresos anuales por $1.000.000

Crecimiento tipo 1: Estudiemos la primera razón por la cual pueden incrementarse sus ingresos. Si la gente ahora valora más estas mesas e incrementa su demanda, su precio subirá, digamos a $2000, permitiendo que ahora los ingresos sean de $2.000.000, sin necesidad de elevar la producción.

Crecimiento tipo 2: Otro modo de incrementar los ingresos sería si la empresa logra producir el doble de escritorios. Si en lugar de 1000, lograra producir y vender 2000 a ese mismo precio, entones acumularía también $2.000.000. Pero esto último no ocurre gratuitamente. Para duplicar la capacidad productiva la empresa debe ahorrar e invertir mucho dinero, incorporar maquinarias, contratar más trabajadores y quizás incluso ampliar el espacio donde se lleva adelante el proceso productivo.

Crecimiento tipo 3: Hay sin embargo una excepción al caso anterior. Si la empresa tuviera –como consecuencia de una crisis- capacidad ociosa, esto es trabajadores desocupados, máquinas en desuso y espacio libre, podría quizás poner a trabajar estos recursos y con ello aumentar los ingresos, sin necesidad de nueva inversión. Que la empresa produzca 1000 escritorios no nos dice nada acerca de su potencial.

Volviendo ahora sobre la economía argentina, hay que señalar que hubo en estos años un crecimiento tipo 1 y tipo 3, pero estuvo ausente o limitado el crecimiento tipo 2.

En primer lugar, los precios de los commodities alcanzaron niveles récord, especialmente por la mayor demanda china, lo cual permitió incrementar los ingresos, sin aumentar la producción. Pienso que este punto no requiere profundización porque ha sido reconcido por todos.

En segundo lugar, la última década tuvo una expansión de la inversión pública, pero hubo muy poca inversión privada. Está claro que surgieron empresas para sustituir las importaciones, apoyadas sobre subsidios y proteccionismo, pero el costo de estas políticas no parece poder sostenerse en el largo plazo y sin esta ayuda estatal el efecto de esta mala inversión puede desaparecer en un espacio muy corto de tiempo. El desafío que enfrenta el gobierno es complejo. Mantener una industria “artificial” e “ineficiente” que sólo se sostiene con subsidios y proteccionismo, implica un costo social muy fuerte, más aun si el costo lo pagamos con inflación y consumidores descontentos, tanto por la mala calidad de los productos como también por su alto precio en comparación con los bienes importados.

En tercer lugar, es cierto que podemos mostrar aumentos de producción si comparamos 2014 con 2002, pero no nos engañemos acerca de aquellas circunstancias. Un dato de la economía Argentina es que al cierre de 2002, después de la gran depresión, tenía una capacidad instalada del orden del 50 %. Los defensores del modelo vigente toman precisamente ese piso para reflexionar acerca del “crecimiento” económico argentino, cuando esta expansión no fue más que un proceso de recuperación de la crisis anterior. No quiero con esto negar su importancia, pero no es lo mismo utilizar recursos ociosos existentes que ampliar la capacidad productiva.

Fue recién en 2008 cuando la economía argentina pudo más o menos alcanzar valores normales de capacidad instalada y con ello acercarse al potencial de su economía. Pero entonces sufrimos la crisis global de 2009, y el leve crecimiento de los tres años siguientes no parece despegar de aquel potencial alcanzado en 1998, hace ¡16 años!

Si somos optimistas y suponemos que los precios de los commodities permanecerán en estos niveles históricos elevados, y además asumimos que la economía norteamericana , europea y china mantienen las políticas de liquidez, aun así el contexto no parece ser suficiente para mostrar una economía en crecimiento. Aun si dejamos de lado el debate de los últimos 10 años, necesitamos abrir el debate de cara al futuro. Argentina no podrá tener en los próximos años un crecimiento tipo 1 o un crecimiento tipo 3, y es por eso, que necesitamos del crecimiento tipo 2 para tener un futuro prometedor. Y aquí viene el desafío: un crecimiento tipo 2 implica necesariamente cambiar de modelo.

Cómo subdesarrollar a la Argentina en diez lecciones

Hasta 1935 EEUU, Canadá, Australia y Argentina tenían un desarrollo y un PIB per cápita similar, en torno a los 5.000 dólares, lo cual les permitía ser cuatro de los países más ricos del mundo. Para explicar tal estado de situación, uno encuentra ciertos factores comunes en estos países, tales como la riqueza natural de sus recursos, la gran extensión de territorio, los marcos constitucionales, la apertura económica, un modelo eminentemente agroexportador, la inmigración europea, un Estado muy pequeño, escasas regulaciones y la estabilidad monetaria.

Pero en los siguientes 75 años el desarrollo de Argentina se torna mucho más lento y débil que el de los otros tres países. La inestabilidad política y las políticas económicas tomadas por diversos gobiernos —como el modelo de sustitución de importaciones— fueron exitosas en mantener al país subdesarrollado, lejos de los estándares de otros países con características similares. La lección clave que el lector encontrará en este artículo es que evitar el desarrollo e incrementar la pobreza implica colocar todo tipo de trabas sobre las fuerzas creativas de los empresarios, evitando el ahorro y con ello la inversión local y extranjera.

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