Memoria, verdad, justicia, valores imprescindibles. Futuro, meta ineludible. La memoria desvinculada de la esperanza de futuro nos apareja el grave riesgo de paralizarnos en el pasado. Lo peor es que nos puede anclar en lo más siniestro de lo pretérito, en enfrentamientos a sangre y fuego, no ya meros conflictos o diferendos políticos, esos que la competencia por darle la dirección al país naturalmente conlleva.
La memoria a la que se alude el 24 de marzo es la del horror. Por eso, establecer en esa fecha el Día de la Memoria y de los Derechos Humanos ha sido un redondo y quizás deliberado error. Estamos conmemorando el fin de una anarquía político-económica, el comienzo de la represión paraestatal y el inicio de una dictadura que elevó exponencialmente el terror y que fracasó categóricamente en los planos político, económico y también militar (rendición en Malvinas). Es un día de autoflagelación. Memoramos nuestras peores y más abyectas divisiones. Nos reunimos para recordar el horror, algo sencillamente irracional. Francia no se detiene para evocar la entrada nazi en París, sino para honrar al desembarco de Normandía y luego la liberación. Si hiciera lo primero, nunca se habría producido la reconciliación simbolizada por el histórico encuentro entre Charles de Gaulle y Konrad Adenauer y el acuerdo del Carbón y el Acero, embrión de la Unión Europea.
El 24 de marzo no hay nada que festejar. En esto coincidimos todos. Pero tampoco nos inspira nada bueno, virtuoso, esperanzador. Detenernos en esa fecha es masoquista y es azuzar la desunión nacional. Salvo quienes apuestan a eso de “cuanto peor, mejor”, nadie de buena fe y de mejor voluntad quiere que ahondemos nuestros enfrentamientos, la comúnmente llamada grieta. La inmensa mayoría desea la unión. Continuar leyendo