Luego de las palabras del secretario general de las Naciones Unidas que instó a que se aplicara la “justicia social” en el continente, abrió oficialmente las deliberaciones el presidente de Panamá como representante del país anfitrión. Cayó en el lugar común de condenar las desigualdades de resultados sin distinguir entre regímenes fascistoides donde empresarios prebendarios se enriquecen a costa de sus semejantes de los sistemas de mercado donde los empresarios que se enriquecen se debe a que aciertan satisfacer las necesidades de su prójimo.
Asimismo rindió homenaje a Monseñor Oscar Romero de El Salvador, abanderado de la teología de la liberación quien insistía en sus recetas marxistas en un contexto de gobiernos corruptos y estatistas. Celebró el acuerdo Estados Unidos-Cuba por el que se le da cabida a la isla-cárcel en foros supuestamente democráticos para que los estadounidenses sean usados para financiar el aparato comunista en reemplazo primero de la Unión Soviética y luego de Venezuela. Afirmó que en el continente no hay represión haciendo oídos sordos al antedicho caso cubano y al venezolano. Alabó los muy discutidos arreglos del gobierno colombiano con el terrorismo de ese país y festejó lo que estimó ha sido el fin de conflictos territoriales en el continente como si no leyera los periódicos. Nada dijo de las amenazas a la libertad de prensa en medios ecuatorianos y argentinos ni sobre las alarmantes corrupciones en Brasil, Nicaragua, Bolivia y Argentina. Desde luego que tampoco hubiera quedado bien que criticara las reiteradas actitudes dilatorias y de apoyo a medidas autoritarias por parte de la OEA y de su secretario general, en su momento amigo y admirador de Salvador Allende (en ese foro, ufanándose de una peculiar noción de la diplomacia, el embajador venezolano declaró que “las balas pasan más rápido por las cabezas huecas de lo opositores”). Continuar leyendo