Del relato al grotesco

La muerte del fiscal Alberto Nisman generó un sacudón fenomenal en la -ya no tan joven- democracia argentina. Dolor, tristeza y estupor causó incluso entre ciudadanos que no suelen interesarse por la cosa pública. No es para menos: el fiscal que había hecho durísimas acusaciones contra varios miembros del oficialismo, incluyendo a la propia Presidente, era hallado muerto un día antes de su declaración ante el Congreso de la Nación.

La mandataria, que en ocasiones utilizó la cadena nacional para anunciar obras cloacales en diversos municipios, optó por referirse al tema que tiene conmocionado al país y que tuvo amplia repercusión internacional, sólo a través de su cuenta de Facebook. Con una primera carta abonó la teoría del suicidio (luego ampliada y propalada en detalle por los “periodistas” militantes basándose en un supuesto miedo al fracaso al que se habría visto expuesto Nisman) sin que la fiscal haya terminado siquiera con las pericias más elementales, mientras que con la segunda cambiaría radicalmente su análisis para afirmar que se trató de un asesinato para perjudicar al Gobierno. Si, como bien dice su presentadora, se trata de “la Presidente de todos los argentinos”, debería comprender que el dolor y la desazón que habitan en la sociedad ameritan mayor prudencia.

Quien escribe, dicta o aprueba la primera carta es, teniendo presente sus antecedentes, una auténtica Cristina Fernández de Kirchner. Lo demuestra su intacta capacidad para relacionar el regreso al país del fiscal Nisman con la tapa de Clarín exhibiendo la marcha parisina en repudio a la masacre que tuvo lugar en la sede de la revista Charlie Hebdo.

En la segunda carta, la Presidente señala que la verdadera operación contra el Gobierno no eran las denuncias del fiscal (usado según ella para perjudicarla) sino su posterior muerte; léase que Cristina Kirchner utiliza eufemismos para no verbalizar lo que en privado diría: que le tiraron un muerto. En apenas un par de días la presidente pasó de ser Èmile Durkheim a una auténtica Agatha Christie.

No hay razón en la muerte del fiscal Nisman que pueda exculpar al Gobierno. Dejando de lado la hipótesis más temeraria –que fue asesinado por el propio poder a raíz de su investigación y sus acusaciones-, todas las otras líneas de investigación también dejan mal parado al Ejecutivo nacional. Tanto el suicido como el suicidio inducido se enmarcan en la investigación que el fiscal llevaba adelante. No existe ningún argumento serio que pueda encontrar razones desconexas del caso por el cual había recibido numerosas amenazas de muerte y por el que también había sido objeto de una feroz campaña de desprestigio por parte de los siempre bien predispuestos medios afines al gobierno. En palabras del propio fiscal, “yo puedo salir muerto de esto”, y eso sucedió.

Las declaraciones de circunstancia tampoco ayudaron a la tranquilidad de la población. Uno de los principales acusados, el canciller Héctor Timerman, atinó a exteriorizar un “lo lamento mucho” y “espero que se siga adelante con su trabajo” que, en este caso, consistía en demostrar que el canciller, de origen judío (como aclaró innecesariamente en su primera carta la presidente), fue el encargado de encubrir la responsabilidad iraní en el atentado a la AMIA.

Si, como sugiere en su última misiva la Presidente, se trató de un asesinato perpetrado para perjudicarla a ella: ¿qué debería suceder con los encargados de la seguridad asignada al fiscal (la Policía Federal Argentina, dependiente del gobierno nacional)?; ¿no hay nada que reprocharle al secretario de Seguridad Sergio Berni (quien suele hacer gala de su conexión directa con la Presidente) que en su alocada tarea para minimizar daños para su Jefa no siguió, siquiera mínimamente, los protocolos que hay para casos como este?; ¿nada hay para decir de por qué el ahora enemigo Antonio Horacio Stiles –más conocido como Jaime Stiusso, denunciado hace ya más de una década por el ex ministro Gustavo Béliz- haya permanecido como director de operaciones de la SI (ex SIDE) hasta hace tan solo unas semanas?.

Seguramente tendremos que esperar bastante tiempo para acceder a la verdad en la muerte del fiscal Alberto Nisman, y tal vez nunca llegue, pero mientras tanto, la República sufrirá esta herida en su institucionalidad, su familia tendrá ese inmenso dolor del ser querido para el que no hay justicia, y todos tendremos la sensación de que en momentos críticos para el país, la máxima responsable política de la Argentina optó por un mensaje rocambolesco y guiado por miedos, fantasías (y encuestas) que no ayudaron en nada a la tranquilidad que la nación necesita en tiempos como este.

El Papa no hace milagros

Cristina profesa hacia Francisco el fervor de los conversos. Si bien es cierto que era Néstor Kirchner el ateo militante y anticlerical, también es cierto que la relación de la presidente con el cardenal Bergoglio fue siempre tirante. La intromisión, prudente pero también honesta y punzante, del entonces cardenal en asuntos terrenales nunca fue del agrado de la pareja presidencial, convencidos de que asimilar críticas o sugerencias es un signo de debilidad. Sin embargo, la condición de católica tímidamente practicante y su firme posición antiabortista le dieron ahora a Cristina Fernández un resquicio por donde asentar la relación con el Pontífice.

La presidente debería agradecer que Francisco haya puesto la otra mejilla para recibir, en esta ocasión, una caricia. Ahora sí tiene en el Papa argentino un oyente receptivo que le brinda un trato casi familiar. Fue así que el pasado lunes la recibió en su residencia de Santa Marta para compartir un prolongado almuerzo. La calidez y confianza que ahora entablaron en la relación supera sin dudas la evidente búsqueda de conveniencia y necesidad de Cristina.

Atrás quedó el lobby impulsado por ciertos sectores del gobierno, que incluía al embajador argentino ante el Vaticano Juan Pablo Cafiero, para evitar que el cardenal Jorge Bergoglio sea elegido para reemplazar al renunciante Joseph Ratzinger. La orden que baja ahora, por el contrario, es callar a los críticos y darles vuelo a los dirigentes más cercanos a la Iglesia, como por ejemplo al presidente de la Cámara de Diputados Julián Domínguez. No vaya a ser cosa que los acechantes rivales políticos se queden con los beneficios de la atención de un Papa inmensamente popular en Argentina (93% de imagen positiva) y en el mundo (el hombre más influyente según la revista Fortune) que además ha producido una verdadera revolución en el Vaticano.

Francisco perdonó al kirchnerismo por todas las operaciones en contra y Cristina intenta pararse en aquellos aspectos que la acercan a las posturas del Papa, como son su origen peronista y el antiliberalismo expresado en la Doctrina Social de la Iglesia, al cual obviamente Francisco adscribe. La presidente además aprovecha el genuino interés que tiene el Santo Padre por el destino del país y, más que nada, por evitar el conflicto social. Lo que sucede en Venezuela preocupa en el Vaticano y sería inaceptable para él que algo similar ocurra en el país que lo vio nacer.

Las charlas con Francisco son un verdadero bálsamo para Cristina. Este tercer encuentro fue acordado de manera directa por los mismos protagonistas. Estas amables reuniones ahora también incluyen charlas sobre situaciones personales de la primera mandataria. Es casi un confesor para una persona poco afecta a pedir perdón. Coinciden en el interés por las cuestiones internacionales. A la presidente los temas domésticos la aburren y la irritan a la vez. En algún punto considera injusto tener que afrontar zozobras económicas después de la “década ganada”. En Francisco encuentra la posibilidad de mejorar su imagen internacional a través de él y sabe que está también frente a una persona con cabal conocimiento de lo que sucede en el país sin que esto represente ahora una amenaza. Considera que puede usar algo del prestigio ganado en el corto período de papado de Francisco para tener mejor receptividad en los actores internacionales a quienes ha maltratado frecuentemente desde el atril y desde la caja.

A pesar de todo, deberíamos recordar que nada puede hacer Francisco para mejorarle a la Argentina las condiciones de pago hacia el Club de París. Tampoco puede influir sobre el tribunal norteamericano que trabaja sobre el conflicto con los holdouts. La simpatía que manifiesta el presidente Barack Obama (con quien Francisco se reunirá en los próximos días) por el Pontífice no derrama sobre los círculos de poder y los ciudadanos estadounidenses. Esa simpatía tampoco podrá borrar la imagen del canciller Héctor Timerman, alicate en mano, incautando material que trajo un avión militar estadounidense al país para una capacitación a miembros de la Policía Federal, por más que el tiempo haya hecho más difusas algunas heridas. Son los riesgos de una política exterior errante.

Está claro que también otros argentinos recibieron un cálido trato del Papa. Muchos de ellos, sobre todo los políticos, vuelven con el mismo mensaje de Francisco: cuiden a Cristina. Todos ellos se quedan pensando si se les pide que la cuiden de ella misma, de su entorno o de los riesgos externos. En cualquier caso, el mensaje no pasa inadvertido.

Las conclusiones de los encuentros son el momento esperado por la Presidente. Este tipo de reuniones donde la otra parte es discreta le permiten a Cristina ejercer la profesión que parece amar (aparte de la arquitectura): la de editora periodística. No solamente puede relatar la cordialidad del encuentro, que ciertamente fue así, sino que se anima a una libre interpretación del mensaje recibido. Es capaz de relacionarlo con su propio discurso como también pedir que lean a Francisco para entenderlo mejor. Es una suerte de agente de prensa informal, pero con intereses creados.

El Papa no hace milagros y sus tareas son muy variadas e importantes como para ocuparse de los vaivenes de la economía y la política argentinas. Es bastante lo que hace de por sí pero el gobierno debería tener en cuenta que la constancia y la coherencia son elementos fundamentales para recrear la confianza tanto dentro como fuera del país. Después de todo, sería un abuso pedirle a Francisco que también se ocupe de controlar los precios en las góndolas.