Es raro el caso de que no se aprenda nada de un pensador, no importa de qué tradición de pensamiento provenga. Es la magia y el atractivo del indispensable alimento que provee la libertad de expresión, es la maravilla donde no hay libros prohibidos y donde no prima la cultura alambrada propia de las xenofobias.
José Saramago (1922-2010) era comunista y puede ubicarse en la línea de William Godwin, Mikhail Bakunin, Piotr Kropotkin, Pierre-Joseph Proudhon y contemporáneamente de Herbert Read y Noam Chomsky: en un contexto de abolición de la propiedad privada, proponen sustituir el aparato estatal clásico por otros organismos burocráticos de mayor control en las vidas de la gente, donde la antiutopía orwelliana queda chica. A raíz de la crisis del 2008 declaró en Lisboa: “Marx nunca tuvo más razón que ahora”; confundió así un capitalismo prácticamente inexistente con sistemas altamente estatistas.
Por supuesto que fue un literato y no un cientista político, de modo que la mencionada tradición de pensamiento no era suscrita ni conocida en su totalidad por Saramago. Fue, eso sí, un admirador del sistema totalitario cubano, donde pronunció su célebre discurso que lleva el paradójico título de Pensar, pensar y pensar, en el lugar en donde sólo se permite el lavado de cerebro que algunos incautos denominan educación. Luego se desilusionó con ese sistema nefasto a raíz de uno de los sonados casos de fusilamientos de disidentes (escribió: “Hasta aquí he llegado”). Continuar leyendo