Prohibido refundar al país

Mientras que el kirchnerismo, y Cristina Fernández de Kirchner en particular, evalúa la mejor forma de dejar el poder tratando de conservar al menos en parte su influencia, el resto de la clase política debería ya estar trabajando sobre las secuelas que un gobierno (en sus tres períodos) que intentó monopolizar la escena pública va a dejar en las instituciones y en la vida social, política y económica del país.

En materia de derechos humanos, si bien el kirchnerismo le ha aportado dinamismo a algunas causas contra ex represores por su repentino interés en la materia, el daño que ha causado sobre organismos de DDHH que gozaban de independencia, credibilidad y prestigio es notable. Aquí también ha profundizado un distanciamiento entre quienes se han dejado cooptar y quienes conservaron su independencia política.

En lo que hace a la administración de la cosa pública (res publica), lejos de continuar con una profesionalización ampliamente necesaria para hacer eficiente y eficaz la gestión de la burocracia estatal, ha promovido una brutal involución que implicó el desplazamiento de funcionarios probos no alineados y el encumbramiento de militantes incapacitados y desinteresados al mismo tiempo, con la consiguiente pérdida de recursos humanos valiosos. Todo esto en un contexto donde el empleo público nacional se ha incrementado un 75% durante los años del kirchnerismo. Dos de los organismos que exhiben más claramente este desatino son el INDEC y la Cancillería.

El caso del Indec, con sus técnicos desplazados y la permanente manipulación de las estadísticas oficiales, es harto conocido. A los falsos números de pobreza, indigencia e inflación, se suman las dudas que genera la metodología adoptada para medir el empleo. Recientes revelaciones y cotejos indican también que ni siquiera los números de comercio exterior son confiables dadas las incongruencias que aparecen al cotejarlos con datos de organismos homónimos de países con los cuales Argentina tiene relaciones comerciales. La destrucción de un instituto estadístico que era modelo para el resto de los países de la región genera desazón.

La Cancillería también ha sido un ámbito donde la política facciosa ha desplazado a la idoneidad, aunque la situación ha sido camuflada durante un tiempo por la habitual discreción del cuerpo diplomático. Tal vez el fallido acuerdo con Irán sea la pequeña punta de un enorme iceberg. Recientemente se han conocido correos electrónicos entre miembros de La Cámpora que allí trabajan y que demuestran la existencia de proyectos de reforma para el Servicio Exterior de la Nación (SEN), sea modificando la ley (de muy difícil concreción), interviniendo en contenidos, o solicitándole a la presidente que modifique vía decreto la reglamentación de la ley 20.957 sancionada en 1986.

En materia judicial, y pese a que la Corte Suprema nos ha evitado la desgracia de ver materializada la total cooptación del Poder Judicial al declarar inconstitucional parte de la reforma impulsada por el oficialismo, vale recordar la cantidad de jueces que por sociedad, complicidad o bajo presión han cedido a los deseos del poder político. La evolución del Ministerio Público Fiscal ha ido en dirección de lograr el encolumnamiento de los fiscales a la militante conducción de la Procuradora General de la Nación Alejandra Gils Carbó. Recordemos que el anterior Procurador Esteban Righi, un histórico dirigente del peronismo que detentó ese cargo por el transcurso de 8 años durante los gobiernos de Néstor y Cristina, tuvo que renunciar acusado por el vicepresidente Amado Boudou de intervenir en la causa que lo tiene involucrado por la quiebra de la empresa Ciccone Calcográfica, y ello no podría haberse logrado sin la clara venia de la primera mandataria. Con la reciente propuesta de nombramiento de 360 conjueces para cubrir vacantes en varios juzgados, la presidente ha abandonado la sutileza para pasar a postular personas claramente identificadas con su espacio político.

La intervención sobre los medios audiovisuales y de prensa ha excedido cualquier intento de influencia propiciado por gobiernos anteriores desde el retorno de la democracia. Como consecuencia de ello, ha quedado conformada una multiplicidad de medios que se sostienen primordialmente por la pauta oficial y los negocios con el Estado y que pasarán a ser mano de obra desocupada a merced del nuevo oficialismo. Esta puja también ha traído consecuencias sobre la calidad de  aquellos medios que han quedado parados en la vereda de enfrente del gobierno. Fomentando la radicalización de los contendientes ha logrado bajar la calidad del debate público.

En materia de política económica, el gobierno de los Kirchner ha logrado “inventar” una crisis en un clima que continúa ampliamente favorable para la región y en particular para la Argentina. Récord de cosecha y una tonelada de soja en precio exorbitante no le han impedido poner al país al borde de la estanflación (el peor escenario). La confianza nunca recreada ha logrado una permanente y masiva fuga de capitales que costará mucho esfuerzo y tiempo recuperar. Mercados internacionales de importación y exportación han quedado a merced de los caprichos de equipos económicos inconsistentes y una conducción política imprevisible. La percepción de los actores internacionales respecto de la Argentina indica una distancia cada vez mayor entre potencia y acto. Al mismo tiempo, el direccionamiento de la matriz productiva hacia actividades inviables, mientras se deja al margen de la consideración gubernamental a las más competitivas, va a requerir de tiempo para readecuarse.

En materia de educación universitaria, la creación de nuevos establecimientos, sobre todo en el conurbano bonaerense, ha servido para ejercer un control sobre profesores y contenidos que la propia democracia interna en las universidades más importantes (donde las agrupaciones y académicos del kirchnerismo suelen obtener resultados adversos) les ha vedado. Así suelen girar millonarias sumas para que éstas los dediquen a financiar películas, participar de exposiciones y eventos partidarios, evitando así el control institucional de esos recursos.

Quienes menoscaban al kirchnerismo como un movimiento político que ha basado su gobierno en dos elementos principales, la soja y la suerte, olvidan el persistente y esforzado trabajo que ha hecho durante más de diez años por modificar las bases institucionales del país, poniendo el foco en el funcionamiento de las mismas (neoinstitucionalismo). Claramente no se han llevado bien con las tres características que nuestra constitución señala como esenciales para nuestra democracia, su dimensión representativa, republicana y la federal. Lamentablemente para la salud de la República, en esta tarea han sido mucho más eficaces que en la gestión administrativa.

Ante la evidencia que otorgó un florido discurso público, sería un buen elemento de cara al futuro medir la cantidad de veces que un candidato, o presidente ya electo, promete una refundación del país. De esta manera, sabríamos a ciencia cierta su intención de perpetuarse en el poder, avasallar las instituciones e intentar mimetizar los objetivos e intereses de toda una nación con los de la propia facción.

El Diálogo que todos deberíamos escuchar

Recibí con gusto la invitación para ver el documental El Diálogo entre Graciela Fernández Meijide y Héctor Ricardo Leis, dirigido por Carolina Azzi y Pablo Racioppi. Fue una experiencia emocionante y conmocionante para mí. Si bien conocía por sus escritos el pensamiento de ambos protagonistas, hay que darle el respeto que merece al impacto audiovisual de una historia bien contada. Los silencios, las emociones, las miradas cómplices, ese mueca justa de Leis para generar una carcajada algo culposa por el tema tratado y la claridad de Fernández Meijide para hacernos revivir con ella aquel sufrimiento por un hijo arrancado de su hogar en plena madrugada.

No soy crítico de cine y por lo tanto sólo me limitaré a recomendar que vean este valioso testimonio porque, más allá de contar en primera persona la violencia política de los años 70`, también dispara una serie de reflexiones y nos interpela como sociedad en nuestra relación con la verdad, la conciencia, la hipocresía y la impostación.

Una de las frases que más me impactó del documental fue cuando Leis pide, casi suplica, a los “sobrevivientes” (como prefiere llamar a los protagonistas de aquellos años) que simplemente cuenten lo que saben. Transmitir lo sucedido fue un proceso por el que tímidamente pasamos (en el período de Alfonsín), desdeñamos (durante el gobierno de Menem) y reescribimos (durante el kirchnerismo) y este vaivén teñido de mentiras nos colocó en la triste situación de no haber podido aportar el marco de verdad, justicia y reconciliación necesarios para crecer como sociedad. Más aún, el esfuerzo de haber juzgado a las juntas militares junto con la Conadep y su informe Nunca Más han sido celosamente sepultados, reescritos u olvidados por el kirchnerismo gobernante con la triste complicidad de algunos organismos de derechos humanos.

Los gobiernos de Néstor y Cristina se han caracterizado por postergar, si no soslayar, la investigación de la verdad. Esto, claro está, no sucedió solamente en el área de los derechos humanos. Vale una pequeña anécdota personal para ilustrarlo. Hace unos años pasaba unas vacaciones con mi familia en Mar de las Pampas. Siendo marzo el mes elegido y estando en un balneario tranquilo tuve la oportunidad de divisar cerca de la orilla del mar al publicista ultra K Fernando Braga Menéndez. En tono amistoso y como animal político que soy, me acerqué para comentarle que lo conocía y tal vez motivar alguna charla que me devolviera la realidad que las vacaciones y el descanso pretenden ocultar. Parece que a él le sucedía lo mismo y entonces hubo diálogo. En un breve repaso del contexto político de aquel momento, recuerdo que cuando llegamos al tema del Indec y las falsas cifras de inflación, Braga Menéndez fue todo lo auténtico que suele ser en público. Según él, el gobierno hacía bien en falsear las estadísticas porque de esta manera evitaba el pago extra de deuda pública que actualizaba por CER (coeficiente de estabilización de referencia). Un pequeño ejemplo del kirchnerismo y su relación con la verdad.

Haber escuchado a Graciela Fernández Meijide oponerse a la utilización de la simbólica cifra de 30.000 desaparecidos esgrimiendo que eso es una falta de respeto para las víctimas me parece de un gran coraje. Graciela explica que su trabajo durante aquellos años de militancia en organismos de derechos humanos implicaba la documentación precisa de los desaparecidos. Cualquier generalización (aunque tenga la misión de establecer un símbolo y que a su vez facilite el encasillamiento bajo el concepto de genocidio) es sentida como una afrenta a tamaño trabajo de investigación y documentación, pero fundamentalmente al derecho de las víctimas. Que Héctor Leis critique el accionar no sólo de la cúpula de Montoneros sino que también cuestione aquel supuesto romanticismo de sus militantes y haga hincapié en la fascinación por la violencia de aquellos jóvenes es también valiente y disruptivo.

Hay algo que de todos modos inquieta. Si bien sé que tanto Graciela como Héctor han tenido inconvenientes y recibido críticas de parte de supuestos defensores de los derechos humanos por sus dichos y escritos, también creo que de alguna manera han podido sortear esas críticas, o al menos hacerlas menos agresivas, por haber sido ellos mismos “víctimas” de aquellos años. Cualquier otro que no hubiera padecido la pérdida de un hijo a manos de la dictadura militar (caso Graciela) o que no haya sido oficial de Montoneros (como Héctor) se las vería mucho más complicadas para dar estos testimonios que fracturan el relato que construyó a fuerza de repetición y constancia el kirchnerismo. La grieta, en este caso del relato, es valiosa porque nos acerca a la verdad. Sería bueno que sólo sea el puntapié inicial para que todos los protagonistas de la violencia política de los 70` hablen y cuenten lo que saben sin especulaciones.

De haber permitido un lógico proceso de investigación, brindando la  oportunidad para que todos los protagonistas de aquellos años puedan contar con libertad (aunque sea desde la cárcel si así correspondiera) su versión de lo sucedido, tal vez hoy la reconstrucción de aquellos tristes acontecimientos hubiera sido más fructífera y muchos familiares podrían saber finalmente qué fue de aquellos hijos desaparecidos o conocer el paradero de tantos nietos que aún no se encontraron. Cuando muchos de los protagonistas de la violencia se dieron cuenta de que la única oportunidad que tenían de defenderse era mediante el silencio, ese fue el preciso momento en que creamos un abismo entre nosotros y la verdad histórica.

Sin dudas, las interpretaciones, responsabilidades y culpabilidades penales son bien diferentes según los actores políticos. Sin embargo eso debía ser el final del camino y no el principio. Haber puesto en el banquillo de los condenados a todos aquellos que eran para el kirchnerismo estorbos del relato trastocó las cosas y nos alejó de la verdad. Incluso Héctor Leis sostiene que el proceso de venganza (más que justicia) sobre quienes perpetraron aquellos crímenes nos impidió realizar una reconstrucción sincera y completa de aquel tormentoso pasado.

Sin dudas, uno de los logros que el kirchnerismo ha tenido fue permear sobre toda la sociedad y en la cultura política en particular ese miedo a la verdad. Aquello de barrer bajo la alfombra o bien no levantar la colcha por miedo a lo que se pueda encontrar. Esto abarca tanto el recuerdo de los años de mayor violencia política del país durante el siglo XX como la intervención del Indec, la masiva intromisión sobre los medios audiovisuales, la colonización de la agencia oficial Télam por parte de bloggeros K o las trabas al acceso a la información pública.

Esta turbia relación con la verdad también se impone al interior del kirchnerismo. Los funcionarios y dirigentes del oficialismo más permeables a transmitir el relato que baja la presidente Cristina Kirchner son los más beneficiados en el círculo áulico kirchnerista. Por el contrario, aquellos que suelen intentar un acercamiento a la verdad sin salirse del oficialismo son vistos con mayor desconfianza por la cúpula del poder y los guardianes del relato.

Aunque provenga desde mi agnosticismo, vale la pena repasar finalmente aquella frase de Jesús citada en el Evangelio según San Juan: “La verdad os hará libres”. Creo que en ese sentido, ha sido una década perdida. Nos hemos alejado de la verdad en pos de sostener un relato y para esto ha influido mucho la frustración que Néstor y Cristina sintieron por no tener el pasado glorioso que el presente en la máxima esfera del poder y el relato les pedían sostener.

El crimen de la negación

A pesar de haber escrito ya más de dos docenas de columnas para Infobae, tengo que reconocer que estas líneas son especiales para mí. Como argentino descendiente de armenios (ius soli) o como armenio (ius sanguinis) me resulta imposible abordar este nuevo recordatorio del Genocidio – 99º aniversario del Medz Yeghern (traducido como genocidio, holocausto, la gran calamidad) – despojándolo de su dosis emocional y afectiva. No quiero tampoco que este involucramiento opaque algunos principios que, para el análisis de cualquier hecho político, por más aberrante que éste sea, son insoslayables.

Se conoce como Genocidio Armenio a la deportación forzada y el asesinato de un millón y medio de armenios iniciado por orden de los Jóvenes Turcos (partido llamado oficialmente Comité de Unión y Progreso y fuertemente influenciado por las ideas del panturquismo) bajo el Imperio otomano hasta la conformación de la República de Turquía en 1923. Se “elige” como fecha emblemática de aquellos hechos al 24 de abril de 1915 por ser el día en que las autoridades del antiguo Imperio detuvieron a un grupo de destacados miembros de la Comunidad Armenia de Estambul. No obstante ello, el período sistemático y agudo de persecución, vejaciones, despojos, destierro y muerte de los armenios perduró por casi dos lustros.

Reconozco que cuando era chico y asistía a las marchas de Conmemoración del Genocidio con el colegio, lo que más me conmovía era ver cómo año tras año se reducía el grupo de sobrevivientes de aquel intento de exterminio. Mientras que para algunos la carrera contra el tiempo implica luchar contra la aparición de una nueva arruga o el combate contra los kilos de más que se alojan en lugares indeseados del cuerpo, para ellos implicaba el hecho trágico de haber transcurrido una vida sin recibir el reconocimiento unánime de la comunidad internacional ante ese sufrimiento y, fundamentalmente, por parte de las autoridades herederas del Estado que lo perpetró.

Pese a las declaraciones de órganos legislativos en distintos países (parece ser que la responsabilidad de conducir el Poder Ejecutivo les nubla a muchos políticos la vocación humanitaria) y el esfuerzo puesto por armenios de todo el mundo para que el Primer Genocidio del siglo XX no quede en el olvido, tan sólo 22 países reconocieron oficialmente hasta el momento la existencia del mismo (entre estos países se encuentra la Argentina). Conozco lo que implica la política exterior de un Estado y, más aún, sé lo compleja que es la diplomacia internacional y por eso también sé que la defensa de los derechos humanos ha sido un principio que traspasó las fronteras nacionales a partir de la segunda mitad del siglo XX para constituirse como valor universal. Por ello es que no hay mejor momento para Turquía que éste para avanzar con pasos firmes y concretos en el reconocimiento, pedido de perdón y reparación de aquellas acciones.

¿Por qué el gobierno de Ankara no admite entonces después de tantos años aquel Genocidio, siendo incluso uno de los requisitos que la Unión Europea antepone para permitirle su ingreso al bloque? Entre las variadas razones que podemos analizar están las múltiples compensaciones de las cuales el Estado turco debería hacerse cargo, pero aún más difícil que aquello sería para las autoridades reconocer que le estuvieron mintiendo durante un siglo a su pueblo y admitir también que el grupo de militares y paramilitares conducido por los denominados Jóvenes Turcos cometieron crímenes aberrantes. Sin embargo, es también mucho lo que el Estado turco ganaría con este reconocimiento. Sería sin dudas un paso fundamental hacia la consolidación de su democracia; paso que ya algunos ciudadanos parecen dispuestos a dar. En el día de ayer y en un hecho inédito, el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan ofreció sus condolencias a los familiares de los armenios fallecidos en aquellos desgraciados acontecimientos. Es un paso muy pequeño, sobre todo si tenemos en cuenta que no avanzó sobre el pedido de perdón y mucho menos tuvo la valentía de usar el término Genocidio, pero el deseo es que no sea el último.

¿Qué sería de Alemania si no hubiera reconocido y homenajeado a los judíos víctimas de la Shoah? ¿Cómo podría ser hoy el motor indiscutido de la Unión Europea si no hubiera admitido, pedido disculpas y condenado sin medias tintas los horrores del nazismo? En este sentido sería altamente estimulante y de una fuerza moral arrolladora que el Estado de Israel condene y reconozca también sin especulaciones lo ocurrido al pueblo armenio; el respeto por los derechos humanos es hoy una herramienta de política exterior muy poderosa y podría compensar los sinsabores que esta decisión acarraría en su relación con Turquía.

Ya no va a ser posible para quienes sobrevivieron a la masacre que los privó prematuramente y para siempre del cariño de padres, abuelos, tíos y hermanos, y que les provocó un dolor tan grande que prácticamente los inmunizó a cualquier sufrimiento posterior, ver que la sucesora de aquel Imperio, la República de Turquía, reconozca como Genocidio aquello que hasta ahora han denominado como luchas internas, enfermedades y hambre en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Campos de concentración, trabajos forzosos, violaciones a mujeres y niños, todos ellos fueron hechos constitutivos de aquel acto de barbarie, lo cual muestra la crueldad que implica buscar eufemismos para no reconocer que en realidad se buscó desembozadamente la aniquilación sistemática y deliberada por motivos sociales, raciales y religiosos (tal la definición de genocidio) de la población armenia bajo el Imperio otomano.

Todos las personas de bien, cualquiera sea nuestra nacionalidad y origen, deberíamos persistir en este reclamo para lograr que Turquía reconozca como Genocidio lo que hasta ahora ha negado. En mi caso, tengo una motivación adicional. Nacido en Estambul, Turquía, con familia aún viviendo allá, Armenak Ara Güvenel falleció hace 5 años en la Ciudad de Buenos Aires a los 59 años de edad y víctima de un cáncer. Obviamente no se trata de un sobreviviente del Genocidio (aunque sí tuvimos familiares que cayeron víctimas de aquel intento de exterminio) pero siempre conservó el espíritu de reivindicación de la Causa Armenia. El era mi papá y no pasa un día sin que lo recuerde. Cuando el ansiado reconocimiento finalmente se concrete y termine con el oprobio que es para toda la humanidad barrer bajo la alfombra al Primer Genocidio del siglo XX, pienso pararme frente a sus restos y decirle con orgullo de hijo: “Lo logramos, Pa”.

 

(Agradezco a Ana Sagrian su colaboración para la realización de este artículo)