Al plantearse una meta, el camino siempre supone varias etapas. Es una secuencia, a veces larga y otras no tanto. Nunca es un sendero recto. Su recorrido propone escollos, desafíos, barreras y tragos amargos.
Lo importante es que la brújula siga mostrando el norte, para que el itinerario y las férreas creencias puedan seguir intactas. No existe un atajo que lleve hacia el objetivo sin sobresaltos. Mucho menos cuando se trata de la vida en sociedad. Allí, una inmensa cantidad de factores operan simultáneamente y alteran el entorno presentando diversos problemas.
El populismo es hoy una plaga que destruye a las sociedades. Promete un mundo donde unos trabajan para que otros no, invita a saquear a los que se esfuerzan para derivar recursos hacia el aparato político clientelar, ese que hace de la maquinaria electoral un verdadero fin en sí mismo.
Su erradicación supone permanentes aprendizajes, porque sólo lo que se internaliza produce reales cambios de hábito. Los rechazos circunstanciales pueden ser solo espasmódicos gestos de repudio a un aspecto aislado del régimen demagógico. Se percibe a diario la seducción que engendra el populismo cuando propone progreso como un derecho sin esfuerzo previo, casi como un acto mágico, cautivando a los más abúlicos y a los que, durante generaciones, demandaron necesidades sin ofrecer nada a cambio.
Los tropiezos del populismo en los comicios son siempre importantes. Pero no se debe caer en la trampa del exitismo, ese que se proviene de las pasiones deportivas y que transmite la falsa idea de que el torneo concluyó.
La historia siempre es un proceso, su evolución muestra como se recorre una transición de la fase actual hacia una novedosa forma diferente, casi siempre desconocida e impredecible.
Las circunstancias en política siempre exhiben una dosis de realismo, de pragmatismo, que resulta imprescindible para interpretar el presente y diseñar las acciones que conforman el próximo paso hacia la meta deseada.
Siempre se construyen opciones con lo que hay y no con lo óptimo. Hay que comprender aquello de que “lo excelente es enemigo de lo bueno”. La idea de buscar lo extraordinario es un desafío constante, pero no debe impedir el paso a paso que cualquier ciclo conlleva. No se llega de un lugar a otro, sin pasar previamente por los anteriores. No existe mecanismo alguno que traslade de una instancia a otra sin pesares, contratiempos o amarguras.
El camino al éxito está plagado de obstáculos, dilemas morales e incómodas decisiones. Habrá que poner a prueba el temperamento y las profundas convicciones, lo que en política implica “buscar lo mejor, dentro de lo posible”, pero también exigir mucho para potenciar a los destacados y estimular a los que aun no están, para que sean parte del cambio.
El trabajo de la sociedad civil debe operar al mismo tiempo en dos dimensiones. La de lo factible, tratando de que los menos malos desplacen a los peores, y en un plano más riguroso, convocando a los sobresalientes para que sean protagonistas del futuro, y así integrar a la política a los más decentes, íntegros, honestos, idóneos, creativos e inteligentes.
No se puede esperar a que estos últimos ingresen a la política para iniciar el camino hacia el porvenir. Se debe poder operar de modo sincrónico para que en algún momento se unan los puntos que encaminen a lo deseable.
Salvadas las enormes distancias, durante la Segunda Guerra Mundial, Occidente decidió aliarse a su peor adversario, el comunismo. Lo hizo pese a sus evidentes diferencias y a su rivalidad manifiesta. La prioridad era terminar con el inmoral régimen nazi, que era indudablemente lo peor que le sucedía al planeta. Aquella alianza entre el marxismo y el mundo occidental seguramente fue criticada por muchos con dureza, pero resulto imprescindible. Prevaleció un objetivo superior, el de dejar atrás una de las historias más nefastas y crueles de la humanidad. El tiempo pondría las cosas en su lugar y el fracaso comunista se agotó varias décadas después.
La lucha política se hace por etapas, secuencialmente y merece ser entendida para no perder la perspectiva global cayendo en cierta ingenuidad. Las alianzas circunstanciales son siempre una coyuntura, una necesidad ocasional para ir de ese escalón al siguiente, en un paso a paso.
Hay que armarse de paciencia, de pragmatismo en el corto plazo, pero sin claudicar en las convicciones, porque son ellas, las que en la medida que se mantengan intactas, marcaran el sendero a recorrer.
Nunca los triunfadores de la última elección son lo perfecto, de hecho muchos de ellos son indignos, pero en el contexto actual no son lo peor de lo peor. Son tal vez un mero instrumento, que permite la transición de lo pésimo a lo menos malo. Con ese criterio, debe ser analizado el presente.
Cada turno electoral invita a tomar decisiones, muchas veces con dudas que suponen gran perturbación. Hay que animarse a superarlo, tratando de no renunciar a los principios básicos y ser atropellado en las propias convicciones, pero comprendiendo que no se está al final del camino, sino que este hito es solo el primer paso.