Creo que a esta altura del mandato de Cristina Kirchner aquél mote despectivo hacia Víctor Hugo Morales que lo trataba como relator del relato resulta bastante injusto. Desde un tiempo a esta parte, son los propios funcionarios del gobierno, incluida su presidente, quienes más se dedican a contar los problemas, las razones y las circunstancias, mucho más que a solucionarlos. No es que anteriormente evitaran echar culpas, ya que esa es una parte central del juramento kirchnerista, sino que ahora se han centrado casi con exclusividad en esto último. Hay un viejo dicho televisivo que reza que “las excusas no se televisan”, queriendo significar que cuando algo salió mal en pantalla, no importan las razones, justificaciones o pretextos para explicar lo sucedido, simplemente salió mal. Al parecer, en el gobierno desdeñan absolutamente de este dicho. Empresarios, sindicalistas, el liberalismo, los países centrales, el Consenso de Washington, la oposición, el periodismo, la Corte Suprema, la lista es infinita. Los últimos culpables son los fondos buitre, el juez Griesa, el mediador Pollak y hasta el gobierno de Barak Obama.
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El Papa no hace milagros
Cristina profesa hacia Francisco el fervor de los conversos. Si bien es cierto que era Néstor Kirchner el ateo militante y anticlerical, también es cierto que la relación de la presidente con el cardenal Bergoglio fue siempre tirante. La intromisión, prudente pero también honesta y punzante, del entonces cardenal en asuntos terrenales nunca fue del agrado de la pareja presidencial, convencidos de que asimilar críticas o sugerencias es un signo de debilidad. Sin embargo, la condición de católica tímidamente practicante y su firme posición antiabortista le dieron ahora a Cristina Fernández un resquicio por donde asentar la relación con el Pontífice.
La presidente debería agradecer que Francisco haya puesto la otra mejilla para recibir, en esta ocasión, una caricia. Ahora sí tiene en el Papa argentino un oyente receptivo que le brinda un trato casi familiar. Fue así que el pasado lunes la recibió en su residencia de Santa Marta para compartir un prolongado almuerzo. La calidez y confianza que ahora entablaron en la relación supera sin dudas la evidente búsqueda de conveniencia y necesidad de Cristina.
Atrás quedó el lobby impulsado por ciertos sectores del gobierno, que incluía al embajador argentino ante el Vaticano Juan Pablo Cafiero, para evitar que el cardenal Jorge Bergoglio sea elegido para reemplazar al renunciante Joseph Ratzinger. La orden que baja ahora, por el contrario, es callar a los críticos y darles vuelo a los dirigentes más cercanos a la Iglesia, como por ejemplo al presidente de la Cámara de Diputados Julián Domínguez. No vaya a ser cosa que los acechantes rivales políticos se queden con los beneficios de la atención de un Papa inmensamente popular en Argentina (93% de imagen positiva) y en el mundo (el hombre más influyente según la revista Fortune) que además ha producido una verdadera revolución en el Vaticano.
Francisco perdonó al kirchnerismo por todas las operaciones en contra y Cristina intenta pararse en aquellos aspectos que la acercan a las posturas del Papa, como son su origen peronista y el antiliberalismo expresado en la Doctrina Social de la Iglesia, al cual obviamente Francisco adscribe. La presidente además aprovecha el genuino interés que tiene el Santo Padre por el destino del país y, más que nada, por evitar el conflicto social. Lo que sucede en Venezuela preocupa en el Vaticano y sería inaceptable para él que algo similar ocurra en el país que lo vio nacer.
Las charlas con Francisco son un verdadero bálsamo para Cristina. Este tercer encuentro fue acordado de manera directa por los mismos protagonistas. Estas amables reuniones ahora también incluyen charlas sobre situaciones personales de la primera mandataria. Es casi un confesor para una persona poco afecta a pedir perdón. Coinciden en el interés por las cuestiones internacionales. A la presidente los temas domésticos la aburren y la irritan a la vez. En algún punto considera injusto tener que afrontar zozobras económicas después de la “década ganada”. En Francisco encuentra la posibilidad de mejorar su imagen internacional a través de él y sabe que está también frente a una persona con cabal conocimiento de lo que sucede en el país sin que esto represente ahora una amenaza. Considera que puede usar algo del prestigio ganado en el corto período de papado de Francisco para tener mejor receptividad en los actores internacionales a quienes ha maltratado frecuentemente desde el atril y desde la caja.
A pesar de todo, deberíamos recordar que nada puede hacer Francisco para mejorarle a la Argentina las condiciones de pago hacia el Club de París. Tampoco puede influir sobre el tribunal norteamericano que trabaja sobre el conflicto con los holdouts. La simpatía que manifiesta el presidente Barack Obama (con quien Francisco se reunirá en los próximos días) por el Pontífice no derrama sobre los círculos de poder y los ciudadanos estadounidenses. Esa simpatía tampoco podrá borrar la imagen del canciller Héctor Timerman, alicate en mano, incautando material que trajo un avión militar estadounidense al país para una capacitación a miembros de la Policía Federal, por más que el tiempo haya hecho más difusas algunas heridas. Son los riesgos de una política exterior errante.
Está claro que también otros argentinos recibieron un cálido trato del Papa. Muchos de ellos, sobre todo los políticos, vuelven con el mismo mensaje de Francisco: cuiden a Cristina. Todos ellos se quedan pensando si se les pide que la cuiden de ella misma, de su entorno o de los riesgos externos. En cualquier caso, el mensaje no pasa inadvertido.
Las conclusiones de los encuentros son el momento esperado por la Presidente. Este tipo de reuniones donde la otra parte es discreta le permiten a Cristina ejercer la profesión que parece amar (aparte de la arquitectura): la de editora periodística. No solamente puede relatar la cordialidad del encuentro, que ciertamente fue así, sino que se anima a una libre interpretación del mensaje recibido. Es capaz de relacionarlo con su propio discurso como también pedir que lean a Francisco para entenderlo mejor. Es una suerte de agente de prensa informal, pero con intereses creados.
El Papa no hace milagros y sus tareas son muy variadas e importantes como para ocuparse de los vaivenes de la economía y la política argentinas. Es bastante lo que hace de por sí pero el gobierno debería tener en cuenta que la constancia y la coherencia son elementos fundamentales para recrear la confianza tanto dentro como fuera del país. Después de todo, sería un abuso pedirle a Francisco que también se ocupe de controlar los precios en las góndolas.