Y la presidenta se tuvo que volver de El Calafate a Olivos, nomás. Cuando ya nadie duda que la crisis ha llegado para quedarse, como ocurre hoy en nuestro país, no hay piloto automático que valga. Menos aún si un alto funcionario anuncia una medida y al poco rato otro alto funcionario la desmiente. Sin embargo, y más allá de las contradicciones que seguirán, el gobierno nacional ha elegido un rumbo a seguir. Sea una transición al 2015 como kirchnerismo reciclado o sea el fin de ciclo definitivo, todo indica que la decisión del oficialismo nacional es enfilar hacia la derecha, tanto en el plano económico como en el político.
El flamante “acuerdo de precios” es apenas el celofán de color para envolver una inflación creciente, que viene arrasando con el poder adquisitivo de los salarios, las jubilaciones y los planes sociales. Y la puedan imponer o no, la política de techos salariales, ajustes presupuestarios, recomposición con los organismos internacionales y pago de la deuda externa ilegítima no es precisamente progresista. A su vez, el ascenso de un ex represor como Milani al mando del Ejército aparece como una amenazadora respuesta al seguro incremento de la conflictividad social que se avecina.
Por el lado de la oposición política capitalista, no hay demasiadas sorpresas en el horizonte. Las fuerzas de la llamada centroizquierda, con Binner, Carrió, UNEN y la UCR, hilvanan trabajosamente un armado presidencial. Por la derecha, Massa y bastante más atrás Macri siguen procurando darle entidad nacional a sus propias construcciones. No obstante, ninguna de esas dos alas simétricas y complementarias tiene algún plan económico distinto para ofrecer. Es que ante la crisis capitalista, no tienen diferencias sustantivas con el modelo del gobierno nacional.