Cada cuatro años gran parte del mundo se paraliza por un evento deportivo que fue creciendo desde su primera edición en 1930, cuando contó con Uruguay como anfitrión y primer campeón, y que llama la atención de gran parte de la población. Como suele suceder, los que amamos el fútbol más allá de la celebración de este mega evento reclamamos sin mayor éxito la exclusividad en el goce del mismo. Negocio, patriotismo, multiculturalismo, política y deporte giran durante un mes alrededor de una pelota de fútbol. La Fédération Internationale de Football Association (FIFA) es una organización transnacional altamente redituable y poderosa que afianza su dominio con la organización de cada Mundial. Se calcula que en la última edición realizada en Sudáfrica en el año 2010,recaudó por derechos de televisación, marketing y otros rubros la suma de U$D 4.200 millones.
En el caso de los países organizadores, los beneficios son mucho más modestos y difíciles de conmensurar, ya que las decisiones que se toman suelen estar más ligadas a razones políticas que a las que surgirían de un prudente análisis costo-beneficio. La experiencia mundialista indica que en general hay en los organizadores una sobreestimación de los beneficios y una subestimación de los costos. Debe tenerse en cuenta que generalmente el gobierno que pugna y obtiene la designación como sede es quien inicia los proyectos pero usualmente no es el mismo que termina organizando la Copa del Mundo, y que a su vez este difiere del que luego debe darle un buen uso a las capacidades instaladas y cargar con el lastre de las faraónicas obras. Algunos estudios que se hicieron sobre los resultados económicos de los países anfitriones indican que el único Mundial donde el organizador ganó dinero fue en el de Estados Unidos 94, donde los costes y beneficios de la organización corrieron en su mayoría por parte de empresarios privados.
Brasil recibe el Mundial de la FIFA 2014 en un contexto que 4 años atrás no hubiera imaginado. Con fuertes críticas por parte de una población que ama al fútbol pero que rechaza los desbordes presupuestarios y la falta de solución de problemas que se arrastran desde hace tiempo, un sector de la ciudadanía aprovecha la visibilidad que le da el evento para obtener del gobierno de Dilma Rousseff mayores concesiones. El apoyo de los brasileños fue masivo al conocerse la designación como sede en octubre de 2007 y ha ido cayendo a partir de allí. Sin tener pruebas aún del funcionamiento concreto de la organización de esta Copa del Mundo, las repetidas huelgas y protestas, sobre todo en San Pablo y Río de Janeiro, y el estado de muchas obras que no se han finalizado y otras tantas que ni siquiera se han empezado, han dañado la imagen internacional de Brasil.
En lo que respecta a nuestra selección, renueva la ilusión de quedarse con la Copa como inevitablemente sucede cada cuatro años, a pesar de que las expectativas vienen quedando truncas desde aquel subcampeonato obtenido por Maradona y Bilardo en el recordado Italia 90. En esta ocasión, pese a un frío y expectante comienzo de ciclo para Alejandro Sabella como DT, en el último tiempo y en base a buenas actuaciones se ha incrementado la esperanza y la comunión con este grupo de jugadores. Es un equipo apoyado en una temible delantera que cuenta además con el indiscutido mejor jugador del mundo transcurriendo una edad óptima para un futbolista (mezcla de experiencia y juventud). Efectivamente, después de tener que sortear tiempos donde se cumplía aquello de que nadie es profeta en su tierra, Lionel Messi obtuvo en su país el reconocimiento que le era tributado desde hacía tiempo en el resto del mundo.
Y si la política siempre se relacionó estrechamente con el deporte, no podía esperarse una prudente distancia de un gobierno que ha intentado intervenir sobre casi todos los asuntos que atañen a la vida de los argentinos. Más aún, desde la aparición del programa Fútbol para Todos, luego replicado en otros deportes para todos, todos ellos bien “regados” con recursos del Estado, la intención de llevar el mensaje del gobierno a cada hogar se hizo aún más evidente. En este sentido, el intento de “kirchnerizar” a la selección de fútbol alcanza hoy ribetes grotescos. Era más que esperable que, en momentos donde la economía sufre una fuerte desaceleración (sino recesión), el vicepresidente está a un paso de un procesamiento penal, la inseguridad genera cada día más víctimas y el narcotráfico parece un flagelo dispuesto a colonizar varias zonas del país, el gobierno quiera apostar sus fichas al respiro que un éxito deportivo le pueda llegar a dar.
Sin embargo, hay sobrada evidencia que ni siquiera la obtención de la ansiada Copa del Mundo podrá modificar la percepción social sobre la situación que atraviesa el país. Es cierto que durante un mes, y en la medida en que nuestra selección obtenga los resultados que le permitan continuar en la Copa del Mundo, las tapas de los diarios, los portales online y los programas de radio y televisión van a dedicar gran parte de su contenido a este hecho deportivo, dejando algo relegados los problemas antes mencionados. Sin embargo, la evidencia histórica nacional e internacional demuestra que esto sólo podría constituir para la política argentina una circunstancia efímera. Sólo a modo de ejemplo cabría recordar que la obtención de la Copa del Mundo en 1986 no modificó en nada las elecciones de medio término que en 1987 dieron el triunfo al entonces opositor Partido Justicialista, marcando inexorablemente el rumbo de los últimos dos años -finalmente no cumplidos- del gobierno del radical Raúl Alfonsín.
Durante la última pelea de Sergio “Maravilla” Martínez en el Madison Square Garden el pasado sábado, las redes sociales mostraron como muchos argentinos celebraron la caída del boxeador de Quilmes ante el portorriqueño Miguel Angel Cotto por considerar que el primero se había transformado en un emblema del kirchnerismo. Una vez más la grieta de la que muchos hablan quedaba a la vista en una derrota deportiva. Como siempre, el gobierno había puesto la primera piedra con el intento de apropiarse de un boxeador que había llegado a la cima por méritos propios (tanto profesionales como de marketing) pero que difícilmente podía abstraerse de la manipulación que el kirchnerismo puede hacerle.
Advertido de estas circunstancias, no tengo ninguna intención de arriar las banderas de la fe que tengo en esta selección, en la seriedad con que su director técnico encaró el trabajo y, fundamentalmente, en el emblema de este equipo que carga con hidalguía desde hace años una presión que muchos de nosotros no soportaríamos ni un día. Esta selección no es del kirchnerismo. En tal caso, es el equipo de todos aquellos que valoramos lo que han hecho para llegar hasta acá y sabemos que harán lo mejor para lograr el objetivo que se han trazado.
Es entendible que quienes no disfrutan del fútbol como deporte, y a su vez temen la eventual utilización política por parte de Cristina Kirchner, hayan optado por quitarle apoyo a la selección nacional. Esto no sería una novedad y en muchos países, como España por ejemplo, se puede corroborar que en regiones donde el movimiento separatista es fuerte, hay un profundo rechazo por quienes ellos ven como símbolo de opresión del poder central. Estas razones no tienen nada que ver con lo que aquí ocurre. Por eso, a los que como yo amamos este maravilloso deporte, y a su vez tenemos una visión fuertemente crítica del kirchnerismo, me atrevería a sugerirles que disfruten del Mundial, que sepan que va a haber una utilización política pero que la misma no tiene ninguna posibilidad de cambiar la percepción que la sociedad tiene sobre el gobierno y que además ponerle en bandeja otro sueño a un gobierno que todo lo quiere politizar es una batalla que no merecemos perder.