Durante la segunda mitad del siglo XX, en el contexto de la Guerra Fría, surgió una agrupación de Estados cuyo objetivo era adoptar y conservar una posición neutral frente a las dos grandes potencias (Estados Unidos y la Unión Soviética) que se disputaban el dominio del planeta; esta organización se conoció como Movimiento de Países No Alineados. La Argentina fue miembro pleno entre los años 1973 y 1991. Pocos saben que en la actualidad continúa vigente esta estructura aunque ha perdido el principal motivo de existencia. En el año 2006, y por decisión del entonces presidente Néstor Kichner, la Argentina participó como país invitado en la cumbre que se realizó en La Habana, y a partir del 2009, ya con Cristina Fernández al frente del Poder Ejecutivo, se incorporó en calidad de observador. Desde los inicios de su segunda presidencia, una serie de factores económicos restrictivos -auto infligidos en la mayoría de los casos- hicieron que la política exterior argentina esté guiada por una carencia de recursos que el gobierno intenta camuflar como estrategia política. Continuar leyendo
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Del relato al grotesco
La muerte del fiscal Alberto Nisman generó un sacudón fenomenal en la -ya no tan joven- democracia argentina. Dolor, tristeza y estupor causó incluso entre ciudadanos que no suelen interesarse por la cosa pública. No es para menos: el fiscal que había hecho durísimas acusaciones contra varios miembros del oficialismo, incluyendo a la propia Presidente, era hallado muerto un día antes de su declaración ante el Congreso de la Nación.
La mandataria, que en ocasiones utilizó la cadena nacional para anunciar obras cloacales en diversos municipios, optó por referirse al tema que tiene conmocionado al país y que tuvo amplia repercusión internacional, sólo a través de su cuenta de Facebook. Con una primera carta abonó la teoría del suicidio (luego ampliada y propalada en detalle por los “periodistas” militantes basándose en un supuesto miedo al fracaso al que se habría visto expuesto Nisman) sin que la fiscal haya terminado siquiera con las pericias más elementales, mientras que con la segunda cambiaría radicalmente su análisis para afirmar que se trató de un asesinato para perjudicar al Gobierno. Si, como bien dice su presentadora, se trata de “la Presidente de todos los argentinos”, debería comprender que el dolor y la desazón que habitan en la sociedad ameritan mayor prudencia.
Quien escribe, dicta o aprueba la primera carta es, teniendo presente sus antecedentes, una auténtica Cristina Fernández de Kirchner. Lo demuestra su intacta capacidad para relacionar el regreso al país del fiscal Nisman con la tapa de Clarín exhibiendo la marcha parisina en repudio a la masacre que tuvo lugar en la sede de la revista Charlie Hebdo.
En la segunda carta, la Presidente señala que la verdadera operación contra el Gobierno no eran las denuncias del fiscal (usado según ella para perjudicarla) sino su posterior muerte; léase que Cristina Kirchner utiliza eufemismos para no verbalizar lo que en privado diría: que le tiraron un muerto. En apenas un par de días la presidente pasó de ser Èmile Durkheim a una auténtica Agatha Christie.
No hay razón en la muerte del fiscal Nisman que pueda exculpar al Gobierno. Dejando de lado la hipótesis más temeraria –que fue asesinado por el propio poder a raíz de su investigación y sus acusaciones-, todas las otras líneas de investigación también dejan mal parado al Ejecutivo nacional. Tanto el suicido como el suicidio inducido se enmarcan en la investigación que el fiscal llevaba adelante. No existe ningún argumento serio que pueda encontrar razones desconexas del caso por el cual había recibido numerosas amenazas de muerte y por el que también había sido objeto de una feroz campaña de desprestigio por parte de los siempre bien predispuestos medios afines al gobierno. En palabras del propio fiscal, “yo puedo salir muerto de esto”, y eso sucedió.
Las declaraciones de circunstancia tampoco ayudaron a la tranquilidad de la población. Uno de los principales acusados, el canciller Héctor Timerman, atinó a exteriorizar un “lo lamento mucho” y “espero que se siga adelante con su trabajo” que, en este caso, consistía en demostrar que el canciller, de origen judío (como aclaró innecesariamente en su primera carta la presidente), fue el encargado de encubrir la responsabilidad iraní en el atentado a la AMIA.
Si, como sugiere en su última misiva la Presidente, se trató de un asesinato perpetrado para perjudicarla a ella: ¿qué debería suceder con los encargados de la seguridad asignada al fiscal (la Policía Federal Argentina, dependiente del gobierno nacional)?; ¿no hay nada que reprocharle al secretario de Seguridad Sergio Berni (quien suele hacer gala de su conexión directa con la Presidente) que en su alocada tarea para minimizar daños para su Jefa no siguió, siquiera mínimamente, los protocolos que hay para casos como este?; ¿nada hay para decir de por qué el ahora enemigo Antonio Horacio Stiles –más conocido como Jaime Stiusso, denunciado hace ya más de una década por el ex ministro Gustavo Béliz- haya permanecido como director de operaciones de la SI (ex SIDE) hasta hace tan solo unas semanas?.
Seguramente tendremos que esperar bastante tiempo para acceder a la verdad en la muerte del fiscal Alberto Nisman, y tal vez nunca llegue, pero mientras tanto, la República sufrirá esta herida en su institucionalidad, su familia tendrá ese inmenso dolor del ser querido para el que no hay justicia, y todos tendremos la sensación de que en momentos críticos para el país, la máxima responsable política de la Argentina optó por un mensaje rocambolesco y guiado por miedos, fantasías (y encuestas) que no ayudaron en nada a la tranquilidad que la nación necesita en tiempos como este.