Hace poco, en una de mis columnas semanales subrayaba la importancia de la enseñaza clásica de las humanidades, hoy prácticamente olvidadas en la mayor parte de las facultades de las universidades más destacadas del mundo. Importancia para la formación de la persona antes que el aprendizaje estrictamente profesional al efecto, entre otras cosas, de mejorar el rendimiento en la propia profesión. Evitar “la desarticulación del saber”, como señalaba José Ortega y Gasset.
En otra oportunidad escribí sobre lo que denominé “la distribución del conocimiento”: en una punta se encuentra el diletante que habla de todo pero sabe bien poco de lo que expone y, en la otra, el especialista extremo que sabe cada vez más y más de menos y menos. La división del trabajo reclama la especialización, lo cual no es óbice para escarbar en otras direcciones al efecto de contar con una formación adecuada, que ayuda a la propia especialización. En términos económicos, el balance tendrá en cuenta los beneficios y los costos marginales de cada cual.
Ahora me topo en mi biblioteca con un libro que he leído hace tiempo y que recuerdo que disfruté mucho. También en esa oportunidad le escribí al autor, Tom Morris, quien obtuvo un doctorado en la Universidad de Yale y fue durante mucho tiempo profesor de filosofía en la Universidad de Notre Dame (pasando por los tres niveles que existen en el mundo académico estadounidense: assistant, associate y full professor) y luego se dedicó a enseñar la relevancia de los valores tradicionales en el mundo de los negocios. La obra de marras se titula If Aristotle Ran General Motors para ilustrar su propuesta. Morris respondió muy amablemente a mi misiva y se extendió en señalar otros proyectos que en aquel momento tenía en carpeta en la misma línea argumental. Continuar leyendo