Cristina Kirchner regresó finalmente hace unos días a Río Gallegos, luego de su maratónica visita por Buenos Aires. En su paso por la ciudad donde nunca se sintió cómoda y que en esta ocasión la citó para rendir cuentas ante la Justicia, la ex Presidente aprovechó para hacer su show. Un show que a esta altura aparece como decadente y que le permitió a Mauricio Macri abstraerse por un instante de las numerosas cuestiones que el kirchnerismo dejó pendientes de resolución para así elevarse por oposición. Más allá de las crudas diatribas lanzadas contra todo el Gobierno y contra el Presidente en particular, su aparición sirvió a quienes necesitaban refrescar por qué en las últimas elecciones le dieron la espalda al kirchnerismo. Esto no tiene que ver exclusivamente con ese 51% que permitió el triunfo de Cambiemos en el ballotage, sino también, y fundamentalmente, con el rechazo social que generó en el electorado cada (posible) candidato del riñón de la ex Presidente. Así fue que tuvo que aceptar a regañadientes a un candidato sinuoso para el paladar kirchnerista como Daniel Scioli, y así fue también como logró la impensada derrota del peronismo en la provincia de Buenos Aires, después de 28 años ininterrumpidos de gobierno y ante una joven candidata que era prácticamente desconocida meses antes de la elección.
La movilización que atrajo Cristina Kirchner en Comodoro Py suscitó fuertemente el interés de los medios y de la gente. Kirchneristas y antikirchneristas se batieron en un duelo de cálculos de concurrencia. Pero la pregunta que surge automáticamente es: ¿qué diferencia podría haber entre cinco mil o cincuenta mil personas si su imagen negativa es de más del sesenta por ciento? ¿Cuánto puede influir ese acompañamiento militante cuando gobernadores, legisladores e intendentes ya no reconocen su liderazgo, a pesar de que acuden a sus convites, en un gesto para no recibir el siempre lacerante mote de desleal? Continuar leyendo