El Diálogo que todos deberíamos escuchar

Recibí con gusto la invitación para ver el documental El Diálogo entre Graciela Fernández Meijide y Héctor Ricardo Leis, dirigido por Carolina Azzi y Pablo Racioppi. Fue una experiencia emocionante y conmocionante para mí. Si bien conocía por sus escritos el pensamiento de ambos protagonistas, hay que darle el respeto que merece al impacto audiovisual de una historia bien contada. Los silencios, las emociones, las miradas cómplices, ese mueca justa de Leis para generar una carcajada algo culposa por el tema tratado y la claridad de Fernández Meijide para hacernos revivir con ella aquel sufrimiento por un hijo arrancado de su hogar en plena madrugada.

No soy crítico de cine y por lo tanto sólo me limitaré a recomendar que vean este valioso testimonio porque, más allá de contar en primera persona la violencia política de los años 70`, también dispara una serie de reflexiones y nos interpela como sociedad en nuestra relación con la verdad, la conciencia, la hipocresía y la impostación.

Una de las frases que más me impactó del documental fue cuando Leis pide, casi suplica, a los “sobrevivientes” (como prefiere llamar a los protagonistas de aquellos años) que simplemente cuenten lo que saben. Transmitir lo sucedido fue un proceso por el que tímidamente pasamos (en el período de Alfonsín), desdeñamos (durante el gobierno de Menem) y reescribimos (durante el kirchnerismo) y este vaivén teñido de mentiras nos colocó en la triste situación de no haber podido aportar el marco de verdad, justicia y reconciliación necesarios para crecer como sociedad. Más aún, el esfuerzo de haber juzgado a las juntas militares junto con la Conadep y su informe Nunca Más han sido celosamente sepultados, reescritos u olvidados por el kirchnerismo gobernante con la triste complicidad de algunos organismos de derechos humanos.

Los gobiernos de Néstor y Cristina se han caracterizado por postergar, si no soslayar, la investigación de la verdad. Esto, claro está, no sucedió solamente en el área de los derechos humanos. Vale una pequeña anécdota personal para ilustrarlo. Hace unos años pasaba unas vacaciones con mi familia en Mar de las Pampas. Siendo marzo el mes elegido y estando en un balneario tranquilo tuve la oportunidad de divisar cerca de la orilla del mar al publicista ultra K Fernando Braga Menéndez. En tono amistoso y como animal político que soy, me acerqué para comentarle que lo conocía y tal vez motivar alguna charla que me devolviera la realidad que las vacaciones y el descanso pretenden ocultar. Parece que a él le sucedía lo mismo y entonces hubo diálogo. En un breve repaso del contexto político de aquel momento, recuerdo que cuando llegamos al tema del Indec y las falsas cifras de inflación, Braga Menéndez fue todo lo auténtico que suele ser en público. Según él, el gobierno hacía bien en falsear las estadísticas porque de esta manera evitaba el pago extra de deuda pública que actualizaba por CER (coeficiente de estabilización de referencia). Un pequeño ejemplo del kirchnerismo y su relación con la verdad.

Haber escuchado a Graciela Fernández Meijide oponerse a la utilización de la simbólica cifra de 30.000 desaparecidos esgrimiendo que eso es una falta de respeto para las víctimas me parece de un gran coraje. Graciela explica que su trabajo durante aquellos años de militancia en organismos de derechos humanos implicaba la documentación precisa de los desaparecidos. Cualquier generalización (aunque tenga la misión de establecer un símbolo y que a su vez facilite el encasillamiento bajo el concepto de genocidio) es sentida como una afrenta a tamaño trabajo de investigación y documentación, pero fundamentalmente al derecho de las víctimas. Que Héctor Leis critique el accionar no sólo de la cúpula de Montoneros sino que también cuestione aquel supuesto romanticismo de sus militantes y haga hincapié en la fascinación por la violencia de aquellos jóvenes es también valiente y disruptivo.

Hay algo que de todos modos inquieta. Si bien sé que tanto Graciela como Héctor han tenido inconvenientes y recibido críticas de parte de supuestos defensores de los derechos humanos por sus dichos y escritos, también creo que de alguna manera han podido sortear esas críticas, o al menos hacerlas menos agresivas, por haber sido ellos mismos “víctimas” de aquellos años. Cualquier otro que no hubiera padecido la pérdida de un hijo a manos de la dictadura militar (caso Graciela) o que no haya sido oficial de Montoneros (como Héctor) se las vería mucho más complicadas para dar estos testimonios que fracturan el relato que construyó a fuerza de repetición y constancia el kirchnerismo. La grieta, en este caso del relato, es valiosa porque nos acerca a la verdad. Sería bueno que sólo sea el puntapié inicial para que todos los protagonistas de la violencia política de los 70` hablen y cuenten lo que saben sin especulaciones.

De haber permitido un lógico proceso de investigación, brindando la  oportunidad para que todos los protagonistas de aquellos años puedan contar con libertad (aunque sea desde la cárcel si así correspondiera) su versión de lo sucedido, tal vez hoy la reconstrucción de aquellos tristes acontecimientos hubiera sido más fructífera y muchos familiares podrían saber finalmente qué fue de aquellos hijos desaparecidos o conocer el paradero de tantos nietos que aún no se encontraron. Cuando muchos de los protagonistas de la violencia se dieron cuenta de que la única oportunidad que tenían de defenderse era mediante el silencio, ese fue el preciso momento en que creamos un abismo entre nosotros y la verdad histórica.

Sin dudas, las interpretaciones, responsabilidades y culpabilidades penales son bien diferentes según los actores políticos. Sin embargo eso debía ser el final del camino y no el principio. Haber puesto en el banquillo de los condenados a todos aquellos que eran para el kirchnerismo estorbos del relato trastocó las cosas y nos alejó de la verdad. Incluso Héctor Leis sostiene que el proceso de venganza (más que justicia) sobre quienes perpetraron aquellos crímenes nos impidió realizar una reconstrucción sincera y completa de aquel tormentoso pasado.

Sin dudas, uno de los logros que el kirchnerismo ha tenido fue permear sobre toda la sociedad y en la cultura política en particular ese miedo a la verdad. Aquello de barrer bajo la alfombra o bien no levantar la colcha por miedo a lo que se pueda encontrar. Esto abarca tanto el recuerdo de los años de mayor violencia política del país durante el siglo XX como la intervención del Indec, la masiva intromisión sobre los medios audiovisuales, la colonización de la agencia oficial Télam por parte de bloggeros K o las trabas al acceso a la información pública.

Esta turbia relación con la verdad también se impone al interior del kirchnerismo. Los funcionarios y dirigentes del oficialismo más permeables a transmitir el relato que baja la presidente Cristina Kirchner son los más beneficiados en el círculo áulico kirchnerista. Por el contrario, aquellos que suelen intentar un acercamiento a la verdad sin salirse del oficialismo son vistos con mayor desconfianza por la cúpula del poder y los guardianes del relato.

Aunque provenga desde mi agnosticismo, vale la pena repasar finalmente aquella frase de Jesús citada en el Evangelio según San Juan: “La verdad os hará libres”. Creo que en ese sentido, ha sido una década perdida. Nos hemos alejado de la verdad en pos de sostener un relato y para esto ha influido mucho la frustración que Néstor y Cristina sintieron por no tener el pasado glorioso que el presente en la máxima esfera del poder y el relato les pedían sostener.