Recuerden que el socialismo es imposible

Si algo tienen en común los partidarios del socialismo y la economía pura de mercado es su crítica a las inconsistencias del capitalismo intervenido. El intervencionismo que se viene aplicando, gobierno tras gobierno, sólo suma parches que atienden a cuestiones “urgentes”, pero nunca resuelven los problemas de fondo, las cuestiones “importantes”. Los socialistas, sin embargo, fallan en dos aspectos centrales: primero, en diferenciar el sistema capitalista “puro” -como lo han entendido y defendido Adam Smith y Friedrich Hayek-, del sistema capitalista “intervenido” -con los parches propuestos por John Maynard Keynes y Paul Samuelson-; segundo, en comprender que “el socialismo es imposible”, como han demostrado Ludwig von Mises en su artículo de 1920 y su libro 1922, y Friedrich Hayek en distintos documentos de los años 1930 y 1940, con un argumento que continúa sin respuesta, pero que muestra su validez en el fracaso de las distintas formas de socialismo en toda Europa, y ya casi podemos decir en todo el mundo.

En este artículo sólo podré concentrarme en este último punto, el que ha sido tratado ampliamente en un libro del catedrático español Jesús Huerta de Soto titulado “Socialismo, cálculo económico y función empresarial”. El libro cuenta con más de 400 páginas, pero el lector puede acceder a una reseña que personalmente escribí sobre este debate, y que fuera publicado en la revista Cuadernos de Economía (Vol. 30, Nº 54), de la Universidad Nacional de Colombia. El argumento básico explica que en un mundo de incertidumbre y conocimiento disperso, la propiedad privada es necesaria para dar lugar a los precios, pues sólo ellos pueden permitir a los empresarios advertir de ganancias y pérdidas en sus proyectos de inversión, y con ello asignar con relativa eficiencia los recursos escasos. Más en limpio, si no tenemos propiedad privada de los medios de producción, no tenemos mercados para esos medios de producción. Sin mercados para esos bienes de producción, no habrá precios. Sin precios, los empresarios no pueden advertir si sus proyectos de inversión son rentables.

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Tres posturas sobre la intervención del Estado en la economía

Dejemos por un momento de lado al keynesianismo, la economía social de mercado y la escuela austríaca. Concentrémonos en tres autores: John Maynard Keynes, Wilhelm Röpke y Friedrich Hayek. Si bien considero que sería correcto ubicar la filosofía política y el pensamiento económico de Röpke entre los trabajos de John Maynard Keynes y los escritos de Friedrich A. von Hayek, me propongo en el siguiente artículo intentar responder a una sola pregunta: ¿hasta qué punto sería esto cierto?

Con un ánimo conciliador, trataré de mostrar consensos y diferencias entre tres de los pensadores más destacados del siglo XX. Es el objetivo final que estas comparaciones ilustren ciertos mitos que surgen en torno a ellos. Dice el profesor Resico sobre el pensamiento de Röpke: “…su planteo se apartaba explícitamente, por un lado de la economía coactiva (planificación central, corporativismo fascista, intervencionismo estatista) y, por otro, de la economía de mercado interpretada en la tradición del laissez faire, que excluye la intervención del Estado en asuntos económicos”.

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Axel Kiciloff, mi profesor

Inicié mis estudios de grado en 1997 en la Licenciatura en Economía que dictaba la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Por ese entonces no sabía quiénes eran Marx, Keynes, Friedman o Hayek, aunque sí me identificaba desde temprano con lo que hoy entiendo son las ideas de un liberalismo clásico. Mi formación en la UBA fue bastante pobre, pues apenas me acerqué a Marx y a Keynes, pero “nada” escuché de Friedman y Hayek. El “neoliberalismo menemista” ya estaba en su última fase y no había curso en el que no se criticara al neoliberalismo, la convertibilidad, la apertura económica y la privatización. Julio Olivera era un prócer olvidado que merecía el Premio NobelMarcelo Ramal era el profesor marxista que comenzaba a abandonar la academia para ingresar en la política. Pablo Levín era “el mejor profesor” de la facultad según el Centro de Estudiantes. ¡Axel Kicillof era la gran promesa!

Llegué a cuarto año en el 2000 y tuve que elegir dos materias optativas. La lista era extensa y la elección era difícil pues estaban “Cálculo financiero”, “Mercado de capitales”, “Economía agraria”, “Instituciones al derecho público” y “Economía marxista”, entre muchas otras. Para ese entonces mi formación ya era más rica, o al menos, puedo decir, me había acercado bastante más a Keynes, Friedman y Hayek. El mérito de ese “enriquecimiento” debo decir que no se lo debo a la UBA, sino a seminarios privados que tuve la suerte de cursar en UCEMA, ESEADE y UCA, y gracias al esfuerzo de fundaciones privadas. Desde joven me interesó la economía comparada, conocer los argumentos de ambos lados. Fue así que decidí optar por “Economía marxista”, dictada en ese momento por Pablo Levín y su ayudante, Axel Kicillof.

Pablo Levín era un hombre mayor y participó muy poco del curso. Recuerdo sólo dos cosas: 1) recomendó su libro sobre “El capital tecnológico”, publicado en Ed. Catálogos (1997); 2) su explicación de la teoría del valor de Aristóteles. Explicó que para Aristóteles el intercambio sólo podía ser justo si las dos cosas que se cambiaban tenían exactamente el mismo valor. Y luego pidiendo disculpas por el término que utilizaría dijo que salvo “una puta casualidad” las cosas que se intercambian nunca tienen el mismo valor. Muy rápidamente Levín pasó a ser un mito para mí.

Pero el curso tuvo su valor. Es que Axel Kicillof ofrecía la claridad que a Levín le faltaba. Recuerdo que llegó con El capital y nos preguntó qué preferíamos: si estudiarlo completo, o dedicar atención sólo a los primeros capítulos, haciendo un análisis muy profundo, de tal modo que después cada uno pueda recorrer el camino por su cuenta en los años siguientes. Pero antes de escuchar una respuesta, sugirió tomar este segundo camino. Recuerdo haber sido el único que prefería estudiarlo completo. Aprobé el curso con una síntesis crítica del capítulo I de El capital –sobre mercancía-, pero no recibí ningún comentario.

En 2002 terminé la licenciatura, pero siempre seguí a Kicillof de cerca. Puedo confirmar su militancia constante dentro de la Facultad y el reconocimiento general que adquirió como académico. Constantemente ofrecía talleres de lectura para los estudiantes, profundizando en autores clásicos como Adam Smith, David Ricardo, Alfred Marshall, John Maynard Keynes y hasta el mismo Karl Marx. El Centro de Estudiantes siempre lo apoyó. Recuerdo que defendió su tesis doctoral sobre los “Fundamentos de la Teoría General”, para lo cual realizó extensas investigaciones entre 1998 y 2005. No pude asistir a ella, pero compré el libro que publicó en 2007 y que lleva ese título, y de hecho, suelo recomendarlo a mis alumnos cuando hago alguna referencia a Keynes o su Teoría General. Si uno se pregunta por qué un libro tan confuso, mal escrito e inconsistente -según indican los especialistas- tuvo tremendo impacto, en este libro puede encontrar una respuesta.

Kicillof fue uno de los pocos jóvenes que en la UBA obtuvo cargos docentes en forma constante. Domina la microeconomía, también la macroeconomía y la teoría monetaria y es un experto en la historia del pensamiento económico. Diré que es de los pocos académicos que intenta ignorar los manuales tradicionales y, en su lugar, va a las fuentes, algo que aprendió del mencionado Pablo Levín. Recuerdo que hace unos años recibí un correo electrónico suyo convocando a un taller de lecturas en la misma UBA para desarrollar una “Macroeconomía marxista”. En ese momento yo mismo elaboraba mi tesis doctoral, y trataba de incluir un estudio comparado de los distintos enfoques macroeconómicos. Incluía la macroeconomía del trabajo de Keynes, también la macroeconomía del dinero de Friedman, las expectativas racionales de Lucas y la macroeconomía del capital de Hayek-Garrison, pero nada sobre Marx. Asistí al evento, pensando que podía enriquecer mi tesis con ello.

La reunión tuvo lugar en un subsuelo de la Facultad y recuerdo que asistieron unas 60 personas, con una importante “vocación marxista”. Circularon panfletos y comentarios en extremo anticapitalistas, a los cuales no estaba muy acostumbrado. La presentación introductoria de Kicillof no podía dejar de ser histórica y no podía dejar de criticar los programas de estudio que no incluían a Marx todo lo que él hubiera querido. Recuerdo haber dicho que estaba en desacuerdo, pues yo mismo era egresado de la UBA y no había estudiado otra cosa que Marx-Keynes, pero se me ignoró. A los pocos minutos se habló del marginalismo de Menger-Jevons-Walras, y recuerdo que Kicillof me preguntó si estaba bien decir que Menger era neoclásico. Le dije que no, pero también me ignoró y siguió adelante. Kicillof ya me reconocía como a un austriaco. Después de esto tuvimos un diálogo por mail donde le envié el artículo sobre el Methodenstreit de Jesús Huerta de Soto, para que observe las diferencias entre la Escuela Austriaca y la Escuela Neoclásica, pero si bien me lo agradeció, nunca supe si lo leyó.

También recuerdo un debate entre Juan Carlos de Pablo y Juan Carlos Cachanosky que tuvo lugar en ESEADE en 2006, para discutir la relevancia de la Teoría General de Keynes, después de 70 años de su publicación. Kicillof estaba sentado al fondo y al terminar me le acerqué para consultar su opinión sobre esta discusión. Su comentario resumía que había tenido un inesperado bajísimo nivel. Por supuesto que yo disentía, pero las críticas a Keynes habían sido muy fuertes y el público era tan hostil a sus ideas como lo fueron aquellas de la UBA con las mías.

En 2010 publicó otro libro que también compré y recomiendo a los interesados en el campo de estudio: Siete lecciones de historia del pensamiento económico. No mucho tiempo después, Kicillof pasó a ocupar un cargo en el Directorio de Aerolíneas Argentinas. Me sorprendió mucho, pues lo consideraba un académico serio (aun sabiendo que no tiene numerosas publicaciones en revistas científicas bien rankeadas). Por supuesto que estábamos y estamos en las antípodas, pero no podía imaginarme a un intelectual en dicho cargo. Seguí bastante los debates en torno a Aerolíneas Argentinas, interesado particularmente en escuchar sus argumentos. Se lo criticó por los déficits anuales que acumulaba la compañía, pero él siempre argumentó que tomó una empresa en quiebra con 10.000 millones de dólares de déficit, el que se fue reduciendo año a año. Explicó que una aerolínea de bandera siempre iba a perder dinero, pues el objetivo no es ganarlo, ni equilibrar las cuentas, sino conectar a todas las provincias del país, aun aquellas en donde mantener los vuelos no es rentable. De allí surgió mi pedido de una política de cielos abiertos, debate que aún está fuera de discusión. También recuerdo informes suyos criticando al INDEK, pero desde que se acercó al kirchnerismo no volvió a emitir opinión sobre esta institución, ni volvió a mencionar sus propios informes.

Desmintió varias veces el cargo de ministro de Economía que le imputaban los medios, pero hoy ya ocupa el cargo de viceministro y tiene un acercamiento e impacto real sobre las decisiones de la presidente. Su exposición pública va en aumento y lógicamente no pierde la claridad que lo caracteriza. Al contrario de la política tradicional, Kicillof es una persona de ideas claras. Si accede a una entrevista, le cuesta mentir, no puede ser confuso y es muy transparente. Hace sólo unos días le preguntaron sobre la estatización de las pensiones y de YPF. Con mucha naturalidad explicó que lo único que se está haciendo es revertir el proceso tomado durante el “noventismo neoliberal”, con su apertura irracional y con sus “salvajes” privatizaciones, para devolverle al Estado las funciones que puede y debe cumplir.

Como se ve, el debate es de filosofía política, de libro de texto. ¿Qué funciones debe cumplir el Estado? Detrás del noventismo y del kichnerismo hay diferentes respuestas, y se procede en consecuencia, sin atender en ninguno de los dos casos a la Constitución Nacional, ni a las instituciones. Son las ideas, entonces, las que hoy nos permiten entender que este proceso de estatizaciones apenas está comenzando. Lo único que le pido a los lectores es que no caigan en el fatal error de pensar que noventismo y kichnerismo son las únicas opciones. Insisto en conjeturar que el desenlace de este modelo no será muy diferente del anterior.

 

¿Es posible un retorno al patrón oro?

Analistas económicos y políticos de posiciones diversas han coincidido en aseverar que la crisis financiera internacional encuentra su causa en la política monetaria que maneja la Reserva Federal de los Estados Unidos. Éstos no apuntan sólo a la mala política monetaria que creó la burbuja inmobiliaria, sino también al modo en que se ha administrado el dinero desde 2008 en adelante, depreciando el dólar y exportando con ello algunos problemas internos de Estados Unidos al resto del mundo.

Analistas de Estados Unidos, Europa y Asia empezaron a preguntarse entonces si es posible crear una alternativa a este inestable patrón dólar, y la primera respuesta que surgió no fue el euro, la libra, el marco suizo, el yen japonés o el yuan chino, sino un posible retorno al oro. El Congreso de Estados Unidos incluso creó una comisión a la que distintos teóricos e historiadores de la moneda y la banca han sido invitados para exponer sus posiciones.

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Argentina sufre de inconsistencia temporal

Es significativo el número de economistas que han llamado la atención acerca del cortoplacismo de las políticas económicas que se vienen aplicando en la Argentina, y la preocupación que se abre en el entorno político y económico para el mediano y largo plazo. Técnicamente, podemos definir este problema como inconsistencia temporal. En la política y en la economía, se trata de aquella situación en la que el gobierno tiene incentivos para abandonar un plan óptimo de largo plazo, reoptimizando constantemente sus políticas. Como su nombre lo indica, cada reoptimización es óptima en cada momento del tiempo, pero no lo son desde el punto de vista del plan original a largo plazo, y por lo tanto, dan lugar a resultados subóptimos o inferiores. De esta manera, la ausencia de una política de largo plazo y el interés del gobierno por ir reoptimizando sus políticas por períodos cortos de tiempo conduce a la Argentina a empeorar su situación de largo plazo.

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