Mientras transitamos Semana Santa, una vez más la figura de Francisco se replica a escala global. Su papel protagónico en las ceremonias de Pascuas hace que el mundo vuelva a admirar la figura de un auténtico líder que rápida y cómodamente logró ocupar ese privilegiado sitial, a fuerza –entre tantísimos otros aspectos ya ampliamente abordados- de haber entendido al ser humano en su totalidad.
Francisco es, probablemente, la personalidad más querida del planeta y esto es porque ha cincelado un perfil de alguien que, ante todo, piensa y obra por y para el prójimo. Un prójimo a quien concibe integralmente, esto es en cuerpo y alma, con su razón y sus emociones.
El Papa argentino ha logrado cautivar al mundo a través de una palabra clara y llena de esperanza, donde lo que subyace es un extraordinario manejo del lenguaje ontológico.
Esto significa que con su manera de comunicar no sólo describe los hechos sino que por medio de sí mismo se propone construir una nueva realidad. Su palabra es acción ya que impulsa la transformación de las personas proponiendo para ello que revisen, desarrollen y optimicen sus formas de ser y de estar en el mundo.
Esto permite mostrar un perfil que –como sólo ocurre con los grandes líderes- perfectamente puede estudiarse como modelo de buenas prácticas del coaching ontológico.
Y no sólo por su lenguaje: Francisco enseña con total naturalidad a romper con el conformismo convirtiéndonos en impulsores del cambio. En lo que constituye un rasgo central de su liderazgo, no inculca la subordinación inerme y, por el contrario, lleva a todos los que componen su infinita audiencia a ser personas precursoras, capaces de abrir caminos propios, caminos nuevos; dispuestas a adelantarse a su tiempo y no quedarse inmóviles hasta que las cosas ocurran por el mero hecho de esperar.
Para ello nos invita a ver de otro modo (al decir de Marcel Proust, el verdadero viaje del descubrimiento no consiste en cambiar el paisaje sino en cambiar la mirada), a enfocar un aprendizaje desde “el ser” y no exclusivamente desde la acumulación de información.
Al igual que enseña el coaching, Francisco pone el foco en la persona antes que en un determinado resultado, el cual se producirá sólo si primero se concretan los cambios necesarios en el “ser”, para entonces sí, poder arribar a objetivos o metas postergadas.
En actitud similar a la de un coach, en numerosas oportunidades Francisco entregó sabios consejos a fin de conquistar el dominio de las emociones para poder dialogar, evitando actitudes que impiden este camino de encuentro, tales como la prepotencia, el no saber escuchar, la crispación del lenguaje comunicativo o la descalificación previa.
Su capacidad para construir una coalición entre lo percibido, las creencias, las emociones y la razón, motivan a que los destinatarios de su mensaje se esmeren no solo en reconocer, sino también ejercer valores tales como la solidaridad, la humildad, el diálogo y de la paz.
Francisco ha conmovido a todos: a los fieles de la Iglesia católica, desde ya; pero también ha logrado erigirse en una fuente de inspiración de personas de todos los credos -e incluso a los incrédulos- a través de un mensaje tan potente como amoroso, tan trascendente como humanista.
En esta nueva Semana Santa, con su mensaje esperanzador, Francisco demuestra que, como el coaching, con las herramientas indicadas todo cambio, por profundo que sea, es posible.